Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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miércoles, 13 de junio de 2012

La adquisición de la generosidad

El señor Meng Chang heredó de su padre el car­go de ministro y varios miles de funcionarios a su servicio. El rico patrimonio que le dejó el difundo noble incluía también un feudo extenso de decenas de miles de hectáreas. Los habitantes en estos luga­res cultivaban sus tierras en arriendo y tenían que pa­garle atributos anuales.
Cierto año, cuando llegó el tiempo de recaudar las contribuciones, Meng preguntó a los funciona­rios si alguien podía ayudarle en ese diñcil trabajo. Se ofreció un voluntario llamado Feng Huan, a quien le encargó dicha tarea.
Al día siguiente Feng montó en el carruaje que le había preparado el ministro, y antes de partir pre­guntó a su amo:
-Cuando termine de recaudar el dinero, ¿quie­re su excelencia que le compre algo?
Al ministro no se le ocurrió nada en ese mo­mento, pero le dijo:
-Si ves que hay algo que falte en esta casa, cómpralo sin más.
-Sí, mi señor -contestó, arrancando el carrua­je el encargado de la recaudación.
Al llegar a los feudos, Feng recaudó más de cien mil monedas como pago de los tributos. Pero había un buen número de arrendatarios pobres que no podían pagar la deuda. La mala cosecha durante va­rios años consecutivos los había empobrecido, lle­vándolos casi al borde de la indigencia. Era impres­cindible hacer algo para sacar a esa gente de la mise­ria. Consciente de eso, el encargado de la recaudación convocó a todos los arrendatarios en la plaza del pueblo, pidiéndoles que trajeran los títulos de la deuda.
Acudieron todos los convocados sin saber qué les iba a pasar, agobiados por su pésima situación económica. Estaban decididos a morir antes de ser despojados de sus últimos recursos. Cuando empezó a hablar el enviado del propietario, tenían la sensa­ción de que iban a enfrentarse a una gran tragedia.
-En nombre de Su Excelencia el ministro Meng, les pido que saquen sus títulos y comprueben conmigo las cantidades que deben a mi señor.
Los arrendatarios estaban tristes y preocupados por lo que les pudiera pasar. Sin embargo, cuando terminaron de comprobar sus obligaciones y espera­ban que les anunciara una medida drástica de coac­ción, se sorprendieron enormemente con lo que oyeron:
-En vista de las dificultades reales que os aco­san, el señor ministro ha decidido eximiros del pago de todos vuestras deudas, como manifestación de su gran generosidad y del cariño que siente por todos vosotros. Ahora, ante la presencia de todos, voy a quemar los títulos de deuda para liberaros del pago de ellas.
Al principio nadie podía creer sus palabras. Ano­nadados, no comprendían lo que significaba tal deci­sión. Pero al instante, cuando vieron que se levanta­ba una llama azulada del montón de documentos que les habían sometido durante muchos años al martirio económico, reaccionaron con grandes y emotivas exclamaciones entre lágrimas y reverencias.
Feng volvió contento a la residencia del ministro, quien se sorprendió de la brevedad de su viaje:
-¿Tan pronto has podido terminar la recauda­ción? Cuéntame, ¿qué tal te ha ido?
-Muy bien, señor. Además, le he adquirido al­go que no tenía en casa.
El ministro se mostró muy interesado y le pre­guntó:
-¿Dime qué has comprado?
Huan le explicó:
-Como su noble familia es muy rica en joyas, caballos y bellas mujeres, no se me ocurrió comprar­ le nada de eso. Sin embargo, pensé que había algo que indudablemente faltaba en su familia desde tiempos atrás, que es la generosidad. Eso es lo que escaseaba en sus ricas posesiones. Por lo tanto, pensé que si pudiera gastar algún dinero para adquirir esa gran virtud, su noble familia se vería enriquecida de forma inimaginable.
Feng le explicó detalladamente lo ocurrido. Cuando terminó, notó que la cara de su amo se había congestionado por el disgusto, la desesperación y una inexplicable amargura. Abandonó rápidamente la casa, mientras el ministro le decía con una voz seca:
-¡Vete, inmediatamente! Menudo favor me has hecho. Quítate de mi vista antes de que me arrepienta.
Al año siguiente, por una intriga de palacio, el ministro perdió el cargo y fue desterrado. Abandonó la capital lleno de tristeza. Se encaminó hacia su feu­do, frustrado y abatido por la desgracia. Se sentía solo y abandonado. Todos los amigos se alejaron de él y su carrera política se apagó irremediablemente.
Cuando se aproximaba hacia sus tierras, notó que salían las gentes a recibirle con los brazos abiertos, haciendo reverencia, en señal de respeto y admira­ción. Experimentó algo inusual en su triste corazón. Al principio, se quedó totalmente desconcertado. Pe­ro, de repente, recordó lo que hizo el recaudador de deudas el año anterior. Sus ojos se inundaron de lá­grimas y dijo:
-Ahora comprendo lo útil de lo que hizo al comprar la generosidad que faltaba en mi casa.

005. anonimo (china)

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