En
un pueblo vivía una chica muy hermosa que se llamaba Magutín. Era
buena y amable; y después de realizar el trabajo de su casa acudía
a buscar agua para una vecina suya, muy vieja y con los ojos llenos
de unas asquerosas legañas de las que supuraba mucha porquería.
La
vieja estaba agradecida de la ayuda que la bella Magutín le
prestaba. Y a partir de un cierto momento empezó a pedirle que le
lamiera las legañas. Magutín quería complacerla; pero cada vez que
acercaba su cara a la de la vieja, unas terribles náuseas le
provocaban los vómitos más dolorosos.
La
vieja insistía e insistía, prometiéndole una importante recompensa
si su deseo se cumplía. Por fin Magutín sacó fuerzas de flaqueza,
se inclinó sobre la vieja y empezó a lamérselas. Al instante
empezó a manar leche de los ojos de la anciana, al tiempo que
depositaba en las manos de la chica un anillo mágico que, según
dijo, le proporcionaría todo lo que deseara.
Mientras
tanto, el rey de aquel lugar estaba triste: su mujer la reina había
enfermado, y ninguna de las medicinas que habían probado surtía
efecto. La reina empeoraba de día en día; y el rey decidió mandar
a su hijo por todo el reino, para que viera de encontrar alguna otra
medicina más efectiva.
Así
fue como el apuesto príncipe llegó al pueblo de Magutín. Al ver a
aquella chica tan bella, quedó prendado de su hermosura. Y,
acercándose a ella, le contó su historia. Magutín entró en su
casa y pidió al anillo mágico una medicina eficaz para la reina;
pero, como no apareció nada, temió que el poder del anillo no fuera
cierto. Salió de la casa y se despidió del príncipe, que continuó
su camino.
Sin
embargo, cuando Magutín regresaba a su hogar vio que en el jardín
había una planta nueva, que jamás había visto, con la flor más
hermosa que uno pueda imaginarse. La muchacha guardó algunas hojas
de aquella planta en su bolsillo; y, dirigiéndose a su anillo, le
ordenó que la llevara a la cocina del palacio del rey.
Una
vez allí sacó sus hojas, preparó una infusión con ellas y la
llevó a la habitación donde la reina se hallaba postrada. La
infusión surtió efecto en el acto y el rey, al ver a su esposa
curada, ofreció a Magutín la mano de su hijo el príncipe. Se
casaron, vivieron muy felices y tuvieron muchos hijos.
Por
eso, en la isla de Annobón, cuando alguna mujer titubea ante algún
ofrecimiento, las personas que la rodean suelen decir: «Lame,
Magutín, no dejes pasar esta oportunidad».
Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050
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