Aquel
bonzo había nacido en He-Nan, pero como era mendigo, conocía todo
el país. Lo había recorrido ya varias veces, porque nunca se
quedaba en un lugar más de dos días. Pasaba, por tanto, más tiempo
en los caminos que en lugar habitado. Así fue como, poco a poco, fue
entendiendo el lenguaje de los pájaros. Al principio creía que eran
revelaciones de los espíritus, pero pronto cayó en la cuenta que
ellos no podían hablar de cosas tan banales.
-¿Habéis
visto qué calva más ridícula tiene ese hombre? -oyó decir un día
a un grupo de cuervos, al verle pasar.
Y
a partir de entonces comprendió que los pájaros también hablaban
de él.
Quizá
porque prestaba más atención a lo que las aves decían, el lenguaje
del bonzo se había tornado más directo e incisivo. Tanto que los
habitantes de los lugares por los que pasaba comenzaron a tomarle por
loco.
-Debes
tener cuidado -le aconsejó un anciano de su mismo monasterio. Esa
forma de hablar te puede traer problemas. Hay cosas que conviene
decir siempre dando rodeos, porque el corazón humano es tan débil
como la belleza.
Pero
el bonzo no le hizo caso y continuó diciendo lo primero que le venía
a la boca.
Un
día llegó a una pequeña ciudad que conocía muy bien su manera de
ser. Dos amigos comentaron al verle:
-Ya
está aquí ese pelmazo. La verdad es que no sé cómo le aguantamos.
Deberíamos darle una paliza por sus insolencias.
Pero,
cuando fueron a ponerle las manos encima, le vieron tan cansado que
les dio lástima.
-Lo
dejaremos para otra ocasión -dijeron. Al fin y al cabo, no hace
ningún mal a nadie.
Y
le dieron dos monedas de plata.
El
bonzo estaba tan agradecido por su generosidad que les tradujo lo que
acababan de decir dos vencejos. Se habían asustado al ver acercarse
a los dos hombres, pero el bonzo oyó claramente su conversación.
-La
casa nueva será devorada por el fuego -dijo en tono solemne, y los
dos hombres se burlaron de él.
Pero
no había declinado el día cuando, en efecto, desapareció, devorada
por las llamas, la casa a la que se había referido el bonzo. Ni uno
solo de sus muros quedó en pie. Entonces los dos hombres comentaron,
asombrados, que aquel mendigo lo había predicho, y la aldea entera
le suplicó:
-Quédate
con nosotros. No te vayas a otro lugar. Tú eres el único santo que
se ha dignado visitarnos.
El
bonzo se negó, diciendo:
-Mi
techo es el firmamento y mi suelo todo este reino. ¿No lo
comprendéis?
Pero
le ofrecieron tal cantidad de monedas de plata que, al final, terminó
accediendo, y dijo:
-Está
bien. Me quedaré en vuestra aldea diez días más.
Entonces
escuchó lo que comentaban tres gorriones y, agradecido, quiso que lo
supieran quienes tan bien le habían tratado.
-El
catorce se abrirá y el dieciséis se secará uno -afirmó con cierta
petulancia.
-¿Qué
querrá decir eso? -se preguntaban cuantos lo oyeron.
Pero
el bonzo no aclaró nada. Se limitó a repetir tan extraña frase y
empezó a recitar los diez mil nombres de Buda. Sin embargo, pronto
se desveló el misterio: el día catorce una mujer dio a luz gemelos
y el dieciséis murió uno de ellos.
-¡Es
asombroso! -se decía todo el mundo. ¿Cómo puede ese hombre conocer
con tal precisión el futuro?
Y
a su fama de santo se añadió la de sabio. Hasta el gobernador oyó
hablar de él y se dijo:
«Si
es verdad lo que cuentan de ese bonzo, sus predicciones me harán
rico. ¿No me favorecería, acaso, el emperador con su amistad, si
pudiera prevenir una guerra adversa?»
Inmediatamente
le hizo venir a su palacio, pero en cuanto vio su pinta de mendigo y
su cabeza rapada empezó a dudar de él.
-¿En
qué te basas para conocer el futuro? ¿En los reflejos de tu calva?
