En el año
545, bajo la dinastía de los Liang, el emperador envió al sur una expedición
comandada por el general Lin King. Al llegar a Kuelín, el general enfrentó a
las fuerzas rebeldes coaligadas de Li Che-ku y de Tchen Tche, mientras
que su lugarteniente Euyang Ho penetraba hasta Tchangle, limpiando de enemigos
todas las cavernas e internándose en un terreno peligroso.
Resulta
que la mujer de Euyang, que tenía el cutis delicado y blanco, era de una
belleza arrebatadora.
-General
-le dijeron sus hombres-. ¿Por qué has traído hasta aquí a una mujer tan bella?
En esta región hay un dios que se jacta de raptar a todas las muchachas, y
sobre todo de no perdona a las más bellas. Es preciso redoblar la guardia.
Vivamente
alarmado, esa noche Euyang dispuso que sus guardias rodeasen la casa, y
escondió a su mujer en una habitación secreta, encerrándola con una docena de
sirvientes a quienes encomendó la misión de protegerla.
La noche
era muy oscura y soplaba un viento lúgubre; sin embargo, todo permaneció
tranquilo hasta el alba. Finalmente, cansados de velar, los guardias comenzaron
a dormitar. Repentina-mente creyeron percibir la presencia de algo insólito.
Sorprendidos, despertaron y saltaron del suelo, pero la mujer ya había desaparecido.
La puerta permanecía cerrada y nadie supo cómo ella pudo salir. Se lanzaron
afuera, buscando con la mirada en la montaña escarpada que tenían enfrente,
pero la noche era tan oscura que nada podía verse a un paso, y resultó
imposible continuar la
búsqueda. Llegó la luz del día y tampoco se encontró ningún
rastro.
Profundamente
indignado y afligido, Euyang juró que jamás volvería solo, y que antes
encontraría a su mujer. Con el pretexto de que estaba enfermo, hizo acampar
allí a su ejército, y cada día se lanzaba a buscar en todas direcciones,
hurgando hasta en las quebradas más profundas y peligrosas. Un mes después, a
treinta leguas del campamento, en un bosquecillo de bambú encontró uno de los
zapatos bordados de su mujer, que aunque empapado por
la lluvia resultó fácil reconocerlo. Más afligido que nunca,
Euyang prosiguió su búsqueda. Con una treintena de sus hombres más aguerridos,
pasaba la noche durmiendo en las grutas o simplemente al aire libre. Después de
marchar diez días más, y alejarse unas sesenta leguas del campamento, descubrió
al sur una montaña sinuosa y cubierta de bosques. Llegado a la falda de la
montaña, la encontró rodeada por un río profundo. La travesía se hizo sobre una
balsa improvisada. A lo lejos, entre precipicios y a través de los bambúes de
esmeralda, percibieron el brillo rojizo de vestidos de seda, y escucharon voces
y risas femeninas.
Ayudándose
con cuerdas, aferrándose a las viñas salvajes, los guerreros treparon los
precipicios. Allá arriba se alineaban árboles suntuosos, que se alternaban con
cuadros de flores extrañas, y se extendían los prados encantadores. Todo se
veía calmo y fresco como un retiro fuera del mundo terrestre. Hacia el este,
bajo un portal cavado en la misma roca, decenas de mujeres, vestidas con todo
lujo, pasaban y volvían a pasar con gestos de diversión, riendo y cantando de
lo mejor. Cuando vieron a los hombres, quedaron como paralizadas. Dejaron que
éstos se acercaran, y después las mujeres preguntaron:
-¿Por qué
vinieron aquí?
Al escuchar
la respuesta de Euyang, las mujeres suspiraron y se miraron entre ellas:
-Tu mujer
se encuentra entre nosotras desde hace más de un mes. Ahora está enferma y
guarda cama. Ven a verla.
Pasando
la reja de madera del portal, Euyang vio tres habitaciones espaciosas
arregladas como un gran salón. A lo largo de las paredes se veían hileras de
lechos recubiertos de cojines de seda. Allí estaba su mujer, acostada sobre un
lecho de mármol, cubierta con mantas lujosas, y frente a ella se exponía toda
clase de alimentos exóticos. Al acercarse Euyang, ella se dio vuelta hacia él,
lo reconoció, pero vivamente le hizo un gesto para indicarle que se fuese.
-Entre
nosotras las hay que están aquí desde hace diez años -le dijeron las mujeres-.
Aquí vive un monstruo matador de hombres. Inclusive con una centena de mozos
bien armados. No podrán hacer nada. Será mejor que se vuelvan antes de que
retorne nuestro amo. Pero tráigannos dos toneladas de buen vino, y diez perros
que le servirán de carnada, y algunas decenas de kilos de cáñamo, y entonces
nosotras podremos ayudarlos a matarlo. Es preciso que vuelvan dentro de diez
días, justo a mediodía, y de ningún modo más temprano.
Las
mujeres les rogaron que partieran lo más pronto posible, y Euyang se retiró
inmediatamente.
Euyang
volvió en el día fijado con un excelente licor, el cáñamo y los perros.
-El
monstruo es un gran bebedor -le contaron las mujeres-. A menudo suele beber
hasta caer borracho. Una vez ebrio, le gusta medir sus fuerzas. Nos pide que lo
atemos de pies y manos a su cama, con telas de seda. Entonces le resulta
suficiente dar un salto para romper todas las ataduras. Pero cuando lo atamos
con triple vuelta de seda, en vano se esfuerza para liberarse. Esta vez, si lo
atamos con el cáñamo escondido en la tela de seda, estamos seguras de que sus
esfuerzos resultarán inútiles. Todo su cuerpo es duro como el hierro, pero
hemos observado que siempre se protege una sola parte, algunos centímetros
debajo del ombligo. Seguramente que allí es vulnerable.
