Al
amanecer, el ataúd se elevó y quedó suspendido en el aire, a dos cuartas del
suelo. El piadoso yerno se horrorizó.
-Oh, venerado
suegro -suplicó- no destruyas mi fe de que son imposibles los milagros.
El
ataúd, entonces, descendió lentamente, y el yerno recuperó la fe.
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