Había
una vez un tatú que era compadre del zorro. Un día que estuvieron
juntos, el zorro divisó que venía por un callejón, una carreta
llena de quesos y le dijo al compadre tatú:
-¿Por
qué no te ponés, guapo, compadrecito, en la huella? Pues, tu
pellejo es duro y no se romperá, cuando esté por pasar la carreta,
así se volcará y caerán los quesos y podemos comer.
El
tatú aceptó y tal como el compañero había pensado, sucedió. La
carreta volcó, cayeron los quesos y empezaron a comer, pero como el
zorro se engullía con más ligereza, el tatú quedó con hambre.
El
zorro aceptó, pero como a él la carreta le iba a matar, puesto que
no tenía la caparazón del compadre, fue a ponerse en la huella al
pasar la carga, pero a la vera del camino, para hacer creer al tatú,
y completamente muerto al parecer, con su cara sonriente, siempre
pícaro.
-¿Por
qué te estás riendo si no echaste ningún queso? -le dijo el tatú
dando vueltas alrededor de él.
Le
movía con el hocico el tatú, quería levantarle, sin que el zorro
diera señales de vida. Y entonce creyendoló muerto, el tatú se
alejó dejandoló abandonado.
Al
rato, cuando ya se supuso bien solo, se levantó despacito y
emprendió la disparada hacia otros montes.
Rosa
E. Gelardi de Schlomer. Itá Ibaté. General Paz.
Corrientes, 1951.
La
narradora es Directora de Escuela y oyó el cuento desde niña en
Corrientes. Variante del cuento tradicional.
Cuento
309. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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