Sucede
que había un hombre muy pobre con mucha familia, que había llevado
un saco de porotos para sembrar.
'Taba
sembrando; con un par de bueyes, arando. Araba con el arado que se
usaba antes, con un arado de palo.
-¡Ah,
que no señor, que hagamé el favor, que esperemé que voy a arar,
voy a sembrar esto para mis hijos, para mi esposa, que van a quedar.
¡Qué será de ellos si no les dejo algo!
Cuando
parece que andaba un zorro por áhi y se ha dado cuenta, ¿no?, lo
qué pasaba. Y entonce que dice:
-Decile
que no, decile que no -dice el tigre en secreto.
Bueno,
y claro, el otro ya cuando supo que era la cabeza, ya le pegó que lo
dejó muerto. Lo rompió, lo hizo pedazo en la cabeza.
Y
había hecho la cutama como la llevaban antes. De un lado le puso los
pollos y del otro lado, dos galgos. Y la cargó en un burro y se fue.
Bueno...
Le soltó primero los pollos. El zorro los hacía andar, los hacía
jugar, y recién los comía.
Y
salió el zorro a todo disparar. Lo corrían los galgos hasta que
encontró una cueva y se entró. Llegaron los perros y casi lo
alcanzaron a agarrar de la cola, pero el zorro se entró en la cueva.
Entonce se quedaron en la puerta de la cueva. Calladitos se quedaron
esperando que saliera el zorro.
El
zorro, cansado, se tiró en el fondo de la cueva. Ya cuando se le
pasó un poco el susto dice que empezó a pensar lo que le había
pasado, y decía el zorro:
-Estas
patitas, estas manitos, si no hubieran sido ellas, me pillan los
perros y me matan. Ellas corrían como el viento. Estos ojitos, que
miraban para todos lados y vieron la cueva, me salvaron la vida. Pero
esta cola sucia -que le había pasado una desgracia con el susto,
esta cola hedionda, por culpa de ella casi me comen.
Y
sacó la cola y lo agarraron los perros. Y mientra lo corrían y lo
mordían los perros, el zorro gritaba:
María
Adela Oviedo de Nieva, 68 años. Santa Rosa. Tinogasta. Catamarca,
1970.
Cuento
375. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1 anonimo (argentina) - 033
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