Durante
la época de los tres reinos mucha gente murió a causa de las
guerras. No pocos de los que sobrevivieron se transformaron en
mendigos. Recorrían las calles, pidiendo comida, y ni los perros se
acercaban a ellos. En esa época de sufrimientos, el joven Hwa-Two
fue nombrado funcionario real. Pero, ántes de partir hacia la
capital, quiso recorrer solo la ciudad en la que vivía.
-¿Estás
loco? -intentó disuadirle su padre. Las calles están llenas de
bandidos. Salir a ellas es peligroso.
-Si
he de ser funcionario real -dijo. justo es que conozca al pueblo que
voy a servir.
En
las calles sólo encontró enfermedades y miseria. Se sintió tan
impresionado por lo que vio, que decidió hacerse médico.
-¿Médico?
-preguntó su padre, echándose las manos a la cabeza. ¿Quieres
traer la ruina sobre esta familia? ¿Por qué quieres renunciar al
honor de ser funcionario real?
Hwa-Two
sabía que en aquella época era más apreciado ser alfarero que
médico. Por eso dijo a su padre:
-Hoy
todo el mundo sueña con las fáciles riquezas de la corte. ¿No está
bien preocuparse por el dolor ajeno?
-Está
bien -dijo, al fin, su padre. Tu vida es sólo tuya. Mañana te
acondicionaré una casa y podrás ejercer de médico.
Pero
el joven Hwa-Two se marchó al bosque. Allí siguió a los animales
hasta la extenuación y tomó notas de las hierbas que comían.
-Pierdes
el tiempo -le dijeron unos pastores. Los animales sólo enferman una
vez: cuando mueren.
-¿Y
qué me decís de las heridas que les hacen los cazadores? -respondió
Hwa-Two. A veces son tan horrorosas que necesariamente tendrían que
morir. Sin embargo, ellos sanan.
-Tienes
razón -contestaron los pastores, y en seguida se convirtieron en sus
colaboradores.
De
esta forma, el doctor Hwa-Two tuvo tiempo para estudiar los antiguos
códices de medicina. En ellos encontró la confirmación de que, en
efecto, las plantas curaban.
-¿Y
lo dicen esos libros? -le preguntaban, asombrados, los pastores.
¿Cómo es posible que lo supieran los hombres antiguos? -y el doctor
Hwa-Two sonreía, porque sabía cuánto impresionan las letras a
quien no sabe leer.
Durante
trece años clasificó todas las plantas del bosque. A veces las
molía; otras, las dejaba secar, y en no pocas ocasiones las hervía
en agua. Por fin, regresó a la ciudad.
-¿Beberme
yo esto? -preguntaban los enfermos. Sabe demasiado amargo. Además, a
mí las plantas no me gustan.
-¿Por
qué no piensas que es una sopa? -les animaba el doctor Hwa-Two.
Tómatelo. Por lo menos tendrás el estómago lleno.
-No
había caído en eso -y se bebían el potingue.
De
esta forma, el doctor Hwa-Two fue expulsando a la enfermedad de la
ciudad. Su padre estaba ahora orgulloso de él.
-Todavía
sigue a tu disposición el caserón que te ofrecí.
Pero
el doctor Hwa-Two lo rechazó, diciendo:
-Si
la muerte es viajera, ¿por qué voy yo a asentarme en un lugar?
Desde
entonces no volvió a tener residencia fija. Metió todas sus
medicinas en una calabaza vacía y recorrió todas las aldeas de la
región. Cuando los campesinos le veían acercarse, empezaban a
gritar:
-¡Salid
a las calles! ¡Ha llegado el hombre de la calabaza y el báculo!
Su
nombre era totalmente desconocido para muchos de ellos. Un día se
encontró con un enfermo al que no se acercaba nadie. No tenía cejas
ni pelo y, aunque era joven, parecía un anciano.
-¿Qué
es lo que me pasa? -preguntó, sollozando. El dolor me corroe y la
gente me desprecia.
El
doctor Hwa-Two le miró a los ojos y en seguida supo que tenía
podrida la mitad de la vejiga.
-Pero
no te preocupes -continuó diciéndole. Te la cortaré y volverás a
ser el hombre sano de antes.
El
enfermo dio un salto y preguntó, asustado:
-¿Quieres
decir que vas a abrirme la barriga?
-Sí
-respondió el doctor Hwa-Two.
El
hombre huyó corriendo. Iba gritando que querían asesinarle. Muchos
le creyeron y expulsaron al doctor.
«¡Qué
lástima! -se dijo.
Si no le corto la mitad de la vejiga, ese hombre puede morir. Tendré
que regresar al bosque y demostrarles con animales que es posible
hacerlo.»
