Diz
que andaba un labrador arando para sembrar papas. Y había alcanzau a
ver a la distancia un bulto que se movía y él no sabía qué era.
Entonces que se acercó más y lo alcanzó a ver que era un tigre. Y
de lejos no más el tigre le dice que lo iba a comer a él y a los
güeyes. Y el hombre le dijo que no lo comiera. Que no se allegara.
Y
en esto andaba por áhi cerca un zorro, y entonce se allega al hombre
y le dice que no tenga miedo, que nada le pasará.
Entonces
el tigre le dice al hombre que diga que no lo ha visto. Y el hombre
le dice que no, que eso que 'ta áhi son porotos blancos y negros
para sembrar. Entonce el zorro dice que si es cierto eche los porotos
en un saco de cuero que tiene áhi y que lo ate bien, pa que no se
vuelquen. Y el tigre le dice que lo eche a él en el saco. El hombre
lo echa en el saco y lo ata bien. Entonce el zorro le dice que le
pegue con el ojo 'el hacha, y el hombre áhi no más le pega en la
cabeza al tigre y lo mata. Entonce se allega el zorro y le dice que
tiene que pagarle muy bien. El hombre le dice al zorro que en seguida
le traerá una bolsada de gallinas.
Entonce
el hombre había ido y había recogido una bolsada de perros. Entonce
al día siguiente volvió al lugar ande lo encontró al zorro y le
dijo:
-Ya
te traje lo que te prometí. Entonces el zorro le dice:
Entonce,
cuando le largó los perros, el zorro trató de disparar lo más que
pudo. Y tuvo tiempo de meterse en la primera cueva que encontró. Los
perros se quedaron en la puerta de la cueva. Y áhi quedó. El zorro
de susto hasta se había ensuciado. Después de largo rato, creyendo
que se habían ido los perros, el zorro, empezó a decir:
-Estas
patitas que me han salvado -y se las lamía. Y estos ojitos que
miraban bien -y se los tocaba. Esta cola grande me estorbaba, y te
has ensuciau ¡cola cochina! ¡Agarralá, perro! ¡Convela, perro! -y
se hacía que tiraba la cola.
Y
en esas pruebas que hacía, como si tirara la cola para ajuera de la
cueva, la ha sacado sin darse cuenta y la han agarrado los perros. Lo
sacaron los perros al zorro y lo hicieron bolsa.
Y
entra por un zapato roto,
que
usté me cuente otro.
Rosa
Villagra de Sánchez, 65 años. Santa María. Catamarca, 1957.
Cuento
373. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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