Hubo una vez cierto campesino que, a consecuencia de
un suceso trivial, que no hay necesidad de mencionar aquí, aunque sí debe
decirse que de ello no tenía la menor culpa, tuvo la desgracia de que el
gobernador de la provincia en que vivía se irritase mucho contra él. Y como
aquella autoridad era, realmente, un enemigo formidable para el mísero
campesino, pronto se vio éste sin casa ni hogar y desposeído de sus pequeñas
tierras, razón por la cual no le quedó más recurso que la mendicidad como único
medio de subsistencia.
Era un hombre muy bondadoso, especialmente para los
animales, a los que siempre trataba de modo excelente y antes de que se viese
obligado a abandonar su casa y su pequeño campo, que hasta entonces le diera
lo suficiente para vivir con la mayor modestia, había aprisionado y tratado con
la mayor bondad un estornino. Y, no contento con eso, le enseñó a hablar.
El tal pájaro era la maravilla de los vecinos de
Fun-Ting, que así se llamaba el campesino, de manera que cuando éste se vio
obligado a abandonar su casa y su hacienda, partió llevando sobre el hombro el
estornino hablador, el cual no solamente hablaba a la manera de los loros,
sino que, además, comprendía perfectamente lo que decía y aun, muchas veces,
había podido dar excelentes consejos a su amo, al que quería mucho.
-No te apures, amo mío -le dijo, al verlo
apesadumbrado-. Ya verás cómo tú y yo nos ganamos perfectamente la vida por el
mundo. Me exhibirás en los pueblos y, de esta manera, podrás ganar lo
suficiente para nuestro sústento.
Fun-Ting creyó que, en efecto, aquél sería un modo de
vivir. Y partió, en cierto modo consolado al ver que, gracias a su estornino,
veríase libre de la miseria.
De esta manera el hombre y el pájaro recorrieron
grandes extensiones de la China.
Cuando llegaban a una población cualquiera, Fun-Ting
se apresuraba a instalarse en la plaza principal del pueblo y en cuanto iniciaba
una conversación con su maravilloso pájaro, no tardaba en formarse un numeroso
grupo a su alrededor. Y cuando los espectadores se daban cuenta de que aquella
ave maravillosa, no solamente respondía con acierto a las palabras que le
dirigía su amo, sino que contestaba de igual manera a las preguntas que ellos
mismos le hacían o a las razones o pequeños casos que le exponían, aumentaba
su pasmo y su contento, de manera que Fun-Ting podía hacer luego una buena
colecta de monedas de cobre, con las que no pasaba del todo mal la vida en
compañía de su estornino, al que cuidaba como a las niñas de sus ojos.
Esta vida nómada duró algunos años, y Fun-Ting se
había acostumbrado a ella, de manera que estaba satisfecho y no deseaba nada
más. Pero llegó un momento en que, a causa de grandes temporales, destruyéronse
todas las cosechas de la región en que viajaban amo y pájaro, y por más que
ambos seguían obteniendo el éxito acostumbrado, en cuantas exhibiciones hacían
del talento del estornino, lo cierto era que, al llegar a la hora de la
colecta, ésta era tan mísera, cuando les daban algo, que ya no era posible seguir
sustentándose de aquella manera.
Triste era la situación de ambos, y FunTing no
hallaba la manera de salir de aquel apuro. Y un día, cuando se había sentado a
la vera de un camino, el estornino interpeló a su amo, diciéndole:
-Hay una manera de salir de apuros, querido amo mío. Y
es venderme. Pero como en realidad no quiero separarme de tan buen amo como tú,
te aconsejo que vayas a venderme al gobernador de la provincia, que fué causa
de tu ruina.
-Ten en cuenta -le contestó, Fun-Ting, que tampoco
quiero desprenderme dé ti.
-Ya lo sé. En eso estamos de acuerdo. Por eso te ruego
que hagas lo que te digo y no te pesará. Además, haremos una cosa justa. Ya lo
verás. Vámonos, pues, a la capital de la provincia, donde vive el gobernador
que te arruinó y procura que me oiga. Te aseguro que lo dejaré encantado de
mí.
Fun-Ting tenía la mayor confianza en la inteligencia y
aun en la bondad del estornino, pues le constaba que era incapaz de cometer
una mala acción. Por consiguiente, resolvió seguir, implícitamente, los
consejos de su querido estornino.
Sin pensarlo más, emprendió el viaje hasta la capital
de la provincia, que, por suerte, no estaba lejos. Y aunque llegó a ella
hambriento y fatigado en extremo, estaba persuadido de que en breve cambiaría
su situación.
Como pudo se orientó hasta llegar al palacio del
gobernador. Y, detenién-dose ante los soldados que daban guardia, llevó a cabo
una exhibición del talento de su alado amigo.
No hay que decir cuánto se divirtieron los soldados
con aquel espectáculo. Atraído por sus risas y sus exclamaciones de entusiasmo,
salió un oficial de escasa graduación, quien, a su vez, se quedó perplejo y
admirado.
Con la mayor rapidez extendióse por el palacio la
noticia de que, a su puerta, había un hombre acompañado de un pájaro maravilloso,
capaz de hablar y de comprender lo que se le decía. Y la nueva llegó,
finalmente, a oídos del gobernador.
Deseoso de procurar una distracción agradable a su
esposa y a su hermana, llamó a uno de sus criados y le preguntó por la causa de
aquel alboroto. Y al cerciorarse de que parecía cierta la primera noticia que
llegara a sus oídos, ordenó que introdujeran al campesino y a su maravilloso
pájaro.