Después,
mostrándole una gruta al lado de la casa, le indicaron:
-Ahí está
su despensa. Escóndanse adentro y en silencio espíen su llegada. Dejen el vino
junto a las flores y suelten los perros en el bosque. Cuando hayamos cumplido
con nuestro plan, entonces los llamaremos y saldrán de sus escondites.
Euyang y
sus hombres hicieron lo que le recomendaron, y reteniendo la respiración
quedaron a la espera.
Hacia mediodía, algo parecido a una larga pieza de seda
blanca cayó de lo alto de una montaña vecina, y se posó en el suelo, y penetró
en la caverna. De
allí, un instante después salió un hombre de bella barba, de seis pies de
altura, vestido con una túnica blanca. Avanzó con un bastón en la mano, rodeado
de sus mujeres. Al ver a los perros, sorprendido, se abalanzó sobre ellos, los
despedazó y los devoró hasta la
saciedad. Y todas las mujeres compitieron en la forma
encantadora y risueña con que le ofrecieron el vino en tazas de jade. Cuando
bebió varias pintas de licor, las mujeres lo ayudaron a entrar en su casa.
Continuaron escuchando algunas risas femeninas. Momentos después las mujeres
salieron para avisar a los guerreros. Entraron con la espada en la mano, y se
encontraron con un gran mono blanco, los cuatro miembros atados a la cama. Al ver acercarse a
los forasteros, y ante la imposibilidad de desatarse, se encogió e hizo rodar
sus ojos fulgurantes. Al unísono, todas las armas se abatieron sobre él, pero
sólo encontraron un cuerpo de hierro y piedra. Clavándose finalmente debajo del
ombligo las láminas entraron directamente en su cuerpo. Bruscamente comenzó a
brotar la sangre.
Entonces el mono blanco comenzó a gemir y dijo:
-Si muero
es porque así lo quiso el cielo. Ustedes no tienen la suficiente fuerza para
matarme. En cuanto a tu mujer, ya está preñada. No mates a su hijo, que con el
tiempo servirá a un gran monarca y hará que su familia sea más próspera que
nunca.
Apenas
pronunció estas palabras, murió.
Los
guerreros se dedicaron entonces a buscar los bienes del monstruo. Encontraron
montones de objetos preciosos, y sobre las mesas, inmensas cantidades de cosas
buenas para comer. Allí estaban todos los tesoros conocidos del mundo,
incluyendo varios galones de esencias exóticas y un par de excelentes espadas.
Había treinta mujeres, todas eran de una belleza incomparable, y algunas se
encontraban allí desde hacía diez años. Contaron que cuando una mujer envejecía
o se ajaba, la llevaban no sabían dónde. El mono blanco gozaba solo de sus
mujeres y nunca se le conoció un cómplice.
Cada
mañana se lavaba, se cubría con su sombrero. Invierno y verano usaba una túnica
de seda blanca con un cuello del mismo color. Todo su cuerpo estaba cubierto de
pelos blancos, largos de varias pulgadas. Cuando se quedaba en casa, le gustaba
leer tablillas de madera, con escrituras que parecían indescifrables
jeroglíficos, y cuando terminaba de leerlos los ocultaba en un escondrijo de
las rocas. A veces, cuando reinaba el buen tiempo, se ejercitaba con sus dos
espadas, haciéndoles trazar círculos fulgurantes, que lo rodeaban con una halo
luminoso, como si fuese la
luna. Bebía y comía los alimentos más diversos,
particularmente fruta, nueces y sobre todo los perros, a quienes gustaba
chuparles la sangre. A
mediodía se iba volando, desaparecía en el horizonte. En sólo media jornada
hacía un viaje de mil leguas. Tenía la costumbre de volver a casa todas las
noches.
Todos sus
deseos eran inmediatamente colmados. Nunca durmió de noche; la pasaba de cama
en cama, gozando de todas las mujeres. Muy erudito, se expresaba con una
elocuencia magnífica y penetrante. Sin embargo, en cuanto a su físico, nunca
dejó de ser una especie de gorila.
Ese año,
en la época en que las hojas comienzan a caer, el mono blanco, triste y
apagado, se lamentó:
-Termino
de ser acusado por las divinidades de la montaña y seré condenado a muerte.
Pero pediré protección a otros espíritus, y quizás logre escapar de la condena.
Justo
después de la luna llena, su escondite se incendió y todas sus tablillas fueron
destruidas. Entonces se consideró perdido.
-Viví mil
años sin progenitores. Ahora voy a tener un hijo. Quiere decir que mi muerte
está próxima.
Después,
contemplando a todas sus mujeres, lloró largamente.
-Esta
montaña es inaccesible. Nunca nadie pudo llegar aquí. Desde su altura jamás
pude divisar un solo hachero, ya que abajo está lleno de tigres, lobos, y toda
clase de bestias feroces. ¿Cómo los hombres podrán llegar aquí si no es por la
voluntad del Cielo?
Euyang
volvió a casa llevándose jades, joyas y toda clase de cosas preciosas. También
condujo a todas las mujeres, algunas de las cuales aún recordaban a sus
familias.
Al cabo
de un año, la mujer de Euyang dio a luz una criatura que se parecía en todo a
un mono. Más tarde Euyang fue ejecutado por el emperador Wu, bajo la dinastía
de los Tchen. Pero su viejo amigo Kiang Tson, que mucho quería al hijo de
Euyang por su extraordinaria inteligencia, lo albergó bajo su techo. De tal
modo el niño fue salvado de la
muerte. Al crecer se convirtió en un buen escritor y un
excelente calígrafo. En pocas palabras, fue un personaje famoso en su tiempo.
005. anonimo (china)
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