Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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miércoles, 13 de junio de 2012

El ministro y el esclavo


Cuando el ministro Yan volvía a su casa después de realizar una visita oficial al reino Jin, se encontró con un pobre leñador en el camino. Pidió al conduc­tor detener su carruaje y se bajó para saludar al hom­bre humilde:
-¿Quién es usted?
-Yo soy Yue, alias «Padre Piedra».
Al ministro le sorprendió enormemente su res­puesta, puesto que sabía que Yue tenía fama de ser un hombre muy culto.
-¿Pero qué le ha pasado? ¿Por qué se encuentra aquí?
El leñador Padre Piedra le contestó humilde­mente:
-Soy esclavo de una familia rica. Me han envia­do a cortar leña. Como es un camino largo, descanso dos veces durante el viaje.
El asombro del ministro no pudo ser mayor:
-¡Pero cómo es posible que se haya hecho es­clavo teniendo la cultura que tiene usted! ¿Desde cuándo ha caído en la desgracia y por qué?
Le contestó el letrado:
-Pasábamos hambre en mi familia. Yo no podía mantenerla con mis conocimientos. Hace tres años, no tuve más remedio que entrar en la servidumbre de una familia adinerada.
El ministro sintió compasión por el desgraciado letrado.
-¿Se puede pedir tu libertad pagándole al pro­pietario?
-Sí, señor. Un caballo vale más que un esclavo.
El ministro desató uno de los caballos y lo lle­vó a la casa donde el pobre hombre servía de escla­vo. Con eso recuperó la libertad de Padre Piedra. Le ofreció trabajo en el ministerio con un sueldo mensual.
Continuaron el viaje y llegaron juntos a la resi­dencia del ministro. Éste se apeó del carruaje y entró en su casa sin hacerle caso a Padre Piedra. El esclavo recién liberado se ofendió y quiso marcharse. Cuando el ministro se enteró, salió y le dijo:
-Yo no le conocía, pero le he ofrecido libertad y trabajo, ¿le parece poco lo que he hecho por usted? No comprendo por qué me abandona.
Padre Piedra se sintió más ofendido todavía:
-Puedo aguantar el maltrato de alguien que no me conozca. Pero si el desprecio procede de alguien que conoce mis aptitudes, no lo aguantaría nunca. Es cierto que he sido esclavo durante tres años, pero no le doy mucha importancia. Sin embargo, usted conoce mi valor, por eso ha conseguido mi libertad. No creo que por ese favor que me ha hecho tenga motivos para despreciarme. Me di cuenta de que cuando montamos en el carruaje no me invitó al asiento. No me ofendí porque pensé que posible­mente se trataba de un olvido casual. Pero al llegar a casa tampoco me ha hecho caso. Eso ya es desprecio. Puesto que tanto aquí como allí soy despreciado, es preferible volver allí y seguir de esclavo.
Al oír sus argumentos, el ministro se dio cuenta de su arrogancia. Le pidió disculpas sinceramente:
-Lo siento muchísimo. Antes sólo lo conocía por la apariencia, pero ahora conozco su sentimien­to. Lo aprecio más que nunca, quédese conmigo. Concédame una oportunidad para corregir mis errores.
Padre Piedra decidió quedarse. El ministro orde­nó que le prepararan una habitación confortable y lo invitó a cenar. Lo colocó en el sitio más ilustre de la mesa y le sirvió el vino. Sin embargo, Padre Piedra no estuvo conforme tampoco:
-No me agrada nada su ritual de cortesía. El respeto tiene que ser natural y espontáneo. Me sen­tiré cohibido si me trata siempre así.
Desde entonces Padre Piedra se convirtió en un consejero franco, fiel y extremadamente honrado del ministro.

005. anonimo (china)

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