Al
principio el mono era uno más entre los dioses. Su imaginación era
tan despierta que todos le conocían por el nombre de lámpara. Por
eso, cuando los hombres se acercaron a rendirles por primera vez
pleitesía, el mono se dijo:
-Me
adorarán a mí el primero, porque soy el más inteligente.
Pero
los hombres se olvidaron de él. Todos los dioses recibieron regalos
suyos. Hasta el dios de la cocina y el que guarda las puertas de las
casas parecían muy contentos con sus presentes.
-Parecéis
niños -les regañó el mono lámpara. Os han dado lo que a ellos les
sobra. No comprendo cómo podéis estar tan alegres.
Pero
nadie le contestó como se merecía, porque todos sabían que los
hombres se habían olvidado de él. Ni siquiera el dios de los campos
y las tierras, que era muy tosco, le echó una de las suyas.
-¡Pobre
mono lámpara! -se compadeció la emperatriz del cielo. Debe ser muy
triste ser alguien y tener las manos vacías.
El
mono lámpara se sentó en una nube y vagó por todo el mundo. En sus
ojos había anidado la tristeza.
-¿Cómo
eres tan tonto tú, que te consideras tan inteligente? -le echó en
cara el sol. ¿Qué puede importarte a ti la pleitesía de unos seres
de tan poca monta?
El
sol también estaba resentido con los hombres, porque habían
adoptado el calendario lunar y se habían olvidado de él.
-Tienes
razón -replicó el mono lámpara. Pero, aunque mi mente es
penetrante, anhela la pleitesía como lo débil el calor de tus
rayos.
-Entonces
véngate -le sugirió el sol.
Y
el mono abandonó su nube. Tan pronto como regresó a la capital de
los dioses, fue a ver al Señor del Cielo.
-Los
hombres te han engañado con unos regalos que no valen para nada
-dijo el mono.
-¿A
mí engañarme? ¿Quién puede engañarme a mí? -preguntó,
iracundo, el Señor del Cielo.
-No
te enfades -replicó el mono. ¿No es verdad que los hombres siempre
te estén suplicando que les protejas y que llenes sus graneros de
arroz y maíz?
Cuentos
de la China milenaria
-Así
es. Pero yo comprendo que la tierra es dura y los elementos, crueles.
¿Qué podrían hacer, si yo no les ayudara?
-¿Lo
ves? -preguntó el mono con tranquilidad. Te han engañado. Los
hombres, en realidad, son unos vagos. No cultivan absolutamente nada
y después vienen a suplicarte a ti que les ayudes.
El
Señor del Cielo montó en cólera y decidió inmediatamente bajar a
la tierra a ver si era verdad.
-¿Por
qué haces caso al mono lámpara? -le preguntó la Emperatriz
Celeste. ¿Acaso no sabes que la envidia le corroe?
Pero
el Señor del Cielo ni siquiera le respondió. Se disfrazó de viento
y recorrió la tierra de cabo a rabo. Los campos, en efecto, estaban
abando-nados. Ni una sola brizna de hierba crecía en ellos. Pero el
Señor del Cielo no se dio cuenta de que era invierno.
-¿Ves
cómo era verdad lo que te decía? -le preguntó el mono lámpara,
antes de que pudiera quitarse su disfraz de huracanes.
El
Señor del Cielo estaba enfadadísimo. En seguida hizo venir a su
presencia al dios del mar. Era viejo, olía a pescado y sus cabellos
estaban hechos de algas.
-Quiero
que destruyas a los hombres -le dijo sin rodeos.
-¿Por
qué? Bueno..., no está bien que me entrometa en tus asuntos -se
corrigió el dios del mar. ¿Para cuándo quieres que lo haga? Ya
sabes que yo necesito tiempo. Soy demasiado viejo para hacer las
cosas precipitadamente.
-Cuanto
antes -bramó el Señor del Cielo y se retiró a sus aposentos.
El
anciano de los cabellos de algas se puso a trabajar en seguida. Todos
los dioses estaban asombrados. Jamás le habían visto tan ocupado.
«Es
extraño», se dijo el dios de la tierra.
-¿Acaso
piensas anegar mis dominios con tu pestilencia de sardinas? -le
preguntó, por fin.
-Así
es -respondió el dios del mar, y le reveló el motivo de sus
preparativos.
En
cuanto se enteraron los dioses de la cocina y de la puerta, fueron a
ver al Señor del Cielo.
