Dice
que entró el zorro a una despensa por un aujerito muy chico, que
agata podía pasar. Y áhi se puso a comer de todo. Y comió tanto
que se puso muy panzón. Y cuando quiso salir por el mismo aujerito
no podía salir. Forcejió y forcejió toda la noche... y ¡nada!, no
podía salir. Y ya venía el amanecer, y al zorro le entró miedo. Y
no sabía qué hacer. Y ya oyó ruido de los dueños de casa que
venían. Y otra vez empezó a forcejear desesperado, pero no
conseguía hacer pasar su panza llenita e hinchada. Y ya vio que lo
iban a matar.
Y
ya sintió que entraba gente a la despensa, y como último recurso
s'hizo el muerto. Se tiró duro en el suelo.
Ya
entró el dueño en la despensa y cuál no sería su sorpresa cuando
ve este zorro muerto áhi adentro, y entonce dice:
-¡Pero,
ve! ¡Cómo habrá entrau este zorro! ¡Por dónde habrá entrau! Y
se ve que ha comíu de todo hasta que si ha empachau, y si ha muerto.
Y
no sabiendo qué hacer con el zorro muerto áhi, lo agarra de las
patas y lo tira para ajuera. Y en el aire no más reaiciona el zorro,
y cayó parado, y salió corriendo. Áhi li animaron los perros, pero
¡jue pucha!, ni el polvo se le vía ya. Y así se salvó.
Reyes
Barrera, 90 años. San Vicente. Capital. Córdoba, 1952.
Asilo
de Ancianos. Es el mismo narrador que me dictó cuentos en su comarca
natal en años anteriores.
Cuento
434. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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