El viejo
tonto tenía noventa años y vivía con su familia al pie de dos enormes montañas.
De generación en generación, esas montañas les dificultaban la comunicación
con los pueblos de alrededor. Tenían que subir y bajarlas para ir al mercado e
incluso para ir por agua al riachuelo. Odiaban profundamente esas montañas,
pero se sentían incapaces de hacer nada, hasta que un día, el viejo reunió a la
familia y le comunicó su voluntad de allanarlas para acortar el camino.
Al día
siguiente se pusieron a trabajar todos los miembros de la familia, excavando la
tierra y transportándola hacia unos valles profundos. Al cabo de unas semanas,
apareció un viejo sabio de barbas blancas y quedó atónito ante tan extraña
operación:
-Pero,
¡por Dios! ¿Qué estáis haciendo?
-Queremos
remover estas dos montañas que nos estorban -contestó el viejo tonto con
naturalidad.
-¿No
creéis que es una idea insensata, ya que sois tan pocos y las dos montañas son
gigantescas?
-Es
cierto que somos pocos y además ya estoy muy viejo. Sin embargo, tengo hijos y
nietos, y ellos tendrán también hijos y nietos. Si bien las dos montañas son
altas, no podrán crecer más. Si de generación en generación vamos cavando las
montañas sin cesar, llegará un día en que las allana-remos.
Al
escucharlo, el viejo sabio se marchó moviendo la cabeza, mientras que el viejo
tonto siguió trabajando sin parar con el mismo ánimo que cuando inició la
faena. Toda la familia seguía su ejemplo con redoblado esfuerzo.
Transcurrieron
unos meses y el Divino se enteró del empeño y la irrevocable decisión del viejo
tonto y su familia y, conmovido por la férrea voluntad de esos humildes
trabajadores, envió a dos inmortales a remover las montañas.
Una
madrugada, cuando despertó el viejo y se preparó para seguir con el rutinario
trabajo, se dio cuenta de que las montañas habían desaparecido y frente a sus
desconcertados ojos se extendía una amplia llanura.
005. anonimo (china)
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