En
Han-Shan vivía un labrador joven. Su madre era viuda, pero, gracias
a su trabajo, llevaba una vida decente. Un día regresó a casa con
terribles dolores de estómago. Su madre le dio cuantas medicinas
tenía a mano, pero todo resultó inútil. Su barriga empezó a
hacerse cada vez más grande y pronto, más que varón, parecía una
mujer embarazada. Lo más alarmante, sin embargo, fue que siguió
creciendo sin parar.
«¿Qué
va a ser de mi hijo? -se lamentaba la madre. Si continúa así, va a
reventar y yo me moriré de hambre.»
-¿Por
qué no vas a la pagoda de Shi-Fu? -le dijo entonces una vecina. Allí
hay un bonzo que tiene fama de inmortal. Según dicen, puede curar
todas las enfermedades.
En
cuanto oyó esto, la madre se puso en seguida en camino. Al anochecer
llegó a la región de Shi-Fu. En lo alto de una colina había, en
efecto, una pagoda.
«Allí
es donde debe vivir ese bonzo virtuoso -se dijo la mujer. Subiré y
le pediré que cure a mi hijo.»
Pero,
al entrar en la pagoda, la encontró ruinosa y abandonada. En su
interior sólo había cucarachas y ratones. La mujer se puso a llorar
deses-perada.
-Todo
ha sido inútil -decía entre sollozos. Cuando regrese a casa, ya
habrá reventado.
En
esto oyó la voz de un borracho. Venía de una de las habitaciones
del primer piso y la mujer subió en seguida las escaleras.
-Dime
dónde está el bonzo que cura todas las enfermedades -le suplicó.
Mi hijo se está muriendo y yo soy viuda.
-Aquí
no hay más bonzo que yo -respondió el borracho. Llevo viviendo en
esta pagoda desde hace más de treinta años.
La
mujer le miró con desconfianza. Olía mucho a alcohol y sus ropas
eran harapos. Estaba tumbado en el suelo. A su lado había una
calabaza con licor, un abanico y un abrigo de hierbas.
-¿Tú
eres bonzo? -preguntó, incrédula, la mujer.
-¿De
qué te extrañas? -respondió, sorprendio, el bonzo. ¿Acaso el
alcohol está reñido con la virtud?
La
mujer se lanzó entonces a sus pies y le suplicó que curara la
extraña enfermedad de su hijo. El bonzo se quitó el sombrero que
llevaba y se rascó la cabeza, diciendo:
-Todas
las madres hacéis las mismas tonterías por vuestros hijos. Bueno,
estáte tranquila. Voy a hacer lo que me pides.
El
bonzo se frotó los brazos e hizo tres bolitas con la mugre que los
cubría.
-Dale
esto y se curará.
Después
se puso a cantar y a soltar eructos. La mujer cogió las bolitas con
asco, pero no dijo nada.
«¿Por
qué no voy a hacer lo que me ha dicho -se preguntó, si es un
inmortal?»
Pero
su hijo se negó a tomarlas, diciendo:
-¡Ese
bonzo es un borracho! ¿Cómo quieres que haga caso a un loco como
él?
Sin
embargo, los dolores eran fuertes, que terminó cediendo. En cuanto
tragó las tres bolitas, devolvió un gusano tan grande como un
tronco. Al día siguiente se sentía tan bien que salió a labrar sus
campos.
-Debemos
ser agradecidos -le dijo su madre aquella misma noche. Los inmortales
no son muy distintos de nosotros.
-Tienes
razón -respondió el campesino y, sin esperar la salida del sol, se
dirigió a las montañas de Shi-Fu.
Pero
el bonzo no quiso recibirle. Se subió a lo más alto de la pagoda y
comenzó a gritar:
-¡Yo
soy Chi-Kung, el bonzo que ama el alcohol! Nadie viene a verme,
porque siempre estoy borracho. Vivo en un templo y me llaman
inmortal.
A
los tres días llegó a su pagoda un gran cortejo de monjes. En
seguida adecentaron la sala de oraciones y empezaron a entonar su
salmodia. El bonzo Chi-Kung se puso furioso.
-¿Qué
habéis venido a hacer aquí? -les preguntó, subido a una viga.
Vuestros cantos no me dejan dormir.
El
monje más anciano se encaró con él y le dijo:
-Déjanos
tranquilos y no seas tan irrespetuoso. ¿No sabes que la madre del
ministro Hwang está muy enferma? Estamos recitando los cien nombres
de Buda, para que recupere la salud.
-GY
para eso tenéis que armar tanto alboroto? -preguntó el bonzo
Chi-Kung. Buda no está dormido ni tiene hambre.
Y,
como si fuera un mono, se puso a comer la fruta que habían colocado
al lado de los pebeteros. Después agarró una pata de perro y empezó
a comérsela tan tranquilamente. De vez en cuando se echaba un buen
trago de vino.
-¡Borracho
irrespetuoso! -le riñó el monje más anciano. ¿Por qué te burlas
de los nombres de Buda?
