El señor
Meng Chang heredó de su padre el cargo de ministro y varios miles de
funcionarios a su servicio. El rico patrimonio que le dejó el difundo noble
incluía también un feudo extenso de decenas de miles de hectáreas. Los
habitantes en estos lugares cultivaban sus tierras en arriendo y tenían que pagarle
atributos anuales.
Cierto
año, cuando llegó el tiempo de recaudar las contribuciones, Meng preguntó a los
funcionarios si alguien podía ayudarle en ese diñcil trabajo. Se ofreció un
voluntario llamado Feng Huan, a quien le encargó dicha tarea.
Al día
siguiente Feng montó en el carruaje que le había preparado el ministro, y antes
de partir preguntó a su amo:
-Cuando
termine de recaudar el dinero, ¿quiere su excelencia que le compre algo?
Al
ministro no se le ocurrió nada en ese momento, pero le dijo:
-Si ves
que hay algo que falte en esta casa, cómpralo sin más.
-Sí, mi
señor -contestó, arrancando el carruaje el encargado de la recaudación.
Al
llegar a los feudos, Feng recaudó más de cien mil monedas como pago de los
tributos. Pero había un buen número de arrendatarios pobres que no podían pagar
la deuda. La mala cosecha durante varios años consecutivos los había
empobrecido, llevándolos casi al borde de la indigencia. Era imprescindible
hacer algo para sacar a esa gente de la miseria. Consciente de eso, el
encargado de la recaudación convocó a todos los arrendatarios en la plaza del
pueblo, pidiéndoles que trajeran los títulos de la deuda.
Acudieron
todos los convocados sin saber qué les iba a pasar, agobiados por su pésima
situación económica. Estaban decididos a morir antes de ser despojados de sus
últimos recursos. Cuando empezó a hablar el enviado del propietario, tenían la
sensación de que iban a enfrentarse a una gran tragedia.
-En
nombre de Su Excelencia el ministro Meng, les pido que saquen sus títulos y
comprueben conmigo las cantidades que deben a mi señor.
Los
arrendatarios estaban tristes y preocupados por lo que les pudiera pasar. Sin
embargo, cuando terminaron de comprobar sus obligaciones y esperaban que les
anunciara una medida drástica de coacción, se sorprendieron enormemente con lo
que oyeron:
-En
vista de las dificultades reales que os acosan, el señor ministro ha decidido
eximiros del pago de todos vuestras deudas, como manifestación de su gran
generosidad y del cariño que siente por todos vosotros. Ahora, ante la
presencia de todos, voy a quemar los títulos de deuda para liberaros del pago
de ellas.
Al
principio nadie podía creer sus palabras. Anonadados, no comprendían lo que
significaba tal decisión. Pero al instante, cuando vieron que se levantaba
una llama azulada del montón de documentos que les habían sometido durante
muchos años al martirio económico, reaccionaron con grandes y emotivas
exclamaciones entre lágrimas y reverencias.
Feng
volvió contento a la residencia del ministro, quien se sorprendió de la
brevedad de su viaje:
-¿Tan
pronto has podido terminar la recaudación? Cuéntame, ¿qué tal te ha ido?
-Muy bien,
señor. Además, le he adquirido algo que no tenía en casa.
El
ministro se mostró muy interesado y le preguntó:
-¿Dime
qué has comprado?
Huan le
explicó:
-Como su
noble familia es muy rica en joyas, caballos y bellas mujeres, no se me ocurrió
comprar le nada de eso. Sin embargo, pensé que había algo que indudablemente
faltaba en su familia desde tiempos atrás, que es la generosidad. Eso es lo que
escaseaba en sus ricas posesiones. Por lo tanto, pensé que si pudiera gastar
algún dinero para adquirir esa gran virtud, su noble familia se vería
enriquecida de forma inimaginable.
Feng le
explicó detalladamente lo ocurrido. Cuando terminó, notó que la cara de su amo
se había congestionado por el disgusto, la desesperación y una inexplicable
amargura. Abandonó rápidamente la casa, mientras el ministro le decía con una
voz seca:
-¡Vete,
inmediatamente! Menudo favor me has hecho. Quítate de mi vista antes de que me
arrepienta.
Al año
siguiente, por una intriga de palacio, el ministro perdió el cargo y fue desterrado.
Abandonó la capital lleno de tristeza. Se encaminó hacia su feudo, frustrado y
abatido por la desgracia. Se sentía solo y abandonado. Todos los amigos se
alejaron de él y su carrera política se apagó irremediablemente.
Cuando
se aproximaba hacia sus tierras, notó que salían las gentes a recibirle con los
brazos abiertos, haciendo reverencia, en señal de respeto y admiración.
Experimentó algo inusual en su triste corazón. Al principio, se quedó
totalmente desconcertado. Pero, de repente, recordó lo que hizo el recaudador
de deudas el año anterior. Sus ojos se inundaron de lágrimas y dijo:
-Ahora
comprendo lo útil de lo que hizo al comprar la generosidad que faltaba en mi
casa.
005. anonimo (china)
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