En
seguida se puso a observar a los cervatillos. Durante días siguió a
un pequeño rebaño. Por fin, descubrió a uno que devolvía cuanto
se llevaba a la boca.
«Ese
es mi animal», se dijo, ilusioriado, Hwa-Two y no se separó de él.
Un
día el cervatillo enfermo le llevó hasta un pequeño estanque.
Estaba escondido en lo más recóndito de la espesura. En sus orillas
crecían unas plantas extrañas y la misma agua tenía una coloración
especial. El cervatillo bebió y al poco rato se quedó dormido.
-¡Qué
extraño! -se dijo el doctor Hwa-Two. ¿Estará envenenada esa agua?
Si es así, ¿quién ha podido hacerlo?
Pero,
al acercarse, comprobó que el animal vivía. Estaba dormido. Sin
embargo, su sueño era tan profundo que no sentía nada. El dolor no
penetraba en su cuerpo.
-¡Asombroso!
-exclamó el doctor Hwa-Two. Estas plantas contienen una muerte
débil, a la que termina derrotando la vida.
El
mismo masticó tres hojas y se quedó profundamente dormido. Cuando,
después de tres horas, abrió los ojos, sólo sentía un ligero
dolor de cabeza. En seguida corrió hacia la aldea del hombre sin
pelo ni cejas.
-¿Ya
vienes a matarme? -preguntó, asustado, al verle. La verdad es que no
sé por qué hui de ti la otra vez. Todo el mundo me rechaza.
-Toma
estas plantas y mastícalas -le dijo el doctor HwaTwo.
Al
punto le sobrevino un profundo sopor. Entonces le abrió el vientre y
le cortó la mitad de la vejiga. A los siete días el hombre estaba
totalmente recuperado. Comenzó a crecerle el pelo y ya nadie le
rehuyó.
-Este
hombre es un sabio -comentaban las gentes de los tres reinos. ¿Por
qué no le nombran ministro? Sería un buen servidor del pueblo.
-No,
no hagáis eso! -suplicaba el doctor Hwa-Two. Me moriría, si me
encerraran en un palacio.
Pronto
llegó a la conclusión de que los cuerpos enferman por falta de
ejercicio. La vida sedentaria rompe el equilibrio que debe existir
entre ellos y el cosmos. Entonces creó el Kung-fú de los cinco
animales.
-¿Cómo
disteis con idea tan espléndida? -le preguntó un día un ministro
de uno de los tres reinos.
-Desde
que en mi juventud descubrí la sabiduría de los animales -respondió
el doctor Hwa-Two, me he sentido atraído por la potencia de las
garras del tigre, del cuello de los rebecos, de las alas de las aves,
de las extremidades de los monos y de la cintura de los osos. ¿Por
qué no mezclarlos todos? Su resultado es un hombre más fuerte que
la muerte.
-Así
es -contestó el ministro.
Pero la sabiduría es aún más fuerte.
Y
el doctor Hwa-Two sonrió, porque ya tenía un discípulo.
Su
fama era tan grande que llegó a oídos de Tsao-Tsao. Entonces era
príncipe de Dhzang, pero su crueldad era ya notoria. Tsao-Tsao
padecía de una tortícolis crónica que no le dejaba mirar de
frente. Sufría tanto que hizo venir al doctor Hwa-Two. Cuando se
halló en su presencia, le miró con desprecio y dijo:
-¿Qué
tienes tú de especial? Eres pequeño y viejo y estás ya calvo. ¿Por
qué habla tanto la gente de ti?
-No
lo sé -respondió Hwa-Two. Quizá lo hagan, porque soy tan feo como
decís.
Tsao-Tsao
montó en cólera.
-¿Me
tomas por un imbécil? -preguntó, enfadado. No perdamos más tiempo.
Cúrame esta tortícolis que no me deja vivir. Para eso te he mandado
llamar.
El
doctor Hwa-Two le examinó detenidamente y, al fin, dijo:
-Para
curar vuestra dolencia, tendré que haceros un agujero en el cráneo.
Tsao-Tsao
saltó de su asiento.
-¡Ya
sabía yo que tú eras un asesino, enviado por los enemigos de
Dhzang! -gritó, fuera de sí. En tu cabeza se hará el agujero que
has dicho.
Así
acabó sus días el hombre que prefirió ser doctor a funcionario
real. El fue el primero que hizo operaciones, descubrió la anestesia
y creó el método del Kung-fú llamado de los cinco animales. Pero
su virtud fue tan grande como su sabiduría.
0.005.1 anonimo (china) - 049
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