El
joven Chen-Shao vendía pescado en el mercado. Su negocio era muy
pequeño y apenas le daba para vivir. Pero lo que más le preocupaba
era que, a causa de su pobreza, ninguna mujer quería casarse con él.
-No
te preocupes -le consolaba su madre. Aún eres muy joven y a las
muchachas les caes bien.
Eso
era verdad. Chen-Shao era alto y apuesto y todas las doncellas
soñaban con él. Sin embargo, sus padres las desanimaban, diciendo:
-La
juventud pasa pronto. ¿Qué podrá ofrecernos ese muerto de hambre
cuando tenga treinta años? -y ninguna se atrevía a casarse con él.
Un
día llegó a la tienda de su padre el jefe de los pescadores. Venía
malhumorado y traía en la mano una larga lista de papel.
-Aquí
está apuntado todo lo que me debes, viejo Chen. Con esto podría
forrarse un barco entero. No volveremos a servirte pescado hasta que
no nos pagues.
-Si
haces eso, mi familia se morirá de hambre -protestó el viejo.
Entonces
Chen-Shao se acercó al jefe de los pescadores y le dijo:
-¿Me
aceptarías en tu barco a cambio de lo que te debe mi padre?
El
pescador vio que tenía buenos músculos y no puso ningún
inconveniente.
Mañana,
antes de que el sol apunte en el horizonte, deberás estar en la
playa.
Pero
Chen-Shao tuvo muy mala suerte. En su primera salida a la mar el
barco se partió en dos y se hundió. Chen-Shao se agarró a una
tabla y dejó que le arrastraran las olas.
-Me
llevará a la costa. Estoy seguro. Tarde o temprano todas las olas
viene a romper en el litoral.
Sin
embargo, la resaca era grande y le alejó cada vez más de la playa.
Pasó todo el día en la mar. Al anochecer estaba tan rendido que ni
fuerzas tenía ya para seguir agarrado a la tabla. Entonces vio una
pequeña luz a lo lejos y volvió a renacerle la esperanza.
«Donde
hay luz hay vida», se dijo, y comenzó a nadar con todas sus
fuerzas.
En
efecto, pronto se encontró en la playa de lo que parecía ser una
isla. Levantó la cabeza y vio la luz que le había guiado hasta
allí. Era más débil de lo que había supuesto.
-Debe
ser una casucha. Si logro llegar hasta ella, me darán de comer.
Pero
la luz parecía moverse. Chen-Shao caminó durante tres horas y no
pudo alcanzarla. Entonces cayó en la cuenta de que era la luz de un
candil.
-Así
que quieren que los siga, ¿eh? Pues los seguiré y averiguaré
quiénes son y qué desean de mí.
Chen-Shao
pensaba que querían gastarle una broma y estaba furioso. El candil
se metió, por fin, en una casa que se elevaba en una colina. Desde
ella podía verse toda la isla. Era pequeña. con espléndidas playas
de una arena resplandeciente.
«Es
extraño -pensó,
pero este lugar me recuerda a una gran concha nacarada.»
Entonces
se puso a mirar por las ventanas de la casa. Estaba vacía. Pero él
había visto una luz y tenía que dar con las personas que le habían
conducido hasta allí.
«¡Nadie
se ríe de Chen-Shao!», se dijo orgulloso, y subió al primer piso.
Abrió
una puerta y se encontró con una doncella que estaba bordando.
Durante unos segundos no supo qué decir. La muchacha le sonrió y
dijo:
-Menos
mal que has llegado. Te llevo esperando desde hace mucho tiempo.
-¿A
mí? -preguntó extrañado, Chen-Shao. ¿Cómo puedes haber estado
esperándome, si no nos conocemos? Una lástima, porque eres en
verdad muy hermosa.
La
muchacha se ruborizó y añadió:
-Tú
a mí quizá no me hayas visto nunca. Pero yo hace ya muchos años
que te conozco a ti.
Entonces
le confesó que su padre era el dios del mar y que a veces cabalgaba
sobre una ola hasta su casa y se quedaba contemplándole mientras
dormía. Chen-Shao pensó que todo era un sueño. Pero a la mañana
siguiente comprobó que la muchacha y la casa existían de verdad.
-¿Cómo
has podido dudar de ello? -le preguntó la doncella. ¿Tan hermosa me
encontraste que pensaste que sólo podía existir en los sueños?
Chen-Shao
se puso rojo como el atardecer.
-Cuanto
te he dicho es verdad -continuó la muchacha. Mi padre es el
emperador del mar. Me cedió esta isla porque yo se lo pedí. Ahora
bien, tú no abandones esta habitación, porque no sabe que te
escondo aquí y, si lo descubre, es capaz de matarte.
-Por
ti -respondió Chen-Shao, prendado de su bellezapodría vivir en el
reducido espacio de una concha, sin echar de menos nada.
Así
transcurrieron diez meses. Un día la muchacha le dijo:
-Hoy
es el cumpleaños de mi tía. Quisiera quedarme contigo, pero tengo
que ir a felicitarla. Si no lo hago, mi padre registrará esta casa y
te encontrará.
Chen-Shao
se puso muy triste, porque se había acostumbrado a la presencia de
la joven.
-Estaré
de vuelta esta misma noche -le consoló la doncella. Si te aburres,
puedes abrir la ventana del norte, la del sur y la del este. Pero la
del oeste, no.
