Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 26 de mayo de 2012

Blancaflor (4)

145. Cuento popular castellano

Eran dos hermanos que se quedaron sin madre. Y la niña era muy guapísima y se llamaba Blancaflor. Entonces su padre se casó con una mujer que era muy envidiosa y luego, en cuanto vio a la niña, pues tenía mucha envidia de ella. Todo su afán era ganar a Blancaflor de guapa. Llegó a tenerla hasta días enteros sin comer, para que así perdiera la hermosura. Y tenía ella un espejo mágico. Cuando la veía un poco lacia y un poco marchi­tada, cogía el espejo y decía:
-Espejito mágico, ¿quién es más guapa, Blancaflor o yo? Y el espejo la decía:
-Tú estás muy bien; pues aún es más linda Blancaflor que tú.
Entonces le tiraba contra el suelo y se ponía furiosa con él. Y luego la quitaba todos los vestidos a Blancaflor y la mandaba incluso a por hierba y todo. Y entonces ella se ponía muy maja -todo lo que había visto en Blancaflor se ponía ella-, cogía el espejo otra vez y decía:
-Espejito mágico, ¿quién es más guapa, Blancaflor o yo? Y la decía el espejo:
-Blancaflor está muy estropeada, pero aún te gana.
Entonces ya empezó ella a inducirle al padre de Blancaflor y a decirle que era muy mala, que debían echarla de casa, que si no, ella se tendría que marchar. Entonces ya decidieron mandar­la a ella con el hermano a un bosque y allí que la matara. Y le dijo:
-Mira, me traes la asadura y la lengua, para cenar yo esta noche.
Entonces el hermano la llevó, diciéndola que la llevaba a la fiesta de un pueblo inmediato. Ya cuando iban andando tanto y iban tan lejos, la niña se echó a llorar y le dijo: -Pero hermanito, ¿adónde me llevas? Y la dijo:
-Pues mira, hermanita, nuestra madrasta me ha encargao que te mate y la lleve la asadura tuya y la lengua para cenar esta noche.
Entonces vieron un perrito que había por allí, y la dijo el hermano:
-Pero mira, mataré ese perrito, le saco la asadura y la lengua y ¡se lo llevo a nuestra madrasta! Y a ti te dejo ahí en un árbol. (En una encina, porque en el monte había encinas.)
Entonces el niño así lo hizo; mató el perro, le sacó la asadura y la lengua, la dejó a su hermana bien colocada en la encina para que los lobos ni nada la vieran y se fue para casa.
Cuando llegó y dio a su madre la asadura y la lengua, fue y dijo al espejito:
-Espejito mágico, ¿quién es más guapa ahora, Blancaflor o yo?
Y el espejo la dijo:
-Tú, porque Blancaflor, no sé dónde está.
Entonces ella se puso muy contenta, bailó y todo.
Laa niña siguió en la encina, toda la noche quieta. A media noche vio que estaba esa encina encima de la casa de unos la­drones. Y llegaron los ladrones y, como hacía muy bueno, se pu­sieron debajo de la encina a repartir lo que habían robao. Enton­ces empezaron a decir:
-Para ti. Para mí.
Y dijo ella:
-Y, ¿para mí?
Y ellos, al oír la voz, callaron; pero al poco rato comenzaron otra vez:
-Para ti. Para mí.
Dice ella:
-Y, ¿para mí?
Y callaron ellos un ratito.
Y así lo volvieron a hacer varias veces. Pero en vista de que no podían terminar, dijeron:
-Bueno, nos vamos a acostar y mañana ya podremos repartir. Y se acostaron.
Al siguiente día salieron todos los bandidos. Y ella, desde la encina, los contó mientras salían. Contó hasta doce y dijo: -Vaya, pues van doce.
Cuando ya comprendió que iban muy lejos, bajó de la encina y entró en la casa, porque vio que la habían dejao abierta. Vio que tenían todas las camas tiradas y todo muy sucio, sin hacer nada. Entonces ella les hizo las camas, les limpió todo y les hizo la cena. Ya cuando iba siendo de noche, se subió otra vez a la encina. Y vinieron los bandidos por la noche. Y al llegar y ver todo tan arreglao y la cena hecha y todo, empezaron a mirar por toda la casa a ver si había alguien en casa. Ya, en vista de que no encontraban a nadie, dijeron:
-Bueno, pues mañana nos quedamos uno para así ver quién entra a hacerlo.
Al día siguiente salieron todos, y ella, desde la encina, los contó y vio que nada más iban once. Y entonces aquel día no bajó. Se estuvo todo el día en la encina. Y vinieron los bandidos por la noche, y el que se había quedado les dijo que ni había visto a nadie ni que había ido nadie. Entonces ya, al siguiente día, fue­ron todos y al contarlos y ver que iban doce, se bajó en seguida y entró. Les hizo todo; pero como tenía mucha hambre, porque el día antes no había comido ni bebido, comió y bebió y después se echó a dormir un poco en una cama. Pero como estaba muy cansada de estar tanto en la encina, vinieron los bandidos y to­davía no había despertao.
