En
el reino de Dhzao había un ministro llamado Mong-Dhzang-Chüan.
Era muy rico, pero jamás se olvidó del sufrimiento de los pobres.
Cuantos acudían a su puerta jamás se iban con las manos vacías. Un
día se presentó un joven pidiendo trabajo.
-Está
bien -dijo el ministro. Pero primero deberás decirme tu nombre,
porque en la familia se esconde la virtud.
El
joven le miró a los ojos y respondió:
-¿Para
qué queréis saberlo, si nunca os habéis relacionado con
campesinos? De todas formas, yo soy Fong-Süan.
Al
ministro le gustó la franqueza del joven.
-Así
que eres campesino, ¿no?
El
joven negó con la cabeza:
-Yo
no sé labrar un campo. Desde niño me he dedicado a las letras.
-Entonces
conocerás las doctrinas de los grandes maestros -el joven volvió a
negar. ¿Y las armas...? ¿Sabes usar el arco?... ¿Qué sabes hacer?
-preguntó, por último, el ministro.
-Nada
-contestó tranquilamente Fong-Süan.
Sin
embargo, el ministro le aceptó, porque le había caído bien.
De
esta forma, el joven Fong-Süan holgazaneó en su casa durante meses
enteros. Los sirvientes estaban hartos de él.
-iHabráse
visto! -comentaban, indignados. Este joven no hace nada y encima nos
exige como si fuera un gran señor.
Y
comenzaron a escatimarle la comida. Sólo le daban una escudilla de
arroz al día. El joven Fong-Süan empezó, pues, a pasar hambre. Una
noche, antes de sentarse a la mesa, palpó el pomo de su espada y
dijo:
-