72. Cuento popular castellano
Pues éste era un jugador. Y al morir
su padre, le quedó la hacienda suya. Y fue y la jugó. Y la perdió. Y en la
desesperación él dijo que si bajara el diablo y le diera una baraja que siempre
que jugaba con ella, ganaba, que le ofrecía su vida.
Y claro, se presentó el diablo, y se
la dio. Y jugó y ganó la hacienda de su padre y otro tanto más. Y el diablo le
había dicho que al cabo de cierto tiempo tenía que ir a una cuesta preguntando
por el palacio Donde Irás y No Volverás.
Ya él echó a andar en busca del
palacio Donde Irás y No Volverás. Y se encontró con una mujer. Y la dijo que
si le daba señas del palacio Donde Irás y No Volverás. Y la mujer le dijo:
-¿Ve usted aquella cuesta blanca? No,
pues a la negra. ¿Ve usted la negra? Pues, a la negra.
Y él llegó allí, y se le presentó una
joven. Y le preguntó que adónde iba. Y dijo que le habían mandao ir allí. Y
dice ella:
-Pues es mi padre. Y es el diablo.
Ahora subirá usted y le mandarán comer; y no coma usted. Le mandarán beber, y
no beba usted. Le mandarán sentar, y no se siente usted.
Y efectivamente -claro- subió, y le
mandaron esas tres cosas. Y no aceptó nada. Y entonces le dijo el diablo que
puesto que no hacía eso, que tenía que ir a una tierra y la tenía que arar,
sembrarla de trigo y traerle pan de aquel trigo.
Y él bajaba muy apurao y salió la
joven otra vez. Y le dijo que qué le había dicho su padre. Y la contó lo del
trigo. Y le dijo:
-Bueno, pues, vamos. No te apures.
Y fueron allí, y ella le mandó sentar.
Y ella fue y hizo toda la labor de arar, sembrar el trigo, moler la harina y
darle la harina pa llevarla pa que hiciera el pan su padre. Y le dice ella:
-Ahora, al subir tú, te dirán, «O tú
eres el mismo demonio, o Blancaflor anda contigo». Y tú responderás, «Ni soy el
mismo demonio, ni Blancaflor anda conmigo, ni conozco a semejante mujer».
Conque al llegar con ello, le dice el
diablo:
-O tú eres el mismo demonio, o
Blancaflor anda contigo. Y él contesta:
-Ni soy el mismo demonio, ni
Blancaflor anda conmigo, ni conozco a semejante mujer.
-Bueno -le dice el diablo-. Pues ahora
te vas a ir a aquel majuelo que hay allí y me traes vino de las uvas que den
las cepas.
Y las cepas estaban secas. Y al bajar
muy apurao, salió la joven otra vez y le dijo que qué le había mandao su
padre.
-Que fuera a aquel majuelo y que tenía
que traerle vino de las uvas que nacieran de aquellas cepas.
Y él bajaba llorando. Y la joven le
dijo que no se apurara. Y fueron al majuelo, y le mandó que se echara a dormir.
Y cuando despertó, le entregó el vino para que lo diera a su padre. Y al llegar
con el vino, volvió el diablo a hacerle la misma pregunta:
-O tú eres el mismo demonio, o
Blancaflor anda contigo.
Y él respondía:
-Ni soy el mismo demonio, ni
Blancaflor anda conmigo, ni conozco a semejante mujer.
-Pues, bueno -le dice el diablo.
Pues, ¿ves aquel río grande, grande?
-Sí.
-Pues vas a ir y me vas a buscar
dentro del agua el anillo que perdió la abuela de mi tatarabuela.
Conque bajaba él muy triste, muy
triste, y salió la joven otra vez a él y le dijo que qué le había mandao su
padre. Y se lo dijo. Y le dijo ella:
-Pues no te apures. Coge ese baño y
ese cuchillo. Y se fueron al río. Al llegar, le dice ella:
-Ahora me vas a matar y me vas a hacer
cachos y me vas a tirar al río. Y procura de que no caiga una gota de sangre en
el suelo.