Entonces, al entrar y verla, pues dijeron:
-¡Oy, qué niña más guapa hay en nuestra cama!
Uno de los ladrones se acercó a despertarla, y le dijeron los otros:
-¡No despertarla! Si la despertamos, se asustará.
Entonces se quedaron todos al lado de la cama de la niña y, cuando despertó, la dijeron que no se asustara, que no la pasaría nada, y que si ella quería, que se quedaría a vivir con ellos. Y cuan­do ella les contó lo que la había pasao, la dijeron:
-Pues nunca mejor. Nosotros no tenemos a nadie. Te quedas aquí. Tú nos harás las cosas mientras nosotros vamos por ahí. Pero ten cuidao de estarte siempre encerrada. Y aunque llame alguien, no abras.
Bueno, pues así lo hicieron.
Ya la madrasta cogió el espejo mágico un día y le dijo:
-Espejito mágico, ¿quién es más guapa, Blancaflor o yo? Y la dijo:
-Blancaflor, que está muy guapa y vive con unos ladrones. Entonces la madrasta se puso muy furiosa y decidió ir a bus­carla. Y se vistió de quinquillera y fue adonde estaba la casa de los ladrones. Y estaba ella sentada al balcón al sol y la dijo:
-Señorita, cómpreme usted un corsé, que se lo vendo. Dijo ella:
-No, señora, no me le sé poner. Y dijo la madrasta:
-Ábrame y cómpremelo, que yo se lo pongo.
Fue y abrió, y, al ponérsele, la apretó tanto que la quitó la respiración y ya cayó al suelo sin sentido. Entonces la madrasta se fue muy contenta. Y vinieron los ladrones y, al verla en el suelo, empezaron a mirarla y decir:
Pobre Blancaflor, ¿qué la habrá pasao?
Pero al irla a levantar, vieron que tenía un corsé muy apretao, muy apretao. Se lo quitaron, y a poco rato recobró el conoci­miento. Entonces la dijeron que qué la había pasao. Y al decir­les ella que había sido una quinquillera, la dijeron que no vol­viera a abrir a nadie, que ya se lo habían advertido.
Entonces la madrasta cogió el espejito mágico y le dijo:
-Espejito mágico, ¿quién es más guapa, Blancaflor o yo? Entonces la dijo el espejo:
-Blancaflor, que vive con los ladrones y la quieren mucho. Entonces la madrasta se puso muy furiosa y le tiró contra el
suelo y se volvió a buscar a Blancaflor. Y fue como una pobre
pidiendo. Y estaba ella peinándose al balcón. Y la dijo:
-Señorita, ¿quiere usted que la peine yo?
-No, señora -dice-, me peino siempre yo sola.
-¡Vamos, ande! ¡Déjeme! Yo la peino muy bien. Y dijo ella:
-No, me han dicho los ladrones que no abra a nadie. Y entonces dijo la vieja:
-Yo ningún mal la voy a hacer. Abrame, que la peino.
Y entonces le abrió, y se puso a peinarla. Y al estarla peinan­do, la clavó un agujón que llevaba y se lo clavó en la cabeza. Y se volvió paloma.
Vinieron luego los ladrones y la buscaron por toda la casa, llamándola, y no la encontraron; pero ya vieron una palomita que andaba por el tejado revoloteando. Y la cogieron y la empe­zaron a manosear y dijeron:
-¡Qué guapa palomita!
Y entonces vieron que tenía un agujón en la cabeza, y, al qui­társelo, quedó otra vez convertida en Blancaflor, que les contó lo que la había pasao. Y la volvieron a advertir que no abriera más que a ellos.
Y entonces la madrasta se miró al espejo y le dijo:
-Espejito mágico, ¿quién es más guapa, Blancaflor o yo? Y el espejo la dijo:
-Blancaflor, que aún vive con los ladrones.
Y entonces ella se puso cada vez más furiosa. Y juró que había de matarla. Y fue y se fue vendiendo peras, y llevaba una envenenada. Y llegó allá, y estaba Blancaflor en el balcón toman­do el sol, y la dijo:
-Señorita, ¿me compra usted peras?
-No, señora -dice.
-¡Ande! -dice-. ¡Abrame usted, que la gustarán!
Y dijo ella que no, que no abría, que la habían dicho los la­drones que no abriera a nadie. Entonces la vieja cogió la pera que llevaba envenenada y se la echó, y la dijo:
-¡Cómala usted!
Y dijo ella:
-No, me puede pasar algo. Y la vieja la dijo:
-Yo como otra.
Entonces Blancaflor la comió. Y ya, pues cayó envenenada. Cuando fueron los ladrones y la vieron ya muerta, la dieron tierra.
Y ya la madrasta, pues se miraba al espejo todos los días y le decía:
-Espejito mágico, ¿quién es más guapa, Blancaflor o yo? Y el espejo la decía:
-Tú, porque Blancaflor se ha muerto.
Y ya, pues, vivió ella muy feliz, y ya se acabó.

Sieteiglesias, Valladolid.
Narrador XC, 6 de mayo, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo

058. Anónimo (castilla y leon)

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