En
la ciudad de San-Chou había una farmacia llamada Chen-Yang-Sin. Era
la mejor de la ciudad y tenía tantos dependientes que más parecía
palacio que tienda. Un día a la hora de comer entró en ella un
anciano. Era muy delgado y estaba cojo de una pierna. En realidad,
era un milagro que se mantuviera en pie, porque de la rodilla para
abajo estaba completamente podrida.
-Soy
el mendigo Li -dijo el anciano a manera de presentación, y vengo a
que me auxiliéis.
En
cuanto los dependientes le vieron, le echaron a la calle.
-¡Márchate
de aquí! -le dijeron. ¿No ves que estamos comiendo?
Pero
al mendigo Li no le importó. En seguida volvió a entrar en la
farmacia y otra vez repitió lo mismo:
-Soy
el mendigo Li y necesito que me auxiliéis.
Los
dependientes, al ver su pierna podrida, empezaron a devolver y le
dijeron enojados:
-¿Es
que no podemos comer tranquilos? Hay que tener el estómago de un
tigre, para ver esa pierna y quedarse tan campante.
Y
por segunda vez le arrojaron a la calle. Pero el mendigo Li volvió a
entrar y dijo:
-Tened
compasión de mí. Si no me ayudáis, me moriré antes que termine
este día.
Entonces
uno de los dependientes fue a avisar al dueño.
-Ahí
hay un viejo que no nos deja comer -dijo el joven malhumorado.
-Está
bien -dijo el dueño.
En seguida voy, pero no le maltratéis, porque a los ancianos hay que
respetarlos siempre.
Cuando
olió el hedor de la pierna, a punto estuvo de devolver él también.
Pero se contuvo y preguntó:
-¿En
qué puedo servirte, buen hombre?
-Tú
mismo lo puedes ver -respondió el anciano. Estoy muerto de hambre y
mi pierna está podrida.
Entonces
el dueño le curó con las mejores medicinas que tenía y le dio de
comer. Después, cuando el cojo Li se levantó para irse, sacó una
bolsa con monedas y se la entregó, diciendo:
-No
es mucho dinero, pero podrás divertirte mientras estés en nuestra
ciudad.
El
mendigo no dijo nada. Tomó la bolsa y se marchó. Los dependientes,
furiosos, dijeron al dueño:
¿Por
qué has hecho eso? Todos los mendigos son igual de desagradecidos.
Ya has visto: ni siquiera ha dicho adiós. Pero el dueño les
reprendió, diciendo:
-¡Volved
a vuestro trabajo y no seáis tan criticones! ¿Cómo va a pensar en
cortesías quien es esclavo del dolor? -y los dependientes le
obedecieron refunfuñando.
A
la mañana siguiente volvió a presentarse el cojo Li. Su aspecto era
mucho mejor, pero todavía parecía muy débil.
-¿Otra
vez a dar el sablazo a nuestro amo? -le dijeron.
-¡No
habléis así de un anciano! -les regañó el dueño.
Y
volvió a curarle la pierna. Al marcharse, el mendigo tampoco dio las
gracias. Tomó la bolsa con el dinero y se perdió entre las
callejuelas de la ciudad. Lo mismo hizo durante el mes y medio que
acudió a la farmacia. El último día. cuando su pierna estaba
completamente curada, dijo al dueño:
-Eres
un buen hombre y mereces que te dé las gracias. Pero voy a regalarte
algo mejor.
Los
dependientes se pusieron a murmurar:
-Este
mendigo está loco. No tiene dónde caerse muerto y todavía habla de
regalos.
Pero
el mendigo Li hizo como si no lo hubiera oído. Se tocó la pierna
curada y añadió:
-Ahora
que ya puedo tenerme en pie, te pintaré un dragón. Traedme papel y
tinta: quiero que tengas un recuerdo mío.
El
dueño hizo que le dieran lo que pedía, pero el cojo Li no estaba
satisfecho.
-No.
Estos pinceles son muy pequeños. Necesito algo mayor, mucho mayor -y
los fue rechazando uno a uno.
Por
fin se fijó en una escoba que usaban los dependientes para barrer la
farmacia y dijo:
-Este...,
este es el pincel que yo quiero.
Todos
soltaron la carcajada. Sólo el dueño de la tienda le trató con
respeto y pensó:
«Si
va a usar un pincel tan grande, necesitará mucho papel», y se
marchó personalmente a comprarlo.
Cuando
volvió, los dependientes le dijeron:
-No
tenías que haberte molestado. Ese viejo no sabe coger un pincel. Si
tan bien pinta, ¿por qué no vive de su arte, en vez de dedicarse a
mendigar?
Pero
estaban equivocados. El cojo Li agarró la escoba y en menos de tres
minutos pintó el dragón que había prometido. Estaba tan bien hecho
que daba la impresión de estar vivo.
-¡Qué
maravilla! -exclamaron los dependientes. ¿Cómo es posible que este
hombre haya hecho una cosa así?
El
cojo Li sonrió con malicia. Entonces enrolló la pintura y se la
entregó al dueño, diciendo:
-Guárdalo
bien, porque este dragón es muy especial. Si alguna vez hay fuego,
él lo apagará en seguida con su aliento.
Los
dependientes volvieron a soltar la carcajada, pero el cojo Li no les
hizo caso. Se montó en una nube y subió al cielo.
-¡Estúpidos
de nosotros! -se lamentaron entonces los dependientes. Era un sabio
celeste y nosotros le confundimos con un don nadie.
-No
importa -les dijo el dueño. Tenemos su regalo.
Sin
embargo, lo guardó con tanto cuidado que todos terminaron
olvidándose de él. A los diez años se produjo un gran incendio en
la ciudad de San-Chou. Las casas ardieron como paja y sólo quedó en
pie la farmacia de Chen-Yang-Sin. Muchos, que no conocían la
historia del cojo Li, dijeron:
-Ha
sido algo increíble. Mientras toda la ciudad ardía envuelta en
llamas, un dragón salió por la ventana de esta farmacia y alejó el
fuego con su aliento.
-¿Cómo
puede ser eso? -preguntaron otros. Seguro que habéis estado soñando.
El
dueño se acordó entonces de la pintura y todos le creyeron. Su fama
corrió de boca en boca. De todas partes acudía la gente a San-Chou
para ver al dragón que alejaba el fuego. Entonces el bandido Liou se
dijo: «Si logro hacerme con esa pintura, seré un hombre rico,
porque recorreré todo el reino y quien quiera verlo tendrá que
pagar.»
Disfrazado
de mendigo, entró en la farmacia de Chen-Yang-Sin y esperó a que
todos se fueran. Cuando el dueño dormía tranquilamente, subió las
escaleras y se hizo con la pintura. Pero entonces el dragón sacó
sus cuatro zarpas y le arañó en la cara. Aterrado, el bandido Liou
huyó, gritando:
-¡El
dragón se ha enfurecido, porque yo soy un malvado! ¡Ayudadme! ¿Qué
puede hacer un pobre mortal para defenderse de su ira?
Dicen
que al cabo de los años murió calcinado por el fuego. La farmacia
de Chen-Yang-Sin, en cambio, ha subsistido hasta hoy. Ni el fuego ni
las guerras han podido con ella. Tal ha sido el agradecimiento del
cojo Li, el sabio que sólo dijo «gracias» una vez.
0.005.1 anonimo (china) - 049
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