Un
padre, una madre y un hijo vivían en el pueblo de Awal. Cada mañana
el hijo se dirigía a la playa para recoger agua salada: la dejaban
evaporar y, con la sal que se depositaba, la madre podía preparar la
comida para todos.
Sin
embargo, la buena mujer estaba intrigada: cada vez que su hijo iba a
la playa encontraba a un viejo encima de una roca que, ofreciéndole
una vasija, le pedía que se la llenara también de agua salada. El
chico era complaciente y obedecía al anciano. Pero su madre era
curiosa y le sugirió: «Cuando vuelva a pedirte agua salada, dile
que podría compartir su comida contigo».
El
muchacho cumplió lo que su madre quería. Y el viejo, que no tomaba
más que aquella agua, contestó: «No tengo ningún inconveniente en
compartirla, aunque a lo mejor te resultará una comida un poco
amarga».
Al
regresar a casa, el chico sentía un dolor de vientre muy agudo, que
le obligó a acostarse con rapidez. Y al día siguiente sufrió una
fuerte diarrea.
La
madre comprendió lo ocurrido. Y desde aquel día, en la isla de
Annobón, se utiliza el agua del mar para ablandar y limpiar el
estómago.
Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050
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