El
honoroble secretario Sié Wei padecía una extraña dolencia. Tras una semana de
aguda enfermedad entró en coma. Se hubiera dicho que ya estaba muerto, sólo
una levísima respiración denotaba que aún persistía la vida en aquel cuerpo.
En tan grave estado el honorable Sié Wei pasó veinte largos días. De pronto,
tras haber aparecido la luna veinte noches seguidas en el cielo estrellado, el
secretario Sié se incorporó de repente en el lecho y dio una extraña orden a
sus familiares:
-No
perdáis ni un momento. ¡Id inmediatamente a la subprefectura y traedme a mis
subordinados, he de hablarles urgentemente!
Todo el
mundo que contempló aquella escena quedó vivamente sorprendido, pero nadie se
atrevió a replicar al dueño de la casa, que todavía los dejó más perplejos al
añadir:
-Encontraréis
a todos mis colegas comiendo picadillo de pescado.
Los
subordinados de Sié se alegraron mucho de la súbita mejora de salud del señor
Sié y rápidamente se encaminaron hacia la casa para dar cumplimiento a sus
deseos. El criado que había ido a avisarles era muy bien educado y no dijo ni
una palabra, pero en su interior se quedó pasmado al ver que tal como había
dicho su amo todos aquellos señores en aquel momento estaban comiendo
picadillo de pescado.
Los
ayudantes del honorable secretario Sié al hallarse ante su presencia hicieron
mil reverencias y le expresaron la profunda alegría que sentirían por su total
restablecimiento, pero Sié se limitó a preguntarles:
-Decidme,
¿hoy habéis enviado a Tchang Pi a comprar pescado, verdad?
-Así es,
señor.
-Oye,
Tchang Pi -dijo el señor Sié dirigiéndose a su empleado-, ¿no es cierto que
cuando fuiste a comprar el pescado, Tchao Kien, el pescador que te lo vendió,
quería darte primero uno muy pequeño y trataba de ocultarte el grande, pero tú
te diste cuenta y no permitiste que te engañara y te llevaste el grande? ¿Y no
es cierto también que al volver a la subprefectura te encontraste a los
porteros jugando al ajedrez en el umbral de la puerta y que luego tropezaste
casi con Pai que estaba comiendo almendras y con Tcheou y Le¡ que estaban
jugando al dominó? Y luego también sé lo que pasó: Pai al enterarse del
engaño que había querido llevar a cabo el pescador le hizo azotar y después tú
fuiste directamente a darle la carpa, tal era el pescado que habías comprado,
a Wang, el cocinero, que se alegró mucho al ver que le habías traído una carpa
tan descomunal y se preparó para matarla inmediatamente.
Tchang
Pi se había puesto lívido. ¿Cómo era posible que el honorable Sié estuviera
enterado de todo lo que él había hecho? ¿Se habría convertido tal vez en su
sombra? Todos los presentes llenos de asombro dijeron a la vez:
-Señor,
¿cómo es posible que podáis saberlo todo si no os habéis levantado de la
cama?
-Lo sé
todo porque la carpa, a quien ha dado muerte el cocinero Wang, soy yo. Ya veis,
amigos, cómo he podido saberlo...
Los
honorables amigos del señor Sié tuvieron que sentarse: la sorpresa había sido
tan grande que las piernas les flaqueaban.
El
secretario Sié sonrió finamente y empezó su largo y extraño relato, que más
bien era un sueño aunque él no lo creyera:
-Todo
empezó cuando comencé a encontrarme mal: me dolía la cabeza y notaba que tenía
una fiebre muy alta. Pero, de repente, sin que pudiera explicármelo, mé
encontré en perfecto estado de salud y corn ganas de dar un largo paseo; cogí
la caña de pescar y me encaminé lentamente hacia el río. Cuando vi aquella
agua tan clara no pude resistir la tentación de bañarme. Hacía muchos años que
no buceaba, desde mi infancia; me eché al agua y sentí una reconfor-tante
sensación de frescor, y un extraño pensamiento acudió a mi mente. Sería
agradable, pensé, poder convertirse en pez y nadar raudo por debajo del agua;
lástima que tal cosa no les esté permitida a los humanos. En aquel mismo
instante me sobresalté al oír que a mi lado un enorme pez de relucientes escamas
me decía con gran seriedad:
»-Cógete
a mi cola y te llevaré a ver a alguien que tal vez pueda colmar tus deseos.
