Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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miércoles, 22 de octubre de 2014

El cojo li

En la ciudad de San-Chou había una farmacia llamada Chen-Yang-Sin. Era la mejor de la ciudad y tenía tantos dependientes que más parecía palacio que tienda. Un día a la hora de comer entró en ella un anciano. Era muy delgado y estaba cojo de una pierna. En realidad, era un milagro que se mantuviera en pie, porque de la rodilla para abajo estaba completamente podrida.
-Soy el mendigo Li -dijo el anciano a manera de presentación, y vengo a que me auxiliéis.
En cuanto los dependientes le vieron, le echaron a la calle.
-¡Márchate de aquí! -le dijeron. ¿No ves que estamos comiendo?
Pero al mendigo Li no le importó. En seguida volvió a entrar en la farmacia y otra vez repitió lo mismo:
-Soy el mendigo Li y necesito que me auxiliéis.
Los dependientes, al ver su pierna podrida, empezaron a devolver y le dijeron enojados:
-¿Es que no podemos comer tranquilos? Hay que tener el estómago de un tigre, para ver esa pierna y quedarse tan campante.
Y por segunda vez le arrojaron a la calle. Pero el mendigo Li volvió a entrar y dijo:
-Tened compasión de mí. Si no me ayudáis, me moriré antes que termine este día.
Entonces uno de los dependientes fue a avisar al dueño.
-Ahí hay un viejo que no nos deja comer -dijo el joven malhumorado.
-Está bien -dijo el dueño. En seguida voy, pero no le maltratéis, porque a los ancianos hay que respetarlos siempre.
Cuando olió el hedor de la pierna, a punto estuvo de devolver él también. Pero se contuvo y preguntó:
-¿En qué puedo servirte, buen hombre?
-Tú mismo lo puedes ver -respondió el anciano. Estoy muerto de hambre y mi pierna está podrida.
Entonces el dueño le curó con las mejores medicinas que tenía y le dio de comer. Después, cuando el cojo Li se levantó para irse, sacó una bolsa con monedas y se la entregó, diciendo:
-No es mucho dinero, pero podrás divertirte mientras estés en nuestra ciudad.
El mendigo no dijo nada. Tomó la bolsa y se marchó. Los dependientes, furiosos, dijeron al dueño:
¿Por qué has hecho eso? Todos los mendigos son igual de desagradecidos. Ya has visto: ni siquiera ha dicho adiós. Pero el dueño les reprendió, diciendo:
-¡Volved a vuestro trabajo y no seáis tan criticones! ¿Cómo va a pensar en cortesías quien es esclavo del dolor? -y los dependientes le obedecieron refunfuñando.
A la mañana siguiente volvió a presentarse el cojo Li. Su aspecto era mucho mejor, pero todavía parecía muy débil.
-¿Otra vez a dar el sablazo a nuestro amo? -le dijeron.
-¡No habléis así de un anciano! -les regañó el dueño.
Y volvió a curarle la pierna. Al marcharse, el mendigo tampoco dio las gracias. Tomó la bolsa con el dinero y se perdió entre las callejuelas de la ciudad. Lo mismo hizo durante el mes y medio que acudió a la farmacia. El último día. cuando su pierna estaba completamente curada, dijo al dueño:
-Eres un buen hombre y mereces que te dé las gracias. Pero voy a regalarte algo mejor.
Los dependientes se pusieron a murmurar:
-Este mendigo está loco. No tiene dónde caerse muerto y todavía habla de regalos.
Pero el mendigo Li hizo como si no lo hubiera oído. Se tocó la pierna curada y añadió:
-Ahora que ya puedo tenerme en pie, te pintaré un dragón. Traedme papel y tinta: quiero que tengas un recuerdo mío.
El dueño hizo que le dieran lo que pedía, pero el cojo Li no estaba satisfecho.
-No. Estos pinceles son muy pequeños. Necesito algo mayor, mucho mayor -y los fue rechazando uno a uno.
Por fin se fijó en una escoba que usaban los dependientes para barrer la farmacia y dijo:
-Este..., este es el pincel que yo quiero.
Todos soltaron la carcajada. Sólo el dueño de la tienda le trató con respeto y pensó:
«Si va a usar un pincel tan grande, necesitará mucho papel», y se marchó personalmente a comprarlo.
Cuando volvió, los dependientes le dijeron:
-No tenías que haberte molestado. Ese viejo no sabe coger un pincel. Si tan bien pinta, ¿por qué no vive de su arte, en vez de dedicarse a mendigar?
Pero estaban equivocados. El cojo Li agarró la escoba y en menos de tres minutos pintó el dragón que había prometido. Estaba tan bien hecho que daba la impresión de estar vivo.
-¡Qué maravilla! -exclamaron los dependientes. ¿Cómo es posible que este hombre haya hecho una cosa así?
El cojo Li sonrió con malicia. Entonces enrolló la pintura y se la entregó al dueño, diciendo:
-Guárdalo bien, porque este dragón es muy especial. Si alguna vez hay fuego, él lo apagará en seguida con su aliento.
Los dependientes volvieron a soltar la carcajada, pero el cojo Li no les hizo caso. Se montó en una nube y subió al cielo.
-¡Estúpidos de nosotros! -se lamentaron entonces los dependientes. Era un sabio celeste y nosotros le confundimos con un don nadie.
-No importa -les dijo el dueño. Tenemos su regalo.
Sin embargo, lo guardó con tanto cuidado que todos terminaron olvidándose de él. A los diez años se produjo un gran incendio en la ciudad de San-Chou. Las casas ardieron como paja y sólo quedó en pie la farmacia de Chen-Yang-Sin. Muchos, que no conocían la historia del cojo Li, dijeron:
-Ha sido algo increíble. Mientras toda la ciudad ardía envuelta en llamas, un dragón salió por la ventana de esta farmacia y alejó el fuego con su aliento.
-¿Cómo puede ser eso? -preguntaron otros. Seguro que habéis estado soñando.
El dueño se acordó entonces de la pintura y todos le creyeron. Su fama corrió de boca en boca. De todas partes acudía la gente a San-Chou para ver al dragón que alejaba el fuego. Entonces el bandido Liou se dijo: «Si logro hacerme con esa pintura, seré un hombre rico, porque recorreré todo el reino y quien quiera verlo tendrá que pagar.»
Disfrazado de mendigo, entró en la farmacia de Chen-Yang-Sin y esperó a que todos se fueran. Cuando el dueño dormía tranquilamente, subió las escaleras y se hizo con la pintura. Pero entonces el dragón sacó sus cuatro zarpas y le arañó en la cara. Aterrado, el bandido Liou huyó, gritando:
-¡El dragón se ha enfurecido, porque yo soy un malvado! ¡Ayudadme! ¿Qué puede hacer un pobre mortal para defenderse de su ira?
Dicen que al cabo de los años murió calcinado por el fuego. La farmacia de Chen-Yang-Sin, en cambio, ha subsistido hasta hoy. Ni el fuego ni las guerras han podido con ella. Tal ha sido el agradecimiento del cojo Li, el sabio que sólo dijo «gracias» una vez.

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