Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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miércoles, 13 de junio de 2012

El honorable sié


El honoroble secretario Sié Wei padecía una extraña dolencia. Tras una semana de aguda enfermedad entró en coma. Se hubiera dicho que ya es­taba muerto, sólo una levísima respira­ción denotaba que aún persistía la vida en aquel cuerpo. En tan grave estado el honorable Sié Wei pasó veinte lar­gos días. De pronto, tras haber apare­cido la luna veinte noches seguidas en el cielo estrellado, el secretario Sié se incorporó de repente en el lecho y dio una extraña orden a sus familiares:
-No perdáis ni un momento. ¡Id inmediatamente a la subprefectura y traedme a mis subordinados, he de ha­blarles urgentemente!
Todo el mundo que contempló aque­lla escena quedó vivamente sorprendi­do, pero nadie se atrevió a replicar al dueño de la casa, que todavía los dejó más perplejos al añadir:
-Encontraréis a todos mis colegas comiendo picadillo de pescado.
Los subordinados de Sié se alegra­ron mucho de la súbita mejora de sa­lud del señor Sié y rápidamente se en­caminaron hacia la casa para dar cum­plimiento a sus deseos. El criado que había ido a avisarles era muy bien edu­cado y no dijo ni una palabra, pero en su interior se quedó pasmado al ver que tal como había dicho su amo todos aquellos señores en aquel momento es­taban comiendo picadillo de pescado.
Los ayudantes del honorable secre­tario Sié al hallarse ante su presencia hicieron mil reverencias y le expresa­ron la profunda alegría que sentirían por su total restablecimiento, pero Sié se limitó a preguntarles:
-Decidme, ¿hoy habéis enviado a Tchang Pi a comprar pescado, verdad?
-Así es, señor.
-Oye, Tchang Pi -dijo el señor Sié dirigiéndose a su empleado-, ¿no es cierto que cuando fuiste a comprar el pescado, Tchao Kien, el pescador que te lo vendió, quería darte primero uno muy pequeño y trataba de ocultarte el grande, pero tú te diste cuenta y no permitiste que te engañara y te llevaste el grande? ¿Y no es cierto también que al volver a la subprefectura te encon­traste a los porteros jugando al ajedrez en el umbral de la puerta y que luego tropezaste casi con Pai que estaba co­miendo almendras y con Tcheou y Le¡ que estaban jugando al dominó? Y lue­go también sé lo que pasó: Pai al en­terarse del engaño que había querido llevar a cabo el pescador le hizo azotar y después tú fuiste directamente a dar­le la carpa, tal era el pescado que ha­bías comprado, a Wang, el cocinero, que se alegró mucho al ver que le ha­bías traído una carpa tan descomunal y se preparó para matarla inmediata­mente.
Tchang Pi se había puesto lívido. ¿Cómo era posible que el honorable Sié estuviera enterado de todo lo que él había hecho? ¿Se habría convertido tal vez en su sombra? Todos los pre­sentes llenos de asombro dijeron a la vez:
-Señor, ¿cómo es posible que po­dáis saberlo todo si no os habéis levan­tado de la cama?
-Lo sé todo porque la carpa, a quien ha dado muerte el cocinero Wang, soy yo. Ya veis, amigos, cómo he podido saberlo...
Los honorables amigos del señor Sié tuvieron que sentarse: la sorpresa ha­bía sido tan grande que las piernas les flaqueaban.
El secretario Sié sonrió finamente y empezó su largo y extraño relato, que más bien era un sueño aunque él no lo creyera:
-Todo empezó cuando comencé a encontrarme mal: me dolía la cabeza y notaba que tenía una fiebre muy alta. Pero, de repente, sin que pudiera expli­cármelo, mé encontré en perfecto esta­do de salud y corn ganas de dar un lar­go paseo; cogí la caña de pescar y me encaminé lentamente hacia el río. Cuan­do vi aquella agua tan clara no pude resistir la tentación de bañarme. Ha­cía muchos años que no buceaba, desde mi infancia; me eché al agua y sentí una reconfor-tante sensación de frescor, y un extraño pensamiento acudió a mi mente. Sería agradable, pensé, poder convertirse en pez y nadar raudo por debajo del agua; lástima que tal cosa no les esté permitida a los humanos. En aquel mismo instante me sobresalté al oír que a mi lado un enorme pez de relucientes escamas me decía con gran seriedad:
»-Cógete a mi cola y te llevaré a ver a alguien que tal vez pueda colmar tus deseos.
