Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

8-2-2015 a las 21:47:50 10.000 relatos y 10.000 recetas

10.001 relatos en tiocarlosproducciones

10.001 recetas en mundi-recetasdelabelasilvia

Translate

miércoles, 22 de octubre de 2014

El gato que llego a ser principe

Durante la dinastía Sung hubo un emperador llamado Chen-Yang. Tenía dos mujeres, a las que amaba con ternura: Una, de nombre Li, sencilla y dulce como un loto, y la otra, apellidada Liou, perversa y ambiciosa como una rata. Las dos eran como las pupilas de sus ojos y no acababa de decidirse a cuál de ellas hacer su emperatriz.
-No debéis demorarlo más -le dijeron sus consejeros. La seguridad del imperio depende de ello.
El emperador Chen-Yang sabía que tenían razón, pero su corazón sangraba cada vez que se enfrentaba con ese problema. Un día un gorrión se posó sobre su mano y le dijo:
-Es lo más fácil del mundo. Como las dos mujeres están encinta, nombráis emperatriz a la primera que os dé un hijo, y asunto concluido.
Así lo hizo el emperador. Inmediatamente se dirigió al harén y comunicó su decisión a sus dos esposas.
-No os preocupéis -dijo el eunuco Kwo-Kwei a la princesa Liou. El emperador siempre os ha preferido a vos. Es natural que deis vos a luz antes que vuestra competidora.
Sí... Nadie podrá quitarme mi derecho a ser emperatriz.
Sin embargo, fue el seno de la princesa Li el que floreció primero. Todo el imperio celebró con júbilo el nacimiento de un heredero. Sólo la princesa Liou se consumía de envidia.
-¿Dónde están vuestras ambiciones? -le reprochó entonces el eunuco Kwo-Kwei. Si no hacéis algo, todo estará perdido para vos.
-¡Me ha ganado! -repetía la princesa Liou, desesperada. Debí haberla matado, cuando supe que también ella estaba embarazada.
-Deshaceos de su hijo y todo estará arreglado -sugirió con malicia el eunuco.
Entonces mataron a un gato y fueron a ver a la princesa Li. Estaba rendida por el esfuerzo, pero no dejaba de sonreír a todo el mundo.
-No debiste haber venido -dijo. Tú misma estás a punto de dar a luz. Deberías guardar todas tus fuerzas para ese momento.
-¿Acaso tu felicidad no es también la mía? -repuso la princesa Liou, fingiendo una alegría que no sentía.
Mientras hablaban, el eunuco Kwo-Kwei se llegó hasta la cuna del niño y lo cambió por el gato muerto. Nadie se dio cuenta de ello. Todos estaban pendientes de las dos princesas.
-¡Qué bien se llevan! -comentaban asombrados. Es raro que dos esposas de un mismo hombre se lleven tan bien.
En esto llegó el emperador a conocer a su hijo. Se había puesto su mejor vestido y le acompañaban los cortesanos más distinguidos. Pero, al acercarse a la cuna del niño, descubrió al gato muerto y al punto montó en cólera.
-¿Por quién me has tomado? -bramó, solemne. ¿Qué clase de monstruo eres tú, que traes al mundo tales abortos?
La princesa Li estaba aterrada, porque tampoco ella había visto hasta entonces a su hijo.
-En castigo -continuó diciendo el emperador- serás conducida a las mazmorras del palacio, de donde no volverás nunca más en tu vida.
E inmediatamente se cumplió la orden.
A los pocos días la princesa Liou dio a luz otro varón. De nuevo volvió a celebrarlo el pueblo y el emperador recibió parabienes de todos los reinos. Cuando fue a conocer a su hijo, le temblaban las manos.
-¿A qué tenéis miedo? -le preguntó la princesa Liou. Vos no estáis embrujado. Ved cuánto se os parece vuestro hijo -y el emperador sonrió, conmovido.
Sin embargo, estaba celosa, porque su hijo era más feo y enclenque que el de la princesa Li. Así que decidió deshacerse de él para siempre.
-Dejadlo en mis manos -la tranquilizó el eunuco Kwo-Kwei. Ahora debéis prepararos para ser emperatriz.
El eunuco tomó al niño y se lo entregó a la sirvienta KouChu. Todos creían que era cruel, porque no había en todo el reino persona más fea que ella. Pero su corazón era dulce y bueno.
-¿Qué quieres que haga con este niño? -preguntó la sirvienta Kou-Chu con ternura.
-Arrójale en el río que cruza el palacio. Todo el mundo creerá que es un gato y nadie le dará importancia.
Pero la sirvienta no tuvo valor para hacerlo y le escondió en su aposento. A media noche el niño empezó a llorar. Casi todo el palacio se despertó, pero nadie dijo nada, porque creían que era el hijo de la emperatriz Liou.
«No puedo tenerle aquí por más tiempo», se dijo a la mañana siguiente.
Cogió al niño y se fue a la orilla del río que atravesaba el palacio. Allí se puso a llorar, porque los juncos eran bajos y no podía esconderse nada en ellos. En ese mismo momento acertó a pasar el eunuco Chen-Li. Al verla llorar se sintió conmovido y se acercó a ella.
-¿Qué te ocurre? ¿Acaso está en peligro la vida del heredero imperial?
-La del auténtico, sí -replicó la sirvienta Kou-Chu y le contó todo lo sucedido.
El eunuco Chen-Li se quedó de una pieza, pero reaccionó en seguida:
-Mañana -dijo- es el cumpleaños del primo del emperador. Como todos los años, le llevaré una cesta de fruta de regalo. Tiraremos la fruta al río y meteremos al niño en la cesta. Estáte tranquila.
Así lo hicieron. Pero el eunuco Kwo-Kwei les había visto charlar y comenzó a sospechar la verdad. Cuando a la mañana siguiente Chen-Li abandonó el palacio con la cesta de fruta, le salió al encuentro y le exigió que se la entregara.
-¡No puedo hacer eso! Tú lo sabes bien. Esto es propiedad imperial.
-Está bien, está bien -replicó con astucia el eunuco Kwo-Kwei. Yo no puedo tocar lo que pertenece al emperador. Sin embargo, porque la emperatriz así lo quiere, no tendrás ningún inconveniente en enseñarme lo que llevas en esa cesta.
-Si hiciera eso, el emperador me mandaría cortar la cabeza. ¿No ves que está sellada?
Entonces el eunuco Kwo-Kwei le arrebató la cesta y empezó a sacudirla.
«Si dentro hay un niño -se dijo, se pondrá a llorar en seguida.»
Pero el niño estaba dormido y no despegó los labios. Chen-Li respiró tranquilo.
-¡Te costará caro tu atrevimiento! -amenazó iracundo, y continuó su camino.
Cuando llegó a casa del primo del emperador, su esposa se puso muy contenta.
-¿Has visto lo que nos envían este año? -gritó emocionada a su marido. ¡Un niño! -y los dos lloraron de alegría, porque no podían tener hijos.
Entonces el eunuco Chen-Li les contó quién era, en realidad, aquel niño.
-No te preocupes -le tranquilizó el primo del emperador. Nosotros le criaremos como hijo nuestro y nadie sabrá jamás su origen.
Así transcurrieron dieciocho años. Un día el emperador se sintió enfermo y quiso arreglar el problema de su sucesión. Era un asunto difícil, porque el hijo de la emperatriz Liou había muerto de niño, y no había podido darle ningún hijo más. Entonces uno de sus más prudentes consejeros le dijo:
-¿Por qué no nombráis heredero al hijo de vuestro primo? También él lleva vuestra sangre y su bondad es conocida de todos.
Al emperador le pareció bien esa idea y en seguida mandó a
buscarle. Sin embargo, la emperatriz Liou estaba furiosa.
-¿Por qué no me nombra a mí regente? -preguntaba, desolada, a su fiel eunuco Kwo-Kwei.
-Sin heredero no hay regencia. Pero no os desesperéis -le aconsejó éste. Podéis exigir al emperador que el muchacho os reconozca como madre y así todo continuará lo mismo que hasta ahora.
Como el emperador estaba muy enfermo, no le fue difícil influir en su ánimo. Sin embargo, el hijo de la princesa Li no quería reconocerla como madre.
-Prefiero ser el hombre más insignificante del mundo, antes que hacer una cosa así -afirmaba con decisión.
Pero los primos del emperador le hicieron cambiar de idea, diciendo:
-Es sólo un trámite. Por muchos papeles que firmes, nunca podrás renunciar a tu carne.
-Hazlo por nuestros antepasados. ¿Te das cuenta del honor que será para ellos tener un descendiente emperador?
-Hazlo por nosotros, que somos ya viejos. Y el hijo de la princesa Li terminó aceptando.
Aún no había llegado a la corte cuando los dos primos del emperador murieron envenenados. El eunuco Kwo-Kwei fue quien vertió el veneno.
-Dos madres son demasiadas, porque siempre estará una en peligro -comentó después con cinismo en la corte.
El eunuco Chen-Li temió entonces por la vida de la princesa Li. Se pudría, olvidada de todos, en las mazmorras del palacio. Sin embargo, su belleza permanecía intacta.
-¿Ya? -preguntó esperanzada. ¿Ya me ha perdonado el emperador, mi dueño?
-No, aún no. Pero ese día está cada vez más cerca -la consoló. Ya veis: ahora os envía al campo.
E inmediatamente la sacó de palacio.
Ese mismo día murió el emperador. Todos sus súbditos le lloraron y el hijo de la princesa Li fue su sucesor. En cuanto la emperatriz Liou y el eunuco Kwo-Kwei le vieron, saltaron de sus asientos.
-¿Os ocurre algo, madre? -preguntó el joven emperador.
-No, no. Nada. Es sólo un mareo. Se me pasará pronto.
Su parecido con la princesa Li era tan grande que los dos reconocieron en él al príncipe sustituido por un gato.
-Debiste haberle matado con tus propias manos, en vez de encar-gárselo a una sirvienta.
-Quizá el nuevo emperador no tiene nada que ver con la princesa Li -dijo, temblando, el eunuco Kwo-Kwei.
-Quizá no -repitió la emperatriz Liou. Pero si la tiene, tú y yo estamos perdidos.
Entonces hizo buscar a la sirvienta Kou-Chu y le preguntó por el paradero del niño.
-¿Niño? -fingió no recordar la anciana. Jamás he tenido ninguno. De joven era tan fea que ni los leprosos se me acercaban.
El eunuco Kwo-Kwei sonrió con malicia.
-Está visto que tu memoria está tan chocha como tú. Habrá que refrescártela.
Y la sometió a tormentos terribles.
Sin embargo, la sirvienta Kou-Chu no dijo nada. Repetía siempre lo mismo, fingiendo estar mal de la cabeza. Sólo momentos antes de morir dijo lo que sentía:
-Cuando muera, me transformaré en fantasma y te perseguiré hasta que tú también te zambullas en la muerte.
En seguida cumplió lo prometido. El espíritu de la sirvienta Kou-Chu se apareció en sueños al juez Bao-Kung y le dijo:
-Si vas a la aldea más cercana a las montañas, te llevarás una sorpresa.
El juez pensó que era un sueño más. Pero la sirvienta le importunó noche tras noche y. al final. terminó haciéndole caso.
«Me llama más allá», se dijo.
Inmediatamente partió hacia la aldea. Sin embargo, estuvo en ella una semana y no ocurrió nada. Sólo cuando ya se marchaba, se acercó un hombre y le dijo con arrogancia:
-Yo no me arrodillo ante ti, porque tu dignidad es menor que la mía.
-¿Cómo es eso? -preguntó, asombrado, el juez BaoKung. Hasta los espíritus me temen. ¿Por qué tú no?
-Aunque no lo parezca -respondió el desconocido- yo fui eunuco imperial -y entonces Chen-Li le relató la triste historia de la princesa Li.
Sin embargo, cuando el juez Bao-Kung se encontró ante ella, preguntó socarrón:
-¿Y cómo sé yo que, en verdad, sois la que afirmáis ser? Nunca debe confiarse demasiado en la belleza.
La princesa Li sacó entonces la placa de oro con su nombre que siempre llevaba al cuello.
-¿Os convencéis ahora? -preguntó con dignidad, y el juez Bao-Kung se echó rostro en tierra.
Estaba profundamente preocupado. Desenmascarar a la emperatriz Liou era muy difícil, porque su poder era muy grande. Hacer una acusación semejante sin pruebas era como firmar su propia sentencia de muerte. Entonces acudió al emperador y le entregó la placa de oro de la princesa Li.
-¿Mi madre? -pregunto, asombrado, el Hijo del Cielo. Mi madre era la prima, no la esposa del emperador.
El juez Bao-Kung le contó toda la historia.
El joven 'emperador montó en cólera, pero tampoco él pudo hacer nada. Entonces el juez Bao-Kung urdió un plan.
-Emborracharemos a ese villano de Kwo-Kwei y veremos cómo se comporta en los interrogatorios.
Cubrió, además, los rostros de los alguaciles de máscaras extrañas y los vistió con ropajes raros. Cuando se presentó el eunuco Kwo-Kwei, pensó que estaba en el infierno y que eran demonios los que le interrogaban. Hasta le pareció ver al espíritu de la sirvienta Kou-Chu entre ellos. Lleno de terror, comenzó a gritar:
-¡No me matéis! ¡Os lo diré todo!
Y allí mismo firmó la confesión.
Cuando se enteró la malvada emperatriz Liou, se tragó diez hojas de adelfa y se suicidó. Entonces la princesa Li ocupó el lugar que desde siempre le había correspondido. Sentada al lado del empe-rador, su belleza eclipsaba a la de las joyas que llevaba.
-¿Tan orgullosa estás de sentarte junto a un gato? -le preguntó su hijo y los dos rieron despreocupados.

0.005.1 anonimo (china) - 049

No hay comentarios:

Publicar un comentario