Aquel
tigre apenas había conocido a sus padres. Los mataron en una batida
que organizaron los hombres de Fujian, cuando todavía era un
cachorro.
Como
consecuencia, su educación había dejado mucho que desear. Ahora, de
hecho, era un animal de impresionante alzada y con un rugido tan
fuerte que todos los seres del valle temblaban al oírlo: pero no
sabía cazar.
El
consejo de tigres se había reunido varias veces para solucionar tan
acuciante problema. Todo resultó inútil. Ni una sola de sus
venerables enseñanzas logró penetrar en la cabeza del tigre
huérfano.
-Es
natural -dijo, con ademanes de sabio, la fiera más anciana. Esas
cosas se aprenden de pequeño. Ahora ya es demasiado tarde.
-¡Lástima
que un joven tan fuerte como él vaya a terminar muriendo a manos de
enemigos menos poderosos! -se lamentó el presidente del consejo.
Lo
oyeron algunas tigresas del clan y aquella noche todas lloraron su
futura desgracia. Era muy doloroso aceptar que el tigre más hermoso
de toda la comarca fuera a morir devorado por cualquier alimaña
inferior. Pero él no se entristeció lo más mínimo y lanzó su
terrible rugido.
-iCuánto
daría yo por poder adoptarlo! -suspiró una hembra ya madura. No
fue culpa suya que sus padres no le enseñaran a cazar.
-¿Estás
mal de la cabeza? -le replicaron en seguida otras comadres. Tú
tienes hijos y hasta nietos. Sería tu propia ruina. Deja de pensar
en él.
-¡Qué
injusto es no ser macho! -volvió a suspirar la primera. Yo podría
evitar que ese tigre se perdiese.
Por
desgracia, eso fue lo que sucedió una tarde de marzo. Se alejó
demasiado de los dominios del clan y no supo ya volver. Al principio
se divirtió mucho, corriendo tras todo animal que se le puso
delante, pero, cuando el hambre comenzó a punzarle el estómago, se
sintió solo y no supo qué hacer.
-¿Habéis
visto? -cotillearon aquella noche los búhos. Es algo increíble. Ese
tigre no sabe cazar ni un ratón.
-Ya
lo decía el hermano mayor de mi madre: la corpulencia es siempre
engañosa.
-¡Pero
es ridículo! -se devanaba los sesos un búho joven. Sus dientes son
tan afilados que, con sólo cerrar la boca, podría hacerse con la
pieza que quisiera.
Eso
era precisamente lo que el tigre huérfano no hacía: se limitaba a
morder, sin dar jamás una dentellada. Casi todos los animales del
bosque llevaban las marcas de sus dientes en alguna parte del cuerpo,
pero ninguno de ellos perdió una sola gota de sangre.
-Ese
tigre está loco -se decían unos a otros, y comenzaron a perderle
miedo a la ferocidad de su rugido.
-Sí
es verdad. Seguro que. tarde o temprano, terminará cayendo en las
manos del hombre.
El
tigre no sabía a quién se referían. Una tarde, sin embargo, se vio
rodeado por unos ridículos seres erectos, que le amenazaban con unas
extrañas ramas muy afiladas. El tigre lanzó su rugido y todos se
dispersaron al punto.
Corrió
después detrás de uno y se limitó, según su costumbre. a dejarle
marcadas las huellas de sus dientes. El hombre tenía los ojos
inyectados de terror. Pero. cuando el grupo de cazadores volvió a
rodearle con sus lanzas, salió en su defensa.
-Dejadle!
No le matéis! Es una animal manso.
Los
demás se miraron, incrédulos.
-Ha
podido destrozarme y sólo me ha marcado los dientes en la pierna.
-Será
un tigre marica -bromearon algunos.
En
la ciudad nadie daba crédito a lo que los cazadores contaban, pero
tuvieron que rendirse a la evidencia. El tigre vagaba libremente por
la ciudad sin matar nunca a nadie. Sólo cuando algún asustadizo
viandante echaba a correr, la mansa bestia le perseguía y le dejaba
marcados los dientes. Con el tiempo todos se acostumbraron a su
presencia.
Pero
un año, al principio del otoño, llegó a la ciudad la noticia de
que el temido bandido Chen-Feng se acercaba con todas sus huestes.
Las gentes se encerraron en sus casas y dejaron de alimentar al tigre
manso. El animal estuvo tres días y tres noches sin probar bocado.
Al cuarto decidió abandonar aquel lugar de calles desiertas.
-Es
una pena que se marche así nuestra fiera -comentaron algunos en la
seguridad de sus hogares. Pero ¿qué podemos hacer? Si el bandido
Chen-Feng nos encuentra en las calles, nos venderá luego como
esclavos en otra parte. No podemos arriesgarnos.
El
tigre vagó por la espesura si rumbo. Agotado, se dejó caer en el
lugar más tenebroso que pudo encontrar. Se sentía morir y lanzó
por última vez su temible rugido. Fue entonces cuando descubrió que
no estaba solo. A escasos metros de él el bandido Chen estaba
cagando, apoyado en un árbol. En cuanto oyó el bramido de la fiera,
echó a correr, dejando allí mismo sus calzones. Sus huestes le
siguieron al galope y abandonaron para siempre aquella comarca.
-Sí,
sí. El tigre que mordía a la gente -se decían unos a otros los
habitantes de la ciudad. El solo ha ahuyentado a ese monstruo con
forma humana. Le debemos la vida.
Y
le recibieron con honores de príncipe. Después le nombraron
benefactor perpetuo y le pusieron el gorro negro de magistrado.
Algunos dijeron que le habían visto sonreír. emocionado.
-Es
ridículo vestir así a un tigre, pero ¿acaso no ha hecho ese animal
más por esta ciudad que el propio gobernador?
Y
echaban a correr de buena gana, para que el tigre los persiguiera y
dejara grabadas en sus cuerpos las huellas de sus dientes.
La
noticia se extendió por el valle y llegó hasta las cumbres del
norte. Allí la oyeron por primera vez los miembros del clan al que
había pertenecido el tigre. Se la contó un búho viejo, que había
regresado a morir al lugar en el que había transcurrido su infancia.
-iMe
alegro tanto por él! -dijo la tigresa que había querido adoptarle.
Desde siempre supe que su destino iba a ser más alto que el nuestro.
¡Si era el tigre más hermoso que ha habido por aquí en milenios!
Pero
los ancianos del clan le tildaron de traidor:
-iHabráse
visto? ¡Convivir con los hombres! ¡Vaya locura! ¿Qué otra cosa
podía esperarse de un cobarde?
Las
tigresas no estaban de acuerdo y comentaron entre sí en voz baja:
-¡Sería
tan hermoso que hombres y tigres viviéramos en paz! ¡Es una lástima
que las dos especies más inteligentes y poderosas de este mundo
seamos tan mortales enemigos!
En
la ciudad, el tigre decía lo mismo a todo el mundo, pero nadie
entendía el significado de sus rugidos. Además, creían que un
animal no piensa. Era sólo el tigre que mordía a la gente y nunca
cerraba, porque sí, las mandíbulas.
0.005.1 anonimo (china) - 049
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