Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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miércoles, 22 de octubre de 2014

El doctor hwa-two

Durante la época de los tres reinos mucha gente murió a causa de las guerras. No pocos de los que sobrevivieron se transformaron en mendigos. Recorrían las calles, pidiendo comida, y ni los perros se acercaban a ellos. En esa época de sufrimientos, el joven Hwa-Two fue nombrado funcionario real. Pero, ántes de partir hacia la capital, quiso recorrer solo la ciudad en la que vivía.
-¿Estás loco? -intentó disuadirle su padre. Las calles están llenas de bandidos. Salir a ellas es peligroso.
-Si he de ser funcionario real -dijo. justo es que conozca al pueblo que voy a servir.
En las calles sólo encontró enfermedades y miseria. Se sintió tan impresionado por lo que vio, que decidió hacerse médico.
-¿Médico? -preguntó su padre, echándose las manos a la cabeza. ¿Quieres traer la ruina sobre esta familia? ¿Por qué quieres renunciar al honor de ser funcionario real?
Hwa-Two sabía que en aquella época era más apreciado ser alfarero que médico. Por eso dijo a su padre:
-Hoy todo el mundo sueña con las fáciles riquezas de la corte. ¿No está bien preocuparse por el dolor ajeno?
-Está bien -dijo, al fin, su padre. Tu vida es sólo tuya. Mañana te acondicionaré una casa y podrás ejercer de médico.
Pero el joven Hwa-Two se marchó al bosque. Allí siguió a los animales hasta la extenuación y tomó notas de las hierbas que comían.
-Pierdes el tiempo -le dijeron unos pastores. Los animales sólo enferman una vez: cuando mueren.
-¿Y qué me decís de las heridas que les hacen los cazadores? -respondió Hwa-Two. A veces son tan horrorosas que necesariamente tendrían que morir. Sin embargo, ellos sanan.
-Tienes razón -contestaron los pastores, y en seguida se convirtieron en sus colaboradores.
De esta forma, el doctor Hwa-Two tuvo tiempo para estudiar los antiguos códices de medicina. En ellos encontró la confirmación de que, en efecto, las plantas curaban.
-¿Y lo dicen esos libros? -le preguntaban, asombrados, los pastores. ¿Cómo es posible que lo supieran los hombres antiguos? -y el doctor Hwa-Two sonreía, porque sabía cuánto impresionan las letras a quien no sabe leer.
Durante trece años clasificó todas las plantas del bosque. A veces las molía; otras, las dejaba secar, y en no pocas ocasiones las hervía en agua. Por fin, regresó a la ciudad.
-¿Beberme yo esto? -preguntaban los enfermos. Sabe demasiado amargo. Además, a mí las plantas no me gustan.
-¿Por qué no piensas que es una sopa? -les animaba el doctor Hwa-Two. Tómatelo. Por lo menos tendrás el estómago lleno.
-No había caído en eso -y se bebían el potingue.
De esta forma, el doctor Hwa-Two fue expulsando a la enfermedad de la ciudad. Su padre estaba ahora orgulloso de él.
-Todavía sigue a tu disposición el caserón que te ofrecí.
Pero el doctor Hwa-Two lo rechazó, diciendo:
-Si la muerte es viajera, ¿por qué voy yo a asentarme en un lugar?
Desde entonces no volvió a tener residencia fija. Metió todas sus medicinas en una calabaza vacía y recorrió todas las aldeas de la región. Cuando los campesinos le veían acercarse, empezaban a gritar:
-¡Salid a las calles! ¡Ha llegado el hombre de la calabaza y el báculo!
Su nombre era totalmente desconocido para muchos de ellos. Un día se encontró con un enfermo al que no se acercaba nadie. No tenía cejas ni pelo y, aunque era joven, parecía un anciano.
-¿Qué es lo que me pasa? -preguntó, sollozando. El dolor me corroe y la gente me desprecia.
El doctor Hwa-Two le miró a los ojos y en seguida supo que tenía podrida la mitad de la vejiga.
-Pero no te preocupes -continuó diciéndole. Te la cortaré y volverás a ser el hombre sano de antes.
El enfermo dio un salto y preguntó, asustado:
-¿Quieres decir que vas a abrirme la barriga?
-Sí -respondió el doctor Hwa-Two.
El hombre huyó corriendo. Iba gritando que querían asesinarle. Muchos le creyeron y expulsaron al doctor.