-Yo
no me burlo de nada -respondió Chi-Kung. ¿No lo oyes? También yo
los estoy recitando.
El
monje afinó el oído y sólo pudo escuchar sus eructos. Entonces el
ministro Hwang se levantó y dijo a los monjes:
-Vamos
a otro templo. Aquí, con este loco, no se puede rezar.
-¿Para
qué? -preguntó Chi-Kung, chillando como una grulla. Tu madre está
ya curada. ¿Para qué seguir cansando al dulce Buda?
Cuando
el cortejo de monjes abandonaba la pagoda, llegaron seis criados de
la casa Hwang diciendo:
-Alegrémonos
todos, porque la madre del ministro ha recobrado la salud.
-¿Cuándo
ha ocurrido eso? -preguntó el dignatario, asombrado.
-Esta
misma tarde -le respondieron los criados. Vuestra madre vio en sueños
a un bonzo borracho. Llevaba un gorro muy raro, un abanico y una
calabaza llena de licor. La tocó en la cabeza y le dijo: «Vive para
que sigas haciendo el bien.» Y en seguida la abandonó la fiebre.
Todos
se quedaron asombrados. El ministro empezó a gritar, agradecido:
-iBonzo
Chi-Kung, perdóname! Te tomé por un borracho, pero ahora sé que
eres un inmortal. Jamás podré agradecerte lo que has hecho por mi
madre.
Chi-Kung
saltó de viga en viga hasta ponerse encima del ministro Hwang.
Entonces se puso a mear sobre su cabeza y a chillar:
-¡Tomad
agua de inmortalidad! A mí me sobra. Cuando queráis más, venid a
por ella -y todos consideraron una suerte haber sido bañados por su
orín.
Cuando
corrió la voz de lo ocurrido, la pagoda de Shi-Fu comenzó a
llenarse de enfermos. El bonzo Chi-Kung no quiso sanar a ninguno. Una
noche sin luna se marchó hacia las montañas del norte. Cuando llegó
a ellas, estaba rendido.
-¿Quieres
un panecillo de arroz? -le preguntó un muchacho. Tú eres bonzo y
siempre haces el bien. Lo que yo gano es para alimentar a mi madre.
-¿De
qué están rellenos? -preguntó Chi-Kung, mirando a la gran mole de
piedras que había detrás del puesto.
-De
carne y de verduras. Y te aseguro que las verduras son tiernas.
Chi-Kung
los manoseó todos. Sus manos estaban tan sucias que las llevaba
siempre cubiertas de moscas.
-Dame
cuatro panecillos rellenos de carne -dijo, por fin.
¡Bastantes
verduras he comido ya en mi monasterio!
-Como
quieras -replicó el muchacho.
Chi-Kung
los mordisqueó todos. Después hizo un gesto de asco y añadió:
-Pensándolo
bien, la carne no me gusta mucho. Dame cuatro rellenos de verdura.
Y
no esperó a que el muchacho se los cambiara. El mismo los cogió con
sus manos sucias.
-¡Ya
está bien!, ¿no? -protestó el chico. ¿Quién va a comprarme estos
panecillos mordisqueados?
-¡No
es culpa mía! -replicó Chi-Kung. iA mí me gustan los rellenos de
verdura! Van mejor con el vino -y echó un largo trago de su
calabaza.
Pero
en seguida volvió a cambiar de opinión.
-Estaba
equivocado -dijo, después de morderlos. Nada se puede comparar a la
carne. Dame cuatro de carne. El muchacho se negó.
-¡Hoy
no ganaré nada! -exclamó, sollozando. ¡Me has estropeado dieciséis
panecillos!
Entonces
el bonzo Chi-Kung se metió los cuatro últimos en la boca y empezó
a correr. El muchacho le siguió y, como era más joven, en seguida
le dio alcance.
-¡No
me has pagado los panecillos!
-¿Cómo
que no? -protestó Chi-Kung. Te los he cambiado por otros cuatro de
verdura.
-Sí,
pero tampoco me has dado nada por ellos.
-¡Claro
que no! Es justo. Esos te los cambié por otros cuatro de carne.
Estando
en ese tira y afloja, se desprendieron unas piedras enormes de la
montaña y aplastaron el puesto del muchacho. Entonces comprendió
por qué el bonzo se había portado tan mal.
«Si
no llega a ser por él -pensó, ahora estaría muerto.»
Y
se arrodilló ante Chi-Kung.
El
bonzo empezó a hacer cabriolas y a escupir los panecillos. Después
se los tiró al muchacho, diciendo:
-Dáselos
a comer a tu madre. Si lo haces, se pondrá buena.
-¿Y
cómo sabes tú que está enferma? -volvió a preguntar el muchacho.
Pero
el bonzo Chi-Kung había desaparecido. El muchacho fue el último que
le vio. Jamás volvió a curar a nadie más, porque, aunque era
inmortal, también los sabios celestes se cansan.
0.005.1 anonimo (china) - 049
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