Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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miércoles, 22 de octubre de 2014

El acusado listo

Chen-Shr-Shan había sido tan pobre que ni ropa llegó a tener. Pero trabajó duro en su juventud, y ahora poseía un caballo. Con él transportaba mercancías de una parte a otra, y así se ganaba la vida. En realidad, se trataba de un buen negocio, porque ahora tenía una casa y a sus hijos no les faltaba de nada.
Un día, el hombre más rico de su aldea se fue a vivir a la ciudad y le encargó que le llevara sus cosas a su nuevo domicilio. Eran muchas. y el caballo, más que animal, parecía dragón enjaezado.
-No puedo llevártelas todas de un viaje -dijo Chen-Shr-Shan. Es demasiado peso para un solo caballo.
Pero el hombre montó en cólera y le amenazó, diciendo:
-Si no lo tengo todo en mi nueva casa dentro de tres días, no te pagaré.
Así que Chen-Shr-Shan tuvo que agachar la cabeza y aceptar sus condiciones.
-Está bien -dijo, resignado. Pero yo tendré que hacer el camino a pie, porque este caballo, cuando está muy cansado se pone como una fiera.
Esa misma noche abandonó la aldea y se dirigió a la ciudad. Caminó durante toda la noche. A la salida del sol descansó un poco, pero en seguida reanudó el camino.
-Es penoso transformar a un caballo en una bestia de carga -se dijo con el corazón oprimido. Pero este es mi negocio, y en casa me esperan unas cuantas bocas que alimentar.
Sin embargo, pronto lamentó haber aceptado ese encargo. El día resultó tan caluroso que hasta las piedras se derretían. Entonces vio un árbol con mucha sombra, y ató en él al caballo.
-Por lo menos que descanse el animal un poco, ya que es él el que hace todo el trabajo -y se marchó a buscar agua.
Al regresar vio acercarse a un hombre montado en un burro. Era de su misma aldea, y Chen-Shr-Shan le saludó con afecto.
-Si quieres agua -le dijo, aquí cerca hay un arroyo. Estoy seguro de que el burro te lo agradecerá.
Pero el hombre no le respondió, porque también él se dedicaba al transporte, y Chen-Shr-Shan tenía siempre más clientes. Sin hacerle caso, se bajó del burro y fue a atarle bajo el mismo árbol que el caballo.
-No hagas eso -le aconsejó Chen-Shr-Shan. Cuando mi jamelgo está muy cansado se transforma en una fiera.
-¿Acaso es tuyo ese árbol? ¡La sombra es de todos!
Pero, mientras discutían inútilmente, el caballo de Chen-Shr-Shan empezó a dar coces al burro y le mató.
-¿No te lo advertí? -dijo, apesadumbrado, Chen-Shr-Shan. Ahora tu burro está muerto y ya no tendrás con qué alimentar a tu familia.
Pero el hombre le tenía tanta envidia que sólo deseaba su ruina. Agarró una cuerda y le ató, como si fuera un criminal.
-¡Te llevaré ante el juez! -gritaba, fuera de sí. Has intentado arruinar mi negocio, así que voy a acusarte de ladrón.
Entonces se montó en el caballo de Chen-Shr-Shan.
-Ten cuidado -le advirtió éste-. A mi caballo el peso le vuelve loco.
Aún no había terminado de hablar. cuando el animal dio un salto y el hombre cayó por tierra.
-Si a esta bestia tuya no le gusta llevar peso -dijo con rabia, tú serás el que cargue con todo.
Y empezó a tirar al suelo lo que llevaba el caballo. Aunque tenía las manos atadas, Chen-Shr-Shan lo recogió todo y lo cargó sobre sus espaldas. Así recorrieron varios kilómetros. Por fin, llegaron a un pueblo, y la gente le preguntó sorprendida.
-¿Por qué vas tú tan cargado mientras tu amo cabalga sin nada a lomos de un caballo?
-Estáis equivocados. Ese hombre sin entrañas no es mi amo. Entonces los habitantes del pueblo se encararon con él diciendo:
-¿Te parece bien llevar así a quien ni siquiera es tu esclavo?
