Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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miércoles, 13 de junio de 2012

La bordadora

La esposa del guerrero está sentada cerca de la ventana y suspira mientras sus ágiles dedos bordan sobre la fina seda de un almohadón una rosa blanca. ¡Ay, cuándo dejarán las tártaros de re­belarse, cuándo llegará a tener fin esta horrible guerra que ensangrienta conti­nuamente el país! De pronto la borda­dora siente un agudo dolor en el dedo, la sangre gota a gota va cayendo sobre la rosa de seda de inmaculada blancu­ra: ya no es una rosa blanca, los pétalos de la linda flor son ahora de un rojo en­cendido, de un rojo tan vivo tal vez -piensa la hermosa- como la sangre de su amado, que poco a poco va cayen­do sobre la nieve de las lejanas colinas donde la guerra prosigue sin fin... ¡No! ¡Así no será! Trata de apartar aquel lú­gubre pensamiento que entúrbia su mente; su amado no morirá, tiene que volver, tiene que regresar a esa casa donde le esperan sus hijos, su esposa y su jardín; la felicidad algún día tiene que volver a reinar en la morada del guerrero; ¡ojalá pueda volver -sigue pensando la dulce esposa- antes de que su cabello negro como ala de cuervo se torne blanco como los copos de nieve del helado invierno que se avecina!
El viento del este sopla con fuerza y hace crujir las ramas del sauce que cre­ce junto a la ventana. La bordadora se estremece y escucha una vez más aquel rumor del aire que le es tan familiar. De pronto a lo lejos se oye el galopar de un caballo. No hay duda: no es el viento, ni el ruido de las aguas del río deslizándose entre el roquedal. Es el rítmico trote de un caballo que se acer­ca rápido hacia la casa. La esposa del guerrero se levanta presurosa, aparta la estera y se asoma a mirar por la ven­tana, pero nada ve: sólo el viento del este sigue agitando las ramas del sauce bajo la caricia suave de los últimos ra­yos del sol...
Una vez más el loco palpitar de su corazón le ha engañado, nadie se acerca a su triste morada, no hay jinete ni hay corcel, sólo su loca fantasía galopa siempre sin cesar arrastrando todos sus pensa-mientos... Todo ha sido en vano: ilusión, deseo, amor...
Sobre el almohadón llora la hermo­sa. Una guirnalda de perlas de plata rodea ahora la linda rosa blanca del cojín de fina seda...

005. anonimo (china)

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