Entonces
sacó una espada hecha de madreperla y la colgó de la pared.
-Si
te ataca algún ser extraño -añadió, di simplemente esto: «Espada
mágica, corta a este monstruo la garganta», y te protegerá.
Después
salió volando por la ventana. Chen-Shao la vio montar en un caballo
con alas y pronto se confundió con el viento.
La
mañana pasó rápida, pero las horas de la tarde se le hicieron muy
pesadas.
-Es
triste y larga la espera -se dijo. Abriré la ventana del norte, para
que el tiempo vuele con la presteza del pensamiento.
Toda
la belleza de la tierra se hizo presente a sus ojos. Estaba contenida
en la angostura de aquella ventana. Pero Chen-Shao seguía pensando
en la doncella.
-¿De
qué vale la tierra y sus maravillas, si no se tiene al lado a quien
se ama?
Y
abrió la ventana del sur.
Todas
las aves y cuanto contienen los cielos aparecieron ante su vista.
Jamás ojo humano había contemplado tan sin par belleza. Pero
Chen-Shao abrió, aburrido, la boca y dijo:
-¿Qué
pueden esconder los aires que no guarde dentro de sí un corazón que
ama?
Y
por tercera vez abrió una ventana: la del este.
Contenía
todas las riquezas del mar, pero Chen-Shao tampoco se sintió atraído
por sus maravillas. Suspiró y dijo, conteniendo a duras penas sus
lágrimas:
-Mis
ojos están ciegos, porque les falta la presencia de mi amada.
Después,
olvidándose de lo que le había dicho la doncella, abrió la ventana
del oeste. Chen-Shao se quedó perplejo. No se veía nada especial
desde ella. Pero, al asomarse, le descubrieron dos extrañas
criaturas que estaban charlando sobre una barca.
-¿Has
visto? -preguntó una de ellas. Hay un intruso en la habitación de
la hija de nuestro señor.
-Sí
-replicó la otra. Atrapémosle y démosle su merecido.
Entonces
Chen-Shao se acordó de la espada y dijo:
-Espada
mágica, corta a este monstruo la garganta.
Al
punto la espada cobró vida. Voló por los aires y degolló a las dos
extrañas criaturas. En ese mismo instante la doncella tuvo la
corazonada de que algo iba mal.
-¿Te
ocurre algo? -preguntó, preocupada, su tía. Jamás te había visto
tan blanca.
-No
es nada -respondió la doncella. Me encuentro perfectamente. Quizá
sea el calor.
Entonces
la tía abrió un pequeño cofre de coral y sacó un abanico.
-Toma
-dijo, sonriendo.
Esto es lo más valioso que poseo. Abanícate con él, pero no te des
mucho aire, porque se encresparían las olas.
-Si
es así, saldré fuera a tomar el fresco.
Pero
la doncella se montó en el caballo con alas, y en menos de tres
segundos estaba otra vez en su casa.
-¿Te
has vuelto loco? -regañó a Chen-Shao-. ¿Acaso no te advertí que
no debías abrir la ventana del oeste? ¿Por qué lo hiciste? ¡Di!
¿Por qué?
Chen-Shao
bajó, avergonzado la vista. Estaba triste porque había hecho
enfadar a su amada.
Te
echaba tanto de menos ijo, sollozando.
La
doncella descubrió cuánto amor le tenía y se arrepintió de
haberle hablado tan duramente.
-Compréndelo
-dijo, secándole las lágrimas. Mi padre montará en cólera cuando
se entere de que has matado a sus dos mejores soldados y enviará un
ejército entero a capturarte.
Aún
no había terminado de hablar cuando todo el mar se cubrió de
criaturas extrañas. Venían armados hasta los dientes y cantaban
canciones guerreras.
-Me
entregaré -dijo Chen-Shao. No quiero que por culpa de mi torpeza
muera nadie más.
Entonces
la doncella sacó el abanico de su tía y lo movió con todas sus
fuerzas. En seguida se levantaron unas olas enormes que arrastraron
al ejército del emperador del mar.
-Vamos
-dijo la doncella. Hemos ganado una batalla. pero la guerra nunca
podremos ganarla.
Se
montaron en el caballo con alas y llegaron a la aldea de Chen-Shao.
-Tómame
por esposa. Si lo haces, mi padre sabrá que te amo y dejará de
perseguirnos.
-Pero
yo soy pobre -replicó Chen-Shao.
La
doncella sonrió y comenzó a sacudirse los cabellos. En seguida
empezaron a caer de ellos perlas, coral y cuantas riquezas encierran
los mares.
-¿Creías
que iba a casarme contigo sin darte una dote? -preguntó, sin dejar
de sonreír. Si te parece poco, mi padre te enviará más.
Pero
Chen-Shao no vivió con lujos. Prefirió ayudar a su padre a vender
pescado. Nunca más volvió a salir a la mar. Cuando escaseaban los
peces, su esposa se iba a la playa y cantaba una extraña canción.
En seguida la arena se llenaba de peces.
-¿De
qué te extrañas? -preguntaba con ternura. Mi padre es el emperador
del mar. Y ésta es su canción preferida.
Y
agitaba el abanico para que se encresparan las olas y su tía supiera
que aún la recordaba.
0.005.1 anonimo (china) - 049
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