-Decís bien -respondió el hombre, porque éste que veis aquí es uno de los ladrones más peligrosos que hay en toda esta comarca.
Los campesinos cogieron palos y, sin pensárselo dos veces, empezaron a dar una paliza a Chen-Shr-Shan.
-¿Por qué hacéis eso? -protestó, desesperado. Yo soy tan honrado como vosotros.
Pero nadie hizo caso de sus gritos. Sólo dejaron de atizarle cuando uno de ellos dijo:
-No le matéis. En realidad no sabemos si este hombre es un ladrón o no. Sin embargo, si le decimos al juez que nos ha robado todo nuestro grano hará que nos lo devuelva, y así tendremos una cosecha doble.
-Tienes razón -dijeron todos los campesinos y, para no dejar escapar tan buena ocasión, decidieron ir también ellos a la ciudad.
Justamente a sus mismas puertas les salió al encuentro el cliente de Chen-Shr-Shan. Estaba impaciente, porque habían pasado ya dos días y creía que había perdido para siempre todas sus cosas. Al ver a Chen-Shr-Shan se echó a reír, y le preguntó:
-¿Qué haces con todo eso a tu espalda? ¿Acaso has perdido la razón y piensas que eres un caballo?
Pero el hombre y los campesinos le aconsejaron:
-Es mejor que no hables con él. Es el ladrón más peligroso de todo el reino. Agradécenos que le hayamos pescado con todo lo tuyo antes de que lo vendiera.
El cliente sabía que Chen-Shr-Shan era una persona honrada. Pero, como también él era muy avaro, se dijo: «Si le acuso de ladrón, no tendré que pagarle nada por el porte», y los acompañó al palacio del juez.
Allí expusieron todos a la vez sus quejas. El juez no sabía de qué iba el asunto, porque tanto el hombre como los campesinos y el juez querían ser atendidos los primeros.
«Seguro que este hombre no tiene mucho dinero -pensaba cada uno de ellos. Si dejamos que otros sean indemnizados antes que nosotros, lo más probable es que no nos llegue ni una moneda de cobre.»
Como era imposible, pues, escuchar a tanta gente, el juez se volvió a Chen-Shr-Shan.
-¿Se puede saber qué es lo que tienen contra ti todos éstos? -preguntó con impaciencia.
Pero Chen-Shr-Shan se puso a mirar al techo e hizo como si no hubiera oído la pregunta. El juez no sabía a qué atenerse.
-¡Este es un juicio de locos! -comentó con los alguaciles. Los acusadores no paran de hablar y el acusado es sordomudo.
Entonces, el hombre logró hacerse oír por encima de toda aquella algarabía y dijo:
-No le creáis. Este hombre habla y oye tan bien como vos y yo.
Los demás lo corroboraron. Pero el juez estaba harto de aquel alboroto y gritó furioso:
-¡Vuestro turno ha terminado! ¿Acaso creéis que yo estoy aquí para someterme a vuestros caprichos?
Y no volvió a oírse más voz que la suya. Con increíble paciencia interrogó a Chen-Shr-Shan. Pero éste continuó fingiendo ser sordomudo y no dijo ni media palabra. Así transcurrieron quince días. Al decimosexto, el cliente se dijo:
«Si sigo aquí no podré dedicarme a mis negocios y perderé más dinero que el que pensaba ganar», y abandonó la sala de audiencias.
Lo mismo les ocurrió a los campesinos y al hombre. Todos se fueron marchando poco a poco, y al final sólo quedó Chen-Shr-Shan.
-No hay razón para continuar este juicio -declaró el juez. Los acusadores han renunciado a su derecho.
Entonces Chen-Shr-Shan abrió la boca por primera vez y contó todo lo ocurrido. Los alguaciles soltaron la carcajada. Pero el juez alabó su astucia y le nombró ayudante suyo.
-Sólo quien conoce el valor del silencio -dijo- puede tomar decisiones justas.
Y desde aquel día le consultó en todos los pleitos que le expusieron.

0.005.1 anonimo (china) - 049

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