Pudumalasak
era un hombre famoso por su maldad. Por esta razón ninguna mujer
quería casarse con él. Sin embargo, tenía buena suerte a la hora
de buscar trabajo.
En
una ocasión le encargaron que cuidara a siete niños: él prometió
hacerlo, pero los maltrató tanto que al llegar la noche le echaron.
Buscó un nuevo trabajo y le encargaron que cuidara de unos cerdos:
por la tarde los mató a todos y también perdió su segundo trabajo.
Luego encontró a alguien que le propuso cuidar una finca de caña de
azúcar: al cabo de pocos días cortó todas las cañas y también
tuvieron que echarle.
Pudumalasak
estaba tan desmoralizado, al darse cuenta de que perdía todos sus
trabajos, que prefirió morir. Llamó a la misma muerte y, cuando
ésta apareció, le dijo: «Quiero que me lleves contigo, pero antes
quisiera comer un poco. Te ruego que subas a este aguacatero y me
traigas unos cuantos aguacates para satisfacer mi hambre».
La
muerte, sorprendida al encontrar a alguien que aceptaba su presencia
con gusto, apoyó la guadaña en el tronco del árbol y subió a él.
Pudumalasak aprovechó la ocasión para cogerle la herramienta:
«Ahora ya no podrás llevarte a nadie más». Y la muerte, enfadada
al verse ridiculizada por aquel malvado, le juró que jamás volvería
a tratar con él.
Pudumalasak,
que quería realmente morir, estaba preocupado. Sin saber qué hacer,
se dirigió al infierno. Pero allí no quisieron saber nada de él,
puesto que su maldad superaba a la del mismo Satanás. A continuación
probó suerte en el purgatorio, donde fue igualmente rechazado: era
lugar para personas que están entre el bien y el mal, y él no
cumplía los requisitos.
Por
fin subió al cielo, donde San Pedro le cerró el paso: «Éste es
lugar para los buenos y tú eres la maldad personificada». Mas, al
cerrar la puerta, le pilló los dedos.
El
alarido que soltó Pudumalasak tuvo la virtud de conmover al santo
portero, que volvió a abrir la celestial puerta para reparar el daño
que había provocado. Y Pudumalasak aprovechó la circuns-tancia para
entrar
en la gloria y sentarse en la silla del santo. Éste fue a protestar
a Dios por la presencia de aquel malvado, y regresó con órdenes
tajantes de expulsarle del paraíso.
Pero
Pudumalasak se aferró bien a la silla y San Pedro no pudo hacer nada
por levantarle de allí. Y así fue como nuestro amigo se quedó para
siempre en el eterno edén.
Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050
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