Su mandato fue obedecido en el acto. Pocos instantes
después, Fun-Ting estaba ante el hombre que había consumado su ruina. Pero el
gobernador, que no pudo reconocerlo, pues solamente lo había visto una vez y,
ello, muchos años atras, no sospechó siquiera la identidad de Fun-Ting.
El cual, inmediatamente, inició una conversación con
el estornino. Este contestó con el mayor acierto y cuando el gobernador preguntó
si él podía hacerle una pregunta, el pájaro contestó:
-Ciertamente, señor, me sentiré muy honrado al
contestar a cuanto os dignéis preguntarme.
-¡Caramba! -exclamó el gobernador-. Veo que serías un
perfecto cortesano, pues sabes responder debida y cortésmente.
-¿Quién no lo haría ante vuestra grandeza, señor?
-contestó el pájaro inclinando la cabeza y agitando suavemente las alas.
-Me gustas, pajarillo. Y no sabes cuánto me
complacería tenerte en mi palacio.
-Me sentiría muy honrado perteneciéndoos -le contestó
el estornino.
El gobernador sonrió satisfecho y, dirigiéndose a
Fun-Ting, le dijo:
-Vamos a ver, buen hombre, ¿quieres venderme tu
pájaro?
-Señor -le contestó Fun-Ting, que ya estaba de
acuerdo con el estornino acerca del particular-, con el mayor respeto me permito
hacer presente que este pájaro hablador es mi único medio de ganarme la vida. El es lo único que
poseo en el mundo.
-Eso no será obstáculo -dijo el gobernador, que se
había encaprichado por el es tornino
y que ya se había dado cuenta de lo mucho que deseaban su esposa y su hermana
ser dueñas de aquel ave maravillosa-. Estoy dispuesto a pagarte un buen precio.
¿Cuánto quieres?
-Yo voy a contestar -dijo el estornino. -Dad, señor, a
mi amo actual, cien onzas de plata. No es un precio caro, pues ya sabéis que un
pájaro que hable y comprenda, como yo, no se encuentra fácilmente. .
-Tienes razón-contestó el gobernador. Y, dirigiéndose
a Fun-Ting, le preguntó:
-¿Estarás satisfecho con las cien onzas de plata?
-Señor, las tomaré a cambio del pájaro, aunque me
duela en el alma separarme de él.
-Perfectamente. No se hable más del asunto -replicó el
goberna-dor.
Y, haciendo sonar un batintín, ordenó al criado que
acudió, que llamara a su tesorero. Cuando entró este funcionario, el gobernador
le mandó que pesara cien onzas de plata y se las diese a Fun-Ting.
Salió este último con el tesorero y, cosa de un cuarto
de hora más tarde, se alejaba del palacio, cargado con su tesoro, aunque maldiciendo
su mala fortuna.
Mientras tanto, el gobernador, su esposa y la hermana
del primero sostuvieron una interesante conversación con el estornino. Y al
cabo de una hora, más o menos, el nuevo amo del maravilloso pájaro, mandó que
sirviesen un poco de carne al agradable compañero que acababa de adquirir.
Cuando el estornino hubo saciado su apetito, hizo una
cortés reverencia a las señoras y a su nuevo amo, y le dijo, respetuosa-mente:
-¿Me permite vuestra grandeza que tome un baño?
El gobernador, complacido en extremo, le contestó :
-No hay el menor inconveniente-. Volvió a llamar en
el batintín. Cuando apareció el criado, le ordenó que trajese agua limpia en un
cuenco de oro-. Ya estás complacido -dijo al estornino.
Este le dio las gracias y luego procedió a bañarse
concienzuda-mente. Chapoteó en el agua, agitó las alas, haciendo saltar algunas
gotas de líquido y luego se atusó muy bien las plumas. Hecho esto, como la
ventana de la estancia se hallaba abierta, emprendió el vuelo, hasta situarse
en el ante-pecho, y dijo:
-Ahora, señor gobernador, he de despedirme de vos.
Bien sé que habéis pagado a mi antiguo amo cien onzas de plata. Pero si me
marcho, ni él ni yo os habremos robado. Simplemente mi amo tiene ahora una compensación
por los perjuicios que, injustamente, le causasteis hace algunos años. Es,
pues, un acto de justicia. Que os guarden los dioses.
Y, dichas estas palabras, el estornino emprendió el
vuelo y fue a refugiarse en el tejado del palacio. El gobernador, de momente,
se quedó atónito, cual si no se atreviera a creer en lo que estaba sucediendo
ante sus ojos. Pero luego, al darse cuenta de que había sido burlado, llamó a
voces a sus criados, ordenándoles que se apoderasen del estornino.
Pero éste no se dejó coger. Divirtióse un rato jugando
al escondite con ellos y cuando los hubo fatigado bastante, emprendió el vuelo
y se alejó del palacio, hacia el lugar previamente convenido, donde le
esperaba su amo Fun-Ting.
El chasqueado gobernador los hizo buscar por todas
partes, pero ninguno de sus emisarios pudo dar con los fugitivos.
Pero no se los trago la tierra, sino que, ya ricos con
las cien onzas de plata, Fun-Ting pudo adquirir una casita y alguna tierra, en
una provincia distante, y ya, en adelante, no careció de nada y acabó sus días
en la mayor prosperidad, gracias a su inteligente estornino.
005. anonimo (china)
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