Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 25 de octubre de 2014

Juego de manos

El decimoquinto día después de año nuevo comienza la primavera. Esa noche, los comerciantes adornan sus tiendas y piden al dios del dinero que haga prósperos sus negocios. La gente se vuelca en las calles. La llenan saltimbanquis y artistas ambulantes y la alegría se pinta en todos los rostros.
Un año, un joven de melena larga y su padre eran los que más público atraían. Los dos estaban actuando en una plaza. En esto, acertó a pasar por allí un ministro del emperador. En cuanto los vio, dijo a los que llevaban su litera:
-Deteneos. Quiero descubrir el truco de ese número.
-Eso es muy difícil, señor -le respondieron los criados. Esta gente practica durante años, antes de salir a la calle.
-No importa -replicó el ministro. Hacedlos venir.
El joven de la melena larga y su padre se sintieron muy halagados.
-Honorables personas que veis nuestro espectáculo -gritó el padre, perdonadnos que lo interrumpamos durante unos minutos. Nos honra con su visita un ministro del emperador y no está bien que no le demos la bien-venida.
Todos volvieron la cabeza hacia la litera. El ministro cerró de golpe sus cortinas. Después se dirigió al padre del joven de la melena larga, diciendo:
-No hagas tanto teatro, por favor. Ya sabes a qué he venido. Quiero que hagáis para mí el número del melocotón.
-¿El número del melocotón? -replicó el viejo, asustado. ¡Pero eso es imposible! Ya veis: todos los árboles están secos. ¿A dónde voy a ir yo por un melocotón?
-Eso es asunto tuyo -respondió el ministro. Ya sabes lo que puede ocurrirte, si no lo haces -y abrió bien los ojos.
El padre del joven de la melena larga empezó a llorar. Pidió un melocotón a todos los allí reunidos, pero, como era de esperar. nadie pudo dárselo.
Entonces se paró de pronto y exclamó:
-¡Ya sé dónde puedo encontrarlo! En el jardín de Wang-MuNiang-Niang. Está en el cielo y en él crecen durante todo el año toda clase de frutos. ¿Pero cómo puedo llegar hasta allá arriba? El cielo está muy alto.
-¿Por qué no usas una escalera? -le preguntó el joven de la melena larga.
-¿Una escalera? -replicó el padre. ¡Imposible! No hay en el mundo una escalera tan larga. Además, Wang-Mu-NiangNiang cuida con tal celo de su jardín que, si algún intruso entra en él, en seguida lo descuartiza.
El viejo se puso pensativo. Empezó a caminar por entre la gente, dando grandes zancadas. Al fin se detuvo y dijo:
-Ya sé. Subiré por esta cuerda.
-Pero es muy corta -exclamó el joven de la melena larga. Además, no podrás trepar por ella. Te falta un punto de apoyo.
-¿Y para qué queremos nuestra magia? -preguntó, radiante, el viejo.
Agarró entonces el cabo de una soga increíblemente larga y comenzó a elevarse hacia el cielo.
-¡Extraordinario! -decían algunos de los presentes. ¿Cómo podrá hacer eso?
-Es sólo un truco -replicaban otros.
El padre del joven de la melena larga, no obstante, subió tan alto que se perdió entre las nubes. Sin embargo, al poco rato volvió a bajar, visiblemente fatigado.
-Esto es demasiado para mí -dijo, jadeando. Soy excesivamente viejo y me faltan las fuerzas. ¿Quieres hacerlo tú?
El joven de la melena larga parecía indeciso.
-No sé si podré -dijo, por fin. Nunca he trepado por una cuerda.
-Es muy sencillo -replicó su padre. Ya lo has visto. Sólo tienes que agarrar esta cuerda y dejarte llevar.
Así lo hizo el joven y también empezó a ascender por los aires. A los pocos minutos se perdió entre las nubes. La gente esperó y esperó, pero el muchacho no regresaba. Pronto comenzó a impacientarse.
-¿Qué pensabais? -preguntó, entonces, el padre. ¿Que el cielo está ahí, a la vuelta de la esquina? ¡Por supuesto que está muy lejos! Además, el jardín de Wang-Mu-Niang-Niang no está al principio, sino en el centro mismo del cielo.
Pero las palabras del viejo no tranquilizaron a nadie.
-¡Que baje de una vez! -empezaron a exigir algunos. Ese juego es peligroso y hoy es día de fiesta.
El padre del joven de la melena larga se volvió hacia el ministro del emperador.
-Ya veis lo que pide la gente. ¿Pensáis vos también que debo bajarle en seguida? ¿Qué hago? -preguntó con impaciencia.
-Sigue con tu juego y no me distraigas -replicó el ministro. Si me enredas con tus palabras, jamás podré descubrir tu truco.
-Ya veis lo que opina un ministro de nuestro señor -dijo el padre a la gente-. ¿Cómo voy a desobedecer yo los deseos de un fiel servidor del Hijo del Cielo? -y nadie se atrevió a decir nada.
Entonces, cuando más descuidados estaban todos, cayó del cielo un enorme melocotón. Era más grande que dos tazones de arroz unidos y no se rompió al caer. Todos los presentes gritaron, asombrados:
-¡Es maravilloso! Desde luego en el cielo existe un jardín que pertenece a Wang-Mu-Niang-Niang.
-¡Claro que sí! -replicó con viveza el padre del joven de la melena larga. ¿Acaso creíais que os estaba engañando? ¿Dónde, si no, podría haber conseguido mi hijo un melocotón tan grande en esta época del año?
Pero los que acompañaban al ministro empezaron a decir:
-Seguro que está hecho de algodón.
Entonces todos los asistentes se pusieron a gritar:
-¡Sí, es verdad! ¡Que nos lo deje tocar a ver si es un melocotón! -y el ministro ordenó que así se hiciera.
Pronto comprobaron todos que aquella era, en efecto, una fruta auténtica. Pero su entusiasmo no duró mucho. Al poco rato cayó la cuerda al suelo. El padre del joven de la melena larga se puso a temblar.
-Esto es que Wang-Mu-Niang-Niang ha descubierto a mi hijo y le ha cortado la cabeza -dijo, sollozando. ¿No lo veis? Esta soga ha sido cortada por una espada.
La gente se acercó y comprobó que era verdad.
-¿Está en peligro tu hijo? -preguntaron algunos, preocupados.
-No lo sé -respondió el viejo. Wang-Mu-Niang-Niang es muy vengativa. Seguro que no le deja volver vivo.
Casi inmediatamente cayó al suelo la cabeza del muchacho.
-¿No os lo dije? -gritó su padre. Wang-Mu-Niang-Niang no perdona a quien entra en su jardín.
No había terminado de hablar, cuando volvió a caer un brazo, y después una pierna, hasta que, finalmente, todo el cuerpo del joven de la melena larga yacía sin vida en el suelo. Su padre le metió en una caja y comenzó a pasar la gorra. El hombre no dejaba de llorar.
-Una limosna, amigos. Es para el entierro -decía con hondo pesar. Yo ya soy viejo y me moriré de hambre. Pero, por lo menos, que mi hijo disfrute de unos funerales dignos.
Los asistentes estaban tan conmovidos que, el que menos, le dio tres monedas de plata. Entonces, el viejo dio unos golpes en la caja y dijo:
-Vamos, hijo. Sal a dar las gracias a esta buena gente.
Y, en efecto, el joven de la melena larga se levantó, como si nada hubiera ocurrido. Se inclinó reverentemente y, de esta forma, agradeció su genero-sidad a todos los presentes.
-¿Habéis logrado descubrir el truco? -preguntaron al ministro sus criados.
-No -respondió, avergonzado. Todos los años el día antes de la primavera veo este número y nunca logro descubrir cómo lo hacen. Mi inteligencia no es tan penetrante como yo creía. Mañana presentaré mi dimisión al emperador.
Pero entonces el joven de la melena larga y su padre se transformaron en humo y subieron al cielo.
-Ahora caigo -exclamó el ministro, aliviado. Difícilmente puede explicarse lo que sólo los sabios celestes comprenden.
Y a todos los presentes se les multiplicó el dinero que habían dado, porque se habían apiadado de la desgracia de un padre anciano.

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