El arroz despilfarrado
Anónimo
(china)
Cuento
Había un
ministro corrupto llamado Wang Fu, quien, amparado por el favor monárquico,
vivía con mucha opulencia. Mandó construir una majestuosa residencia que
igualaba en lujo al Palacio Imperial. Trajeron hermosas piedras para adornar el
precioso jardín privado, poblado de plantas exóticas. Todos los recintos de su
residencia eran decorados con pinturas y caligrañas de firmas consagradas, y
una cantidad de objetos de jade, oro y marfil, como testimonio de su perverso
enriquecimiento durante los años en que ocupaba el cargo público.
En las
tres suculentas comidas no faltaba nunca lo más delicioso del mar y lo más
nutritivo de las montañas: aletas de tiburón, huevos de golondrina, holoturias,
setas «cabeza de mono», manitas de oso pardo, y otras mil delicias vegetales y
animales.
El arroz
que acompañaba la exquisitez culinaria era de «perla», una especie muy
apreciada ya que se trataba de tributos a la corte. Sus granos redondos lucían
un color de marfil casi transparente. Al final de cada banquete cotidiano,
cubos enteros de «perla» se tiraban a un canal de desagüe que corría hacia un
monasterio vecino. Un monje veía que todos los días las aguas del curso
superior arrastraban kilos de arroz blanco. Indignado con tal despilfarro,
recogía las «perlas» blancas con un colador, las lavaba con agua limpia y las
ponía al sol para secarlas.
Cuando
pasaba algún mendigo, le regalaba el arroz deshidratado que tenía almacenado.
Así, al cabo de dos años, con el saldo que se quedaba tenía en su poder varias
tinajas de «perlas» disecadas.
Cuando
los mongoles sitiaron la capital del Norte, el emperador huyó hacia el sur,
dejando en el trono decadente a su hijo que se proclamó nuevo monarca. Las
protestas contra la corrupción no se hicieron esperar. Para calmar el
descontento general, el nuevo emperador mandó encarcelar a varios ministros
corruptos, entre ellos el que tiraba las «perlas» blancas.
En la
antigüedad, para alimentarse, los presos dependían de la comida que los amigos
o parientes les enviaban a la cárcel. Pero ese ex ministro corrupto no tenía a
nadie que le enviara alimentos. Al cabo de tres días el hambre lo corroía,
drama que se enfatizaba con el contraste de los exquisitos platos que llenaron
su mesa durante los días de lujo y poder. Cuando iba a desmayarse de hambre,
vino un monje desconocido que le dio un cuenco de arroz tostado, que le pareció
un manjar. Después de terminar con el último grano de arroz, el preso le dijo
lleno de gratitud:
-Usted
me ha salvado la vida. Le estaré eternamente agradecido. Le suplico que no me
abandone. Que vuelva mañana con la misma delicia. Mil gracias, santo maestro
que tiene un corazón de buda de misericordia...
El monje
le cortó secamente:
-¿No
sabe que este arroz que ha comido viene del canal de desagüe de su casa? En sus
tiempos de opulencia no pensó jamás que la vida es una rueda. De la noche a la
mañana se puede cambiar el destino. Del rey al plebeyo y de la riqueza a la
miseria. Es la Rueda de la Ley Budista. A unos les quita y a otros les da. Hay
que ser precavidos ante los cambios dramáticos. Ayer podías tener mucho, y hoy
puedes morir de hambre.
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