En
un pueblo donde la comida escaseaba, vivían tres hermanos: Ebeme,
Oja y Pipi.
Ebeme
se fue de casa para encontrar trabajo y dejar de ser una carga para
la familia. Cuando llevaba cuatro días de camino encontró un
riachuelo y, dejando la bolsa en el suelo, se agachó para beber
agua. Le pareció oír una voz: miró por todos lados y, al no ver a
nadie, recogió la bolsa para proseguir su camino. Al reemprender la
marcha observó que, a cada paso que daba, la voz sonaba de nuevo.
Entonces
vio a un viejo que se interesó por el motivo de su viaje. Ebeme le
contó su situación, y el viejo le aconsejó: «Sigue por este
camino hasta que encuentres un palacio; en él hallarás el trabajo
que buscas». Y, efectivamente, las instrucciones del viejo
resultaron correctas: encontró el palacio, llamó a la puerta, y le
encargaron que cuidara del jardín, de los animales y de la casa.
Ebeme
estuvo trabajando sin cobrar durante todo un año. Al cabo de este
tiempo anunció a su amo que deseaba regresar a casa. El dueño del
palacio no tenía dinero; pero le ofreció un pañuelo que, según
dijo, le proporcionaría todo lo que deseara. Ebeme se despidió y
partió hacia su pueblo.
Cuando
ya llevaba cuatro días andando vio la cabaña de unos viejos; se
acercó a ella y solicitó que le acogieran durante aquella noche.
Como los viejos no tenían nada que ofrecerle, Ebeme sacó el pañuelo
y le ordenó que hiciera aparecer una mesa llena de toda suerte de
manjares. El pañuelo cumplió su cometido; y los tres comensales se
hartaron tanto como quisieron y se fueron a dormir. En mitad de la
noche los viejos cogieron el pañuelo mágico de Ebeme y se lo
cambiaron por otro que era exactamente igual.
A
la mañana siguiente, Ebeme continuó su camino y llegó hasta su
pueblo, donde sus padres y hermanos le recibieron con júbilo. Él
estaba orgulloso de lo que había ganado y llamó a todo el pueblo
para observarlo. Cuando toda la gente estaba reunida, se dirigió al
pañuelo ordenándole que hiciera aparecer una gran mesa con comida
suficiente para todos. El pañuelo, para vergüenza del pobre chico,
no sacó más que animales feroces que pusieron en peligro a todos
los invitados.
Pasó
el tiempo y Oja, el segundo de los hermanos, anunció que se iba a
buscar trabajo. Hizo el mismo recorrido que Ebeme, encontró al mismo
viejo, se dirigió al; mismo palacio, trabajó durante el mismo
tiempo y regresó de la misma manera: porque también aquellos dos
viejos se quedaron con su pañuelo; y, al querer demostrar a todo el
pueblo lo que había ganado, también quedó en ridículo.
Pipi
crecía y crecía. Cuando se hizo mayor siguió los pasos de sus dos
hermanos hasta aquel palacio maravilloso donde, al cabo de un año de
trabajo, recibió como paga un tercer pañuelo. Pipi emprendió el
regreso y, al cabo de cuatro días, paró en la casa de los dos
viejos. Por la noche, sin embargo, en lugar de dormirse se mantuvo al
acecho. Y cuando se disponían a robarle el pañuelo, se levantó de
la cama, se arrojó sobre los viejos y les obligó a devolverle los
pañuelos de sus hermanos.
Pipi
volvió a casa con los tres pañuelos. No convocó al pueblo, porque
ya nadie se fiaba de sus afirmaciones. Así que, una vez en casa,
contó a sus hermanos lo sucedido y les devolvió los pañuelos que
les habían robado. Allí mismo celebraron un gran festín. Y jamás
volvieron a pasar hambre.
Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
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