»Seguí su sugerencia, me agarré a su cola y pronto me encontré ante un gigante con cuerpo de hombre y cabeza de pescado; iba montado sobre una ba­llena y millares de peces le seguían. En cuanto me vio me dirigió la palabra diciendo:
»-Secretario Sié, hemos visto que eres un verdadero amante del río y de sus habitantes y acabamos de enterar­nos de cuál sería tu mayor deseo. Como premio a que eres un hombre bueno y honrado vamos a concederte que logres metamorfosearte en una carpa roja; morarás en el lago del Este. Y ahora sólo me resta decirte algunas cosas que tal vez no sabes. Queda prohibido ata­car a nadie valién-dose de la ventaja de poder circular por debajo del agua y tampoco está permitido ser goloso y morder los cebos de los pescadores. ¡Recuérdalo!
»Tan pronto como aquel fantástico personaje submarino acabó de decir es­tas palabras me vi convertido en una carpa roja de gran tamaño. Mi alegría fue inmensa, me deslizaba por debajo del agua con una ligereza y una suavi­dad verdaderamente maravillosas, po­día recorrer todo el río libremente y maravillarme con el hermoso paisaje subacuático. Sólo tenía que recordar que por la noche tenía que regresar al lago del Este, pues allí era donde es­taba mi morada.
»Al principio todo fue bien; yo era feliz, pero luego empecé a sentir la tortura del hambre, no resultaba fácil encontrar comida y menos para un pez inexperto como yo. Cierto día en que vagaba errante por el río buscando algo para llevarme a la boca divisé a lo lejos la embarcación de Tchao Kien; vi como éste sacaba su caña y tras ha­ber preparado el anzuelo lo echaba al agua; yo conocía bien aquellos engaños de los hombres, pero el hambre le im­pide razonar hasta a un pez. Mordí el anzuelo con todas mis fuerzas pensan­do que como al fin y a la postre yo era un hombre que sólo se hallaba meta­morfoseado pasajeramente ya me las arreglaría para explicarle a Tchao Kien quién era yo. No iba a atreverse el pes­cador a matar a un honorable secre­tario que además era su primer cliente. No sé cómo tuve tiempo de pensar tan­tas cosas, porque el caso es que el pes­cador me sacó del agua en un ins­tante.
»Cuando me encontré echado en el fondo de la barca empecé a llamarle diciendo: "¡Eh! Tchao Kien, sácame de aquí, ¿no ves que soy el secretario Sié?" Pero el pescador aunque me miraba no me decía nada, sólo sonreía y decía alegremente:
»-Por Buda, hoy sí que ha sido buena la pesca; por esta carpa tan gran­de me van a dar un buen montón de sapeques.
»Yo repetía una y otra vez angustia­do: "No seas tan tonto, Tchao Kien, ¿no ves que soy el honorable secretario Sié?" Después todo transcurrió como he dicho; Tchang Pi me compró, y por mucho que yo le decía: "Tchang Pi, no seas hijo de tortuga, ¿no ves que soy tu honorable jefe Sié?", Tchang Pi tam­poco parecía enterarse de nada de lo que le estaba diciendo. Luego cuando me vi entre las manos del cocinero Wang me eché a temblar y con las es­casas fuerzas que me quedaban empe­cé a gritar:
»"-Wang, amigo mío, ¿cómo puedes ser capaz de cometer esa barbaridad? Deja ese cuchillo y mírame bien, ¿no me reconoces? Soy el secretario Sié, tu amo"; pero Wang en lugar de escuchar­me se limitaba a darme la vuelta de uno y otro lado murmurando: "iQué picadillo, qué picadillo tan sabroso voy a hacer con esa carpa! Nunca había visto otra igual y eso que yo soy viejo." De pronto noté que Wang me cogía con fuerza y apoyando mi cabeza sobre un madero, ¡zas!, dejó caer el cuchillo con todas sus fuerzas sobre mi roja cabe­za. En aquel mismo instante me sentí mejor, me incorporé en el lecho y me vi otra vez bajo mi forma humana...
Tchang Pi estaba consternado, Wang lloraba a lágrima viva y se lamentaba diciendo :
-¡Oh señor Sié, cómo podía yo su­poner, cómo podía yo suponer... que aquella carpa que abría la boca erais vos!
A partir de aquel día nunca más nin­gún empleado de la subprefactura vol­vió a comer pescado. Tchao Kien el pescador perdió a sus mejores clientes.
Sié Wei sanó completamente de su enfermedad y los dioses le concedieron aún larga vida.

005. anonimo (china)

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