Y él dijo que no, que primero quería
que le mataran a él que matarla a ella. Y dijo ella que sí, que la matara y la
tirara al agua. Como ella insistió tantas veces, pues él lo hizo. La mató, la
partió en cachos y la echó en el baño. Y la echó al río.
Después que la tiró, vio que había
caído una gota de sangre en la arena. Y él estaba tan apurao, tan apurao,
llorando, porque como le había dicho que no cayera ninguna gota, y vía la gota
en el suelo, estaba llorando.
Y en esto que salió ella con el anillo
en el dedo. Y con un dedo menos, el dedo chitiquín menos.
Conque fue a entregársele a su padre,
al diablo. Dice éste:
-Bueno, puesto que has hecho todo lo
que te he mandao, ahora tengo tres hijas y te las voy a meter en un cuarto
oscuro. Y a la que cojas, con aquélla te tienes que casar.
Y él, como sabía que a Blancaflor le
faltaba el dedo chiquitín, por la gota de sangre que había caído, pues, claro,
las buscaba y siempre encontraba a la del dedo. Y decía que con ésta se quería
casar.
Pues viendo el diablo que ya no tenía
más remedio que casarlo con aquélla, dijo que bueno, que se casaran. Y fue y
le dijo Blancaflor:
-Esta noche nos van a matar a los dos.
De manera que esta noche traes dos pellejos de vino tinto. Los metemos en la
cama y nosotros nos escapamos.
Y Blancaflor, como era santa, pues fue
y escupió pa que hablaran las escupicinas cuando ellos se hubiesen marchao. Y
le dijo ella:
-Vete a la cuadra y traes dos caballos:
uno blanco y otro negro.
Subió él con los caballos, montaron en
ellos y echaron a andar. Y desde arriba decían las hermanas de Blancaflor:
-Cuando estén dormidos, bajamos a
matarlos. Y para saber si estaban dormidos, llamaban:
-Blancaflor.
Y las escupicinas contestaban:
-¿Qué quié usted?
Y según se iban consumiendo, iban
contestando más débil.
Hasta que ya al secarse, no contestó.
Dicen sus hermanas:
-Pues vamos a matarlos. Ya están
dormidos.
Y bajaron con dos cuchillos, dieron en
los pellejos, saltó el chorro de vino y creyeron que era de sangre. Pero vieron
ya que eran los pellejos, y dijeron:
-¡Ay, se nos han escapao!
-¡Pues, vamos en busca de ellos!
-Tráeme el caballo del Aire -dice el
demonio- y verás qué pronto los cogemos.
Montó en el caballo del Aire y echó a
correr detrás de ellos. Pero su hija, como era santa, lo vía. Y al irles a
pillar ya, dice ella:
-Yo me vuelvo huerta y tú hortelano. Y
llegó el diablo y dijo:
-Hortelano, ¿ha visto usted pasar por
aquí un hombre y una mujer?
-Sí, señor -dice-, con un caballo
blanco y otro negro. Por ahí van.
Y echó a andar.
Blancaflor se volvió a ser mujer y él
hombre, y siguieron caminando. Conque ya otra vez los iba a alcanzar, y dice
ella:
-Mira, yo me vuelvo ermita, y tú eres
el ermitaño. Conque llegó el demonio y dijo:
-Buenos días. ¿Ha visto usted pasar
por aquí un hombre y una mujer?
-Sí, señor. Por ahí alante van, en un
caballo blanco y otro negro.
Conque echó a andar otra vez.
Y ya los iba alcanzando otra vez. Y
dijo ella:
-Para que no nos persigan más ya, yo
me voy a volver camino de alfileres.
Y a él le puso del lado de allá.
Viendo el demonio que no podía con su hija, porque vía que podía más que él,
se volvió. Y ellos ya vivieron felices y comieron perdices y guardaron una patita
pa mí, y como no fui no la comí.
Medina
del Campo, Valladolid 4 de mayo, 1936.
Fuente:
Aurelio M. Espinosa, hijo
058. Anónimo (castilla y leon)
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