-preguntó, burlón.
-Nada
de eso, mi señor -respondió humildemente el bonzo. Yo no adivino
nada. Son los pájaros los que lo hacen. Y le reveló su secreto.
El
gobernador estaba cada vez más convencido de que tenía ante sí a
un loco. Entonces pasó un pato y quiso burlarse de él.
-Si
lo
que dices es verdad -le animó, no te será difícil contarme lo que
va pregonando ese pato. El bonzo sonrió con malicia y dijo:
-La
pequeña le sacará los ojos y la mayor le arrancará la lengua.
-¿Y
eso qué significa? -preguntó el gobernador, asombrado.
-No
lo sé -respondió, triunfante, el bonzo. Pero me huele que la
discordia habita bajo vuestro techo.
Y
se marchó a mendigar por las plazas de la ciudad.
El
gobernador se quedó boquiabierto, porque tenía dos mujeres y
siempre estaban discutiendo a causa de los celos.
-Sí,
es verdad -reconoció la más joven. Tuvimos una discusión y dije a
vuestra esposa primera que iba a sacarle los ojos. Ella, para no ser
menos, me amenazó con arrancarme la lengua.
-Os
juro que no volverá a suceder más -prometió la más vieja.
Pero
esta vez no le importaron al gobernador las rencillas familiares.
Estaba estupefacto. Tanto que de nuevo llamó al bonzo y le nombró
su consejero.
-Los
pájaros están sobre nuestras cabezas y ven con más claridad cuanto
hacemos -explicó, complacido, el bonzo.
Sin
embargo, el gobernador era una persona muy engreída y pronto empezó
a dudar otra vez de su nuevo consejero.
Una
tarde, cuando se hallaba despachando los asuntos de la provincia,
volvió a pasar por delante de la puerta un pato. Entonces, con el
afán de coger en falta al bonzo, le preguntó de improviso:
-¿Estás
de acuerdo con lo que dice ese ánade?
El
bonzo no sabía lo que significaba esa palabra, pero respondió de
inmediato:
-Un
ánade, ciertamente, no sé lo que es. Pero, si os referís a ese
pato, os diré que va recitando: «Harina diez mil uno..., harina
veinte mil dos.»
El
gobernador enrojeció de vergüenza, porque era muy avaricioso y
siempre enviaba cuentas falsas al emperador. Desde entonces comenzó
a tomar miedo al bonzo y ordenó a sus criados que se deshicieran de
cuantas aves hubiera en palacio. Después cubrió con una red todos
los patios, y al bonzo se le fue olvidando el lenguaje de los
pájaros.
-¿Por
qué habéis hecho eso? -preguntaba cada día a su señor. ¿No os
interesa ya conocer el futuro?
El
gobernador siempre le respondía lo mismo:
-El
futuro es poder..., el futuro es poder y tú eres sólo un bonzo.
Un
día se reunieron en su palacio los gobernadores de todas las
provincias vecinas. Tan interesados estaban en las redes que cubrían
todos los patios, que el gobernador terminó revelándoles su
secreto. Todos se pusieron entonces de pie y empezaron a reír como
locos.
-No
nos vengas con cuentos -se burlaron. Ningún hombre puede entender el
lenguaje de las aves.
El
gobernador se sintió herido en su amor propio e hizo traer al bonzo.
-iDemuéstrales
que no miento! -le ordenó, amenazante. ¿Qué es lo que dice este
pájaro? -y sacó una cajita de oro con un colibrí.
El
bonzo se inclinó con humildad y respondió:
-El
pajarito dice que dentro de dos días os depondrá el emperador.
Entre
las burlas de todos, el gobernador le mandó azotar y le expulsó de
su palacio. Aunque la predicción resultó cierta, el bonzo no volvió
a decir a nadie lo que hablaban los pájaros. Había aprendido, por
fin, que el corazón humano es débil como la belleza, y el lenguaje
de las aves, tan directo como la línea de sus vuelos.
-Por
eso nunca me quedo más de dos días en un lugar y siempre estoy de
camino.
En
ningún sitio volvieron a suplicarle que permaneciera más tiempo.
0.005.1 anonimo (china) - 049
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