»Seguí su
sugerencia, me agarré a su cola y pronto me encontré ante un gigante con cuerpo
de hombre y cabeza de pescado; iba montado sobre una ballena y millares de
peces le seguían. En cuanto me vio me dirigió la palabra diciendo:
»-Secretario
Sié, hemos visto que eres un verdadero amante del río y de sus habitantes y
acabamos de enterarnos de cuál sería tu mayor deseo. Como premio a que eres un
hombre bueno y honrado vamos a concederte que logres metamorfosearte en una
carpa roja; morarás en el lago del Este. Y ahora sólo me resta decirte algunas
cosas que tal vez no sabes. Queda prohibido atacar a nadie valién-dose de la
ventaja de poder circular por debajo del agua y tampoco está permitido ser
goloso y morder los cebos de los pescadores. ¡Recuérdalo!
»Tan pronto
como aquel fantástico personaje submarino acabó de decir estas palabras me vi
convertido en una carpa roja de gran tamaño. Mi alegría fue inmensa, me
deslizaba por debajo del agua con una ligereza y una suavidad verdaderamente
maravillosas, podía recorrer todo el río libremente y maravillarme con el
hermoso paisaje subacuático. Sólo tenía que recordar que por la noche tenía que
regresar al lago del Este, pues allí era donde estaba mi morada.
»Al
principio todo fue bien; yo era feliz, pero luego empecé a sentir la tortura
del hambre, no resultaba fácil encontrar comida y menos para un pez inexperto
como yo. Cierto día en que vagaba errante por el río buscando algo para
llevarme a la boca divisé a lo lejos la embarcación de Tchao Kien; vi como éste
sacaba su caña y tras haber preparado el anzuelo lo echaba al agua; yo conocía
bien aquellos engaños de los hombres, pero el hambre le impide razonar hasta a
un pez. Mordí el anzuelo con todas mis fuerzas pensando que como al fin y a la
postre yo era un hombre que sólo se hallaba metamorfoseado pasajeramente ya me
las arreglaría para explicarle a Tchao Kien quién era yo. No iba a atreverse el
pescador a matar a un honorable secretario que además era su primer cliente.
No sé cómo tuve tiempo de pensar tantas cosas, porque el caso es que el pescador
me sacó del agua en un instante.
»Cuando
me encontré echado en el fondo de la barca empecé a llamarle diciendo:
"¡Eh! Tchao Kien, sácame de aquí, ¿no ves que soy el secretario Sié?"
Pero el pescador aunque me miraba no me decía nada, sólo sonreía y decía
alegremente:
»-Por
Buda, hoy sí que ha sido buena la pesca; por esta carpa tan grande me van a
dar un buen montón de sapeques.
»Yo
repetía una y otra vez angustiado: "No seas tan tonto, Tchao Kien, ¿no
ves que soy el honorable secretario Sié?" Después todo transcurrió como he
dicho; Tchang Pi me compró, y por mucho que yo le decía: "Tchang Pi, no
seas hijo de tortuga, ¿no ves que soy tu honorable jefe Sié?", Tchang Pi
tampoco parecía enterarse de nada de lo que le estaba diciendo. Luego cuando
me vi entre las manos del cocinero Wang me eché a temblar y con las escasas
fuerzas que me quedaban empecé a gritar:
»"-Wang,
amigo mío, ¿cómo puedes ser capaz de cometer esa barbaridad? Deja ese cuchillo
y mírame bien, ¿no me reconoces? Soy el secretario Sié, tu amo"; pero Wang
en lugar de escucharme se limitaba a darme la vuelta de uno y otro lado
murmurando: "iQué picadillo, qué picadillo tan sabroso voy a hacer con esa
carpa! Nunca había visto otra igual y eso que yo soy viejo." De pronto
noté que Wang me cogía con fuerza y apoyando mi cabeza sobre un madero, ¡zas!,
dejó caer el cuchillo con todas sus fuerzas sobre mi roja cabeza. En aquel
mismo instante me sentí mejor, me incorporé en el lecho y me vi otra vez bajo
mi forma humana...
Tchang
Pi estaba consternado, Wang lloraba a lágrima viva y se lamentaba diciendo :
-¡Oh
señor Sié, cómo podía yo suponer, cómo podía yo suponer... que aquella carpa
que abría la boca erais vos!
A partir
de aquel día nunca más ningún empleado de la subprefactura volvió a comer
pescado. Tchao Kien el pescador perdió a sus mejores clientes.
Sié Wei
sanó completamente de su enfermedad y los dioses le concedieron aún larga vida.
005. anonimo (china)
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