-¿Qué
es eso de que vas a destruir a los hombres? -le preguntaron.
El
Señor del Cielo les explicó sus motivos y ellos se echaron las
manos a la cabeza.
E!
mono lámpara
-¿Vagos
los hombres? ¿Quién te ha venido con ese cuento? ¿Acaso no les
conocemos bien nosotros, que estamos todo el día a su lado?
Entonces
el Señor del Cielo empezó a dudar, porque los dioses de la cocina y
de la puerta siempre habían sido muy sinceros. Sin embargo, el mono
lámpara no dejaba de murmurarle al oído:
-No
les hagas caso. ¿No ves que estos dioses dejarían de existir, si
aniquilaras a los hombres?
La
indecisión se apoderó de su corazón. Decidió, por tanto, enviar a
la tierra al dios que siempre decía la verdad. No tenía nombre y
poseía la forma de un corazón de plata.
El
mono lámpara se enteró y le gritó al sol:
-El
dios que siempre dice la verdad va hacia la tierra. ¡Escóndete
cuanto antes!
En
seguida surgieron en el cielo unas nubes cargadas de lodo. Eran de
color terroso y, al transformarse en lluvia, mancharon al corazón de
plata. Así, quedó ciego y no pudo decir la verdad.
-¡Hazme
regresar, Señor del Cielo! -gritaba, desesperado. Con esta suciedad
mi misión será inútil.
Pero
estaba ya muy cerca de la tierra y no pudo oírle.
Al
llegar al suelo, se topó con dos hombres. Eran jóvenes y caminaban
cabizbajos, como si estuvieran muy tristes.
-¿Podéis
decirme lo que veis? -preguntó el corazón de plata. Tengo que tomar
nota de cuanto hay aquí y no veo nada.
-¿También
tú eres ciego?
El
corazón de plata no salía de su asombro.
-¿Quieres
decir que todos los hombres sois como yo? -volvió a preguntar.
-Sí.
Nos hemos vuelto ciegos de tanto llorar. El Señor del Cielo quiere
aniquilarnos.
Sus
lágrimas limpiaron el barro que manchaba al corazón de plata y vio
con toda claridad lo que ocurría en la tierra. Cuando regresó al
cielo, el dios del mar había terminado todos sus preparativos y
estaba jovial.
-Mañana
a estas horas no quedará ni un solo hombre sobre la tierra -informó,
satisfecho, al Señor del Cielo. Soy viejo, pero siempre hago las
cosas bien.
-¿No
puedes esperar un minuto? -le regañó el Emperador Celeste. ¿No ves
que estoy hablando con el corazón de plata?
-Perdonadme
-se disculpó el dios del mar. No me había dado cuenta.
Y
agachó, avergonzado, su cabellera de algas.
Sin
embargo, se enfadó mucho, cuando el Señor del Cielo le prohibió
seguir adelante con sus planes.
-¡Es
ya demasiado tarde! -protestó con firmeza. ¿No lo comprendéis?
Mis ejércitos de olas están a punto y los vientos están ya
orientados.
-Entonces
que descarguen su furia contra el mono -volvió a decir el Señor
del Cielo. Es el único culpable.
-Si
es así -dijo con calma, ¿para qué esperar a mañana? Y abandonó
la sala de audiencias.
El
mono estaba celebrando con el sol su victoria sobre los hombres. Se
había sentado en una nube y lamía con fruición la nevada cumbre de
una montaña. Entonces le alcanzó una ola gigante y le arrojó al
vacío.
-¡Arréglatelas
como puedas! -gritó el sol, saltando hacia lo alto. Ya sabes que el
fuego y el agua no nos llevamos bien. Lo comprendes, ¿verdad?
Pero
el mono no podía decir nada. El dios del mar le zarandeó con tal
fuerza que la inteligencia se le salió por la boca. Cayó a tierra y
la encontró un niño de diez años.
-¿Qué
es esa cosa tan rara?
-No
sé -respondió el amigo que le acompañaba, pero parece una lámpara
vieja -y se la llevaron, contentos, a su casa, porque pensaron que
era de bronce.
Después
de mil años el dios del mar se cansó y arrojó al mono al interior
de una selva. Allí trepó a un árbol y empezó a comer plátanos.
Nunca pudo recordar que había sido un dios y que la envidia le
perdió.
0.005.1 anonimo (china) - 049
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