La
cigüeña era guitarrera y tenía que ir a tocar la música en una
fiesta que había en el cielo. Y al sapo nadie lo quería llevar. Y
como no tenía alas para volar, no quería perderse la fiesta, y en
un descuido de la cigüeña se metió dentro de la guitarra. La
cigüeña notaba, en realidá, que estaba un poco pesada la guitarra,
pero no hacía caso. Pero a medida que volaba más alto, notaba más
peso y ya le entró una cierta duda. Llegó a la fiesta del cielo y
dejó por un rato la guitarra a un lado. El sapo salió despacito y
se escondió.
Cuando
todos los animales de alas vieron que el sapo estaba también en la
fiesta, se preguntaban cómo había subido. Ahí la cigüeña se dio
cuenta.
Cuando
se terminó la fiesta, el sapo, también en un descuido, se metió en
la guitarra de la cigüeña.
Volvió
a cargar la guitarra la cigüeña y empezó a bajar. Y ya se dio
cuenta que venía el sapo y dio vuelta la guitarra, paschó la
guitarra como decimos en el campo y entonces cayó, por entre las
cuerdas y venía reboliando. Y ya vio que estaba cerca del suelo y
empezó a gritar:
La
cuestión es que el sapo cayó y se dio un semejante golpe, se
lastimó. Al sanar, sanó con cicatrices y por eso el sapo tiene
manchado el lomo y es aplastadito.
Manuel
José Victoria, 50 años. Santiago del Estero, 1970.
Excelente
narrador.
Cuento
535. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1 anonimo (argentina) - 033
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