«¡Qué lástima! -se dijo. Si no le corto la mitad de la vejiga, ese hombre puede morir. Tendré que regresar al bosque y demostrarles con animales que es posible hacerlo.»
En seguida se puso a observar a los cervatillos. Durante días siguió a un pequeño rebaño. Por fin, descubrió a uno que devolvía cuanto se llevaba a la boca.
«Ese es mi animal», se dijo, ilusioriado, Hwa-Two y no se separó de él.
Un día el cervatillo enfermo le llevó hasta un pequeño estanque. Estaba escondido en lo más recóndito de la espesura. En sus orillas crecían unas plantas extrañas y la misma agua tenía una coloración especial. El cervatillo bebió y al poco rato se quedó dormido.
-¡Qué extraño! -se dijo el doctor Hwa-Two. ¿Estará envenenada esa agua? Si es así, ¿quién ha podido hacerlo?
Pero, al acercarse, comprobó que el animal vivía. Estaba dormido. Sin embargo, su sueño era tan profundo que no sentía nada. El dolor no penetraba en su cuerpo.
-¡Asombroso! -exclamó el doctor Hwa-Two. Estas plantas contienen una muerte débil, a la que termina derrotando la vida.
El mismo masticó tres hojas y se quedó profundamente dormido. Cuando, después de tres horas, abrió los ojos, sólo sentía un ligero dolor de cabeza. En seguida corrió hacia la aldea del hombre sin pelo ni cejas.
-¿Ya vienes a matarme? -preguntó, asustado, al verle. La verdad es que no sé por qué hui de ti la otra vez. Todo el mundo me rechaza.
-Toma estas plantas y mastícalas -le dijo el doctor HwaTwo.
Al punto le sobrevino un profundo sopor. Entonces le abrió el vientre y le cortó la mitad de la vejiga. A los siete días el hombre estaba totalmente recuperado. Comenzó a crecerle el pelo y ya nadie le rehuyó.
-Este hombre es un sabio -comentaban las gentes de los tres reinos. ¿Por qué no le nombran ministro? Sería un buen servidor del pueblo.
-No, no hagáis eso! -suplicaba el doctor Hwa-Two. Me moriría, si me encerraran en un palacio.
Pronto llegó a la conclusión de que los cuerpos enferman por falta de ejercicio. La vida sedentaria rompe el equilibrio que debe existir entre ellos y el cosmos. Entonces creó el Kung-fú de los cinco animales.
-¿Cómo disteis con idea tan espléndida? -le preguntó un día un ministro de uno de los tres reinos.
-Desde que en mi juventud descubrí la sabiduría de los animales -respondió el doctor Hwa-Two, me he sentido atraído por la potencia de las garras del tigre, del cuello de los rebecos, de las alas de las aves, de las extremidades de los monos y de la cintura de los osos. ¿Por qué no mezclarlos todos? Su resultado es un hombre más fuerte que la muerte.
-Así es -contestó el ministro. Pero la sabiduría es aún más fuerte.
Y el doctor Hwa-Two sonrió, porque ya tenía un discípulo.
Su fama era tan grande que llegó a oídos de Tsao-Tsao. Entonces era príncipe de Dhzang, pero su crueldad era ya notoria. Tsao-Tsao padecía de una tortícolis crónica que no le dejaba mirar de frente. Sufría tanto que hizo venir al doctor Hwa-Two. Cuando se halló en su presencia, le miró con desprecio y dijo:
-¿Qué tienes tú de especial? Eres pequeño y viejo y estás ya calvo. ¿Por qué habla tanto la gente de ti?
-No lo sé -respondió Hwa-Two. Quizá lo hagan, porque soy tan feo como decís.
Tsao-Tsao montó en cólera.
-¿Me tomas por un imbécil? -preguntó, enfadado. No perdamos más tiempo. Cúrame esta tortícolis que no me deja vivir. Para eso te he mandado llamar.
El doctor Hwa-Two le examinó detenidamente y, al fin, dijo:
-Para curar vuestra dolencia, tendré que haceros un agujero en el cráneo.
Tsao-Tsao saltó de su asiento.
-¡Ya sabía yo que tú eras un asesino, enviado por los enemigos de Dhzang! -gritó, fuera de sí. En tu cabeza se hará el agujero que has dicho.
Así acabó sus días el hombre que prefirió ser doctor a funcionario real. El fue el primero que hizo operaciones, descubrió la anestesia y creó el método del Kung-fú llamado de los cinco animales. Pero su virtud fue tan grande como su sabiduría.

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