Los
dos hermanos eran leñadores. Aunque mantenían familias distintas,
seguían saliendo juntos a cortar leña. Después la repartían y
cada cual la vendía por su lado. Llevaban haciéndolo así muchos
años y jamás había habido la menor disputa entre ellos.
-Si
os viera vuestro padre, estaría orgulloso de vosotros -les decía su
madre. No sois muy ricos, pero seguís siendo hermanos.
Un
día, como de costumbre, salieron temprano de sus casas. Habían oído
hablar de unos espléndidos bosques de pinos y hacia ellos dirigieron
sus pasos. Antes de salir, no obstante, la esposa del mayor le dijo,
muy asustada:
-No
vayas a esos bosques, dueño mío. He tenido un sueño terrible, que
ahora no recuerdo, pero estoy segura de que era una premonición.
-¿Quién
puede hacernos daño? -la tranquilizó con ternura el hermano mayor.
Somos dos y, además, conocemos los bosques como si fueran nuestra
propia casa.
Tan
seguros se sentían los dos hermanos con sus hachas que también
desoyeron los consejos de una anciana a la que dieron agua por el
camino.
-¿El
bosque de los altos pinos? -preguntó la mujer, una vez que hubo
apagado su sed. No vayáis allí. Dicen que es la morada de un
monstruo terrible.
-¿Lo
ha visto alguien? -preguntó socarrón, el hermano mayor, pero en
seguida le pidió perdón por no haberla creído.
-Habladurías
de vieja -comentó después con su hermano.
El
tiempo pareció darle la razón. Durante tres días cortaron cuanta
madera quisieron y no se toparon con nada raro. Al cuarto, los
pájaros dejaron de cantar. Un extraño silencio se apoderó de todo
el bosque.
-Es
raro que todo esté tan callado -dijo el hermano menor.
-Te
das cuenta ahora porque estamos recogiendo todas nuestras cosas para
irnos a casa -le respondió el hermano mayor. La verdad es que
nuestros hachazos sobre la madera son tan sonoros y estamos tan
acostumbrados a ellos que, cuando no los damos, hasta una tormenta
nos parecería apacible.
Pero
no había terminado de hablar cuando apareció una enorme serpiente y
le mordió en la cabeza. Inmediatamente después comenzó a
tragárselo. El hermano menor no se dio cuenta de lo ocurrido, porque
estaba de espaldas.
-De
todas formas, me parece un poco raro este silencio -continuó la
conversación, ajeno a lo que sucedía. El bosque siempre es
bullicioso.
Entonces
se volvió y vio al monstruo. En seguida cogió el hacha y le dio dos
tajos en el lomo, pero la bestia era tan grande que apenas si los
sintió. Desesperado, el hermano menor optó por arrancarle
directamente la presa de la boca.
-¡Suéltale,
suéltale, monstruo informe! -gritó, al tiempo que tiraba con todas
sus fuerzas de las piernas de su hermano.
La
serpiente comenzó a sangrar por las dos heridas y, cansada de tanto
forcejeo, expulsó al hermano mayor. Después se deslizó por entre
los árboles y desapareció. Al los pocos minutos volvieron a
escucharse los habituales sonidos del bosque.
-¿Ves
cómo aquel silencio era extraño? -respondió con amargura a su
hermano. Si llegas a haberme hecho caso, no nos hubiera ocurrido esta
desgracia. Estás tan feo que me da miedo mirarte a la cara.
En
efecto, el hermano mayor parecía un hombre sin rostro. Los brazos y
el cuerpo, como habían estado menos tiempo en el estómago de la
serpiente, no habían cambiado mucho, pero la cara parecía de cera:
se le habían desdibujado la nariz y la boca y los ojos se habían
corrido hacia la izquierda. El dolor del hermano menor era tan fuerte
que olvidó la madera que habían cortado entre los dos.
-Has
hecho bien en no abandonarle, hijo mío -le agradeció su madre,
llorando.
-Cuidaré
de él como hubiera hecho él por mí, de estar yo en su lugar -y a
partir de entonces comenzó él solo a mantener a las dos familias.
Sin
embargo, no aprovechaba el tiempo tan bien como antes. Su odio hacia
las serpientes era tan grande que, cuando veía alguna, no paraba
hasta matarla. Estaba obsesionado con ellas y comenzó a ser conocido
como «el matador de serpientes».
-El
odio es malo -le dijo la mujer de su hermano. No distingue entre el
inocente y el culpable. Sólo la venganza puede restablecer el
equilibrio de la justicia.
Pero
no hizo caso de la sabiduría de estas palabras. Continuó matando
serpientes, como si de ello dependiera su vida. Un día se encontró
con una culebra que ni siquiera intentó huir al verle.
-Así
que eres tú el famoso matador de tantas de mis hermanas. ¿No te da
vergüenza? -le echó en cara el reptil. Yo te tenía por una buena
persona.
El
hermano menor reconoció en ella a la anciana a la que habían dado
de beber por el camino. Se quedó con el hacha suspendida sobre la
cabeza y sólo pudo decir:
-¡Una
serpiente le robó el rostro a mi hermano!
-¿Acaso
no os advertí del peligro que corríais? -replicó la culebra, y
volvió a tomar la forma de anciana. ¿Por qué no me hicisteis caso?
¡Es asombrosa la suficiencia que manifestáis los hombres!
El
hermano menor se sintió avergonzado, porque sabía que lo que decía
la culebra era verdad. Bajando los ojos al suelo, sólo se atrevió a
preguntar:
-¿Qué
puedo hacer? Ahora es ya demasiado tarde. La anciana le corrigió:
-Tarde
es palabra de seres que mueren pronto. Los hombres son longevos -y le
enseñó la manera de devolverle a su hermano su antigua apariencia.
Desde entonces dejó de matar culebras.
Siguiendo
las instrucciones de la anciana serpiente, el hermano menor llenó un
zurrón de hojas de bambú nuevo y partió hacia el bosque de los
altos pinos.
-¿Por
qué tienes que volver a ese lugar? -le disuadió su madre. ¿Acaso
quieres que muera de dolor? No podré soportar tener dos hijos sin
rostro.
Pero
el hermano menor la tranquilizó diciendo:
-Voy
en busca de la cara de mi hermano. Quien se la robó aún la guarda
en su cuerpo -y la mujer se quedó más tranquila.
El
bosque de los pinos altos estaba muy bullicioso cuando llegó él. El
hermano menor vio esparcida por el suelo la madera que había cortado
hacía ya muchos meses. Se sentó en un tronco y empezó a esperar.
A
las dos horas se hizo un profundo silencio.
«El
monstruo se está acercando -se dijo. Conviene que esté preparado.»
En
efecto, la gigantesca serpiente se presentó antes de lo que había
esperado. Le rodeó con sus anillos y comenzó a tragárselo.
Entonces el hermano menor abrió el zurrón y empezó a masticar las
hojas de bambú nuevo. No dejó de hacerlo durante todo el tiempo que
estuvo en el cuerpo de la bestia. Los jugos gástricos ni siquiera le
rozaron la piel.
Cuando
estuvo cerca del ano, sacó un cuchillo. Después, con increíble
destreza, le dio un tajo profundo. La serpiente lanzó entonces un
alarido y se escabulló bosque arriba. El hermano menor cogió
entonces el ano del monstruo y partió hacia su casa. Era enorme, más
amplio que la boca de una tinaja de agua.
-¿Para
eso has ido al bosque de los altos pinos? -le regañó la mujer de su
hermano. Era preferible que hubieras matado a la fiera. Por lo menos
tu hermano hubiera sido vengado.
Pero
él tomó el ano de la serpiente y se lo pasó una sola vez a su
hermano por todo el cuerpo. Su cara recobró los rasgos de antes y
comenzó a hablar:
-He
soñado que nos metíamos en los dominios de un príncipe -dijo- y
que yo era condenado a no tener rostro. Afortunadamente todo ha sido
un sueño.
Todos
se miraron asombrados. Entonces el hermano menor recordó lo que le
había dicho la anciana serpiente del agua:
-Los
monstruos también tienen morada. ¿Por qué no respetársela, si es
suya y ellos no son culpables de su maldad?
0.005.1 anonimo (china) - 049
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