Los
tártaros, las terribles hordas salvajes que continuamente amenazan el imperio,
han acampado en la llanura donde crece alta la hierba... Chan-yu, el gran kan,
el terrible y feroz guerrero que los guía a las batallas, hace dos lunas que ha
mandado un mensaje a Kao Hoang Ti, el celeste emperador del Gran Imperio de la
China. El mensaje es breve, escueto y contundente: « Deseo una esposa, sólo
aceptaré la paz si te comprometes a mandarme a la más bella muchacha que habite
en tu palacio.» Hasta el bárbaro Chan-yu sabía que las muchachas más hermosas
de todo el imperio se hallaban en el palacio de los Han.
Kao
Hoang Ti está furioso aunque su rostro permanece impasible, tal y como
corresponde a un emperador. «Cómo se atreve ese bárbaro a venirle con tales
exigencias a él, al omnipotente y sabio emperador del Gran Imperio, a él, un
hombre versado en todas las escrituras y conocedor de los Siete Libros.»
Pero Kao
Hoang Ti sabe que no tendrá más remedio que pactar. Chan-yu ha ensangrentado
el país, nada puede detener la fuerza arrolladora de los bárbaros cuando
entran en combate bajo el mando de Chan-yu.
El
emperador ha meditado toda una noche; durante largas horas ha pensado en la
respuesta que tiene que dar a su enemigo, pero al amanecer los dioses han
iluminado su mente. Sí, le otorgará la esposa que desea a Chan-yu, pero... no
es necesario que sea la perla del palacio de los Han, sino una simple
imitación; cualquier mucha-cha puede parecer una verdadera reina a un bárbaro:
bastará con que la vea vestida con una brillante túnica de seda.
Kao
Hoang Ti ha llamado muy de mañana a uno de sus hombres de confianza y le ha
dado una orden.
-Enviad
inmediatamente un mensajero a la capital, que ordene en mi nombre que les sea
hecho un retrato a todas las muchachas que residen en palacio. Luego tendrán
que mandarlos al campamento, yo mismo eligiré la belleza que deba ser
destinada a nuestro mortal enemigo.
Al decir
estas últimas palabras una enigmática sonrisa ha asomado a los labios del
emperador, luego ha añadido:
-¡Ah!, y
no os olvidéis de decir a los artistas que consignen el nombre de la heimosa al
pie de cada retrato y también su edad.
Nunca
los pintores habían tenido tanto trabajo ni tan bien pagado. Las familias no
escatimaban esfuerzos para conseguir que sus hijas fueran pintadas por los
mejores artistas a fin de que salieran lo más favorecidas posible; se había
corrido la voz de que el emperador en persona había solicitado ver los
retratos y nadie dudaba de que en tal caso debía ser el mismísimo hijo del cielo
quien deseaba elegir esposa. Pronto estuvieron terminados los retratos y
prestamente fueron mandados al emperador tal como había ordenado.
Kao
Hoang Ti está examinando concienzudamente uno tras otro todos los retratos de
las muchachas; los pintores se han esmerado en la confección de sus cuadros;
las modelos de todos ellos son bellísimas, el emperador está verdaderamente
contrariado: no es eso precisamente lo que está buscando; de pronto su mirada
brilla de alegría, acaba de descubrir lo que necesita: uno de los retratos
reproduce los rasgos de una muchacha fea en extremo, a pesar de la gracia de su
tocado y de la brillantez de las sedas de sus vestiduras. Su fealdad es
evidente; el emperador llama inmediatamente a un mensajero, le entrega el
retrato y le ordena que vaya a enseñárselo al gran kan. Debe decirle estas
palabras:
-Mi
señor os envía el retrato de «la perla del palacio de los Han».
Luego
ordena que espere la respuesta del tártaro y que venga a comunicársela en
seguida.
El gran
kan está examinando el retrato delante de su tienda de campaña. Tras haberlo
mirado unos momentos se limita a decir:
-¿Cómo
se llama?
-Tchao
Kium, señor. Está escrito al pie del retrato.
El
mensajero se ha guardado muy bien de comunicarle que lo que no está escrito es
su humilde origen.
-Está
bien, dile al emperador que acepto a Tchao Kium por esposa. Que me la entregue
cuanto antes.
El
mensajero prometió que así se haría. Inmediatamente se retiró de la presencia
del gran kan y fue a darle la buena nueva al emperador.
Kao
Hoang Ti al enterarse del buen éxito de la empresa se limitó a decir.
-Los
inmortales se dignaron darme un buen consejo aquella noche.
En el
campamento del gran kan reina una extraordinaria agita-ción, se sabe que de un
momento a otro va a llegar Tchao Kium. El emperador también está presente. Por
nada del mundo querría perderse un momento tan culminante de la vida de su
enemigo.
No tarda
en aparecer un soberbio palanquín que es depositado suavemente en el suelo por
sus portadores. Todo el mundo se retira entonces. Sólo permanecen allí el
emperador y el gran kan; de pronto una fina mano levanta la estera del
palanquín y baja de él ágilmente Tchao Kium... El emperador cree que va a enloquecer
de rabia. ¡Ni una Inmortal podría llegar a ser tan bella! ¡Qué artista tan estúpido
había sido capaz de convertir la sublime belleza en fealdad! Ahora era cuando
el emperador se daba perfecta cuenta de que en los retratos de las muchachas
del palacio de los Han, en cuestiones de belleza había intervenido bastante
más la mano del artista que las auténticas cualidades de las modelos.
Chan-yu
se ha quedado absorto ante la belleza de Tchao Kium; torpemente trata con un
ademán de darle la bien venida, Tchao Kium le sonríe; el gran kan a pesar de su
rudeza no es mal parecido. A Tchao Kium no le resulta difícil sonreír.
El
emperador está desesperado. «¡La auténtica perla del palacio de los Han ha ido a
caer en poder del gran mogol!» Día y noche se lamenta el emperador de aquella
pérdida y de haberse visto envuelto en las redes de su propia trampa. Una
mañana, en la que su dolor era más vivo que de ordinario, se acercó a su
sitial uno de sus acompañantes y le dijo:
-Mi
señor, tengo una idea. Es muy posible que el gran kan no aprecie en su justo
valor la belleza de su futura esposa; tal vez se aviniera a cambiar a Tchao
Kium por oro, jade y perlas.
-No es
mala idea -contestó el emperador-. Esta misma noche enviaré una caravana
cargada con lo que dices al encuentro del gran kan; tal vez pueda ultimarse el
trato que acabas de sugerir.
Los ojos
del mogol parecen dos dardos encendidos cuando dice al jefe de la caravana que
le ha mandado el emperador:
-No
acepto oro ni perlas, ni jade, por mi prometida; ella reina en el corazón del
gran kan como el gran kan reina sobre todos los tártaros. Id a decírselo
inmediatamente a vuestro soberano; no perdáis ni un momento más en vanas
súplicas.
La nieve
ha cubierto la llanura un año y otro año y otro más. La noticia se ha esparcido
rápidamente: Tchao Kium, «la perla del palacio de los Han», ha muerto entre los
tártaros. Es una terrible noticia.
En el
Imperio reina gran consternación. Todo el mundo desea recuperar el cadáver y
el emperador más que nadie. «El cuerpo de Tchao Kium tiene que reposar en la
tierra que la vio nacer», dicen los chinos.
La
caravana de oro, perlas y jade cruza de nuevo la puerta de Jade para ir a pedir
a cambio de tantas riquezas el cadáver de «la perla del palacio de los Han»...
Chan-yu
está de pie entre sus guerreros. Su alta estatura le hace sobresalir entre
todos los demás; su cuerpo ágil y fuerte como el tigre de las montañas parece
el de un Inmortal; en su cara endurecida por el fragor de mil combates y
curtida por todos los vientos puede leerse en este momento un salvaje dolor.
Todo el dolor que un ser primitivo puede llegar a experimentar por la pérdida
de lo que más ama en este mundo.
El jefe
de la caravana está de nuevo ante él, y el gran kan le habla otra vez:
-Dirás a
tu señor que Chan-yu no venderá a su mujer, ni viva ni muerta; sus restos
descansarán en el país en el que ella fue la reina.. En ese lugar amó y fue
amada. Decid al emperador que Tchao Kium dormirá para siempre en el país de la
hierba...
005. anonimo (china)
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