La
esposa del guerrero está sentada cerca de la ventana y suspira mientras sus
ágiles dedos bordan sobre la fina seda de un almohadón una rosa blanca. ¡Ay,
cuándo dejarán las tártaros de rebelarse, cuándo llegará a tener fin esta
horrible guerra que ensangrienta continuamente el país! De pronto la bordadora
siente un agudo dolor en el dedo, la sangre gota a gota va cayendo sobre la
rosa de seda de inmaculada blancura: ya no es una rosa blanca, los pétalos de
la linda flor son ahora de un rojo encendido, de un rojo tan vivo tal vez
-piensa la hermosa- como la sangre de su amado, que poco a poco va cayendo
sobre la nieve de las lejanas colinas donde la guerra prosigue sin fin... ¡No!
¡Así no será! Trata de apartar aquel lúgubre pensamiento que entúrbia su
mente; su amado no morirá, tiene que volver, tiene que regresar a esa casa
donde le esperan sus hijos, su esposa y su jardín; la felicidad algún día tiene
que volver a reinar en la morada del guerrero; ¡ojalá pueda volver -sigue
pensando la dulce esposa- antes de que su cabello negro como ala de cuervo se
torne blanco como los copos de nieve del helado invierno que se avecina!
El
viento del este sopla con fuerza y hace crujir las ramas del sauce que crece
junto a la ventana. La bordadora se estremece y escucha una vez más aquel rumor
del aire que le es tan familiar. De pronto a lo lejos se oye el galopar de un
caballo. No hay duda: no es el viento, ni el ruido de las aguas del río
deslizándose entre el roquedal. Es el rítmico trote de un caballo que se acerca
rápido hacia la casa. La esposa del guerrero se levanta presurosa, aparta la
estera y se asoma a mirar por la ventana, pero nada ve: sólo el viento del
este sigue agitando las ramas del sauce bajo la caricia suave de los últimos rayos
del sol...
Una vez
más el loco palpitar de su corazón le ha engañado, nadie se acerca a su triste
morada, no hay jinete ni hay corcel, sólo su loca fantasía galopa siempre sin
cesar arrastrando todos sus pensa-mientos... Todo ha sido en vano: ilusión,
deseo, amor...
Sobre el
almohadón llora la hermosa. Una guirnalda de perlas de plata rodea ahora la
linda rosa blanca del cojín de fina seda...
005. anonimo (china)
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