En
el mar vivían dos tortugas, un hombre y una mujer. Ella se
encontraba a punto de poner huevos y dijo a su marido: «Acompáñame,
que ya llega el momento y no quiero ir sola». Efectivamente, la
acompañó; y dispusieron los huevos junto a una enorme roca que
estaba en el fondo.
Al
cabo de tres días regresaron a la roca para llevarse a sus pequeños.
Pero había sucedido que otros animales se habían comido los huevos,
y no se veían ni las cáscaras. El marido proclamó: «No vuelvas a
pedirme que te acompañe, ni a poner los huevos ni a buscar a
nuestros hijos; porque ya ves que aquí no hay nada; y debes haber
sido tú la que ha dado buena cuenta de nuestros pequeños».
La
tortuga, que había escarmentado, cuando tuvo que volver a poner
huevos se dirigió a la playa sin comentar nada a su marido; una vez
allí hizo un agujero, metió los huevos dentro y regresó al mar. Al
cabo de tres días se acercó a la playa y silbó para que sus hijos
acudieran junto a ella. Las pequeñas tortuguitas salieron del
agujero y empezaron a andar por la playa; pero iban tan despacio que
las aves que había por allí las picoteaban salvajemente.
Cuando,
por fin, llegaron al agua y se reunieron con su madre, ésta las
llevó ante su marido, que dijo: «Veo que has traído a nuestros
hijos. Pero a uno le falta una pata, al otro la cola... ¿Qué ha
sucedido?». La mujer contó todo lo acontecido, para que el marido
tortuga se diera cuenta de que no era ella la que se comía a sus
hijos.
Y
desde aquel día la tortuga de mar pone sus huevos en la arena.
Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050
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