En
la época de las carretas que viajaban a Güenos Aires a tráir y
llevar mercadería, salieron de amigos y compañeros el sapo y el
mataco. Y le preguntó el sapo al mataco qué iban a hacer para
comer. Y ya que venían crujiendo unas carretas. Y entonces el mataco
le dijo:
Y
él se puso cerquita de la güella. Cuando llegó la carreta, el
mataco se puso en la misma güella frente a la rueda, y puso el
piquito, y cuando la rueda quiso subir por él, hinchó el lomo y dio
güelta la carreta. ¡Cómo sería de duro y de fortacho el mataco!
Quedó la pedacería de la carga. ¡Cómo sería el devoro! Cuando
los troperos enderezaron la carreta y levantaron las cargas, quedaron
muchos rezagos que les sirvieron a los dos compañeros para comer.
El
mataco le dio las instrucciones para que hiciera la misma operación.
¡Qué iba a resistir el sapo tan blandengue! El sapo se preparó. A
eso de la noche ya venía una carreta crujiendo de cargada. El sapo
se colocó cerquita de la güella y cuando enfrentó la rueda puso el
piquito, y cuando le quiso hinchar el lomo, regoldó para cada lado
un ojo del sapo, y gritó desaforado:
Pascual
Fernández, 65 años. La Florida. Ayacucho. San Luis.
Campesino
rústico. Buen narrador.
Cuento
301. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1 anonimo (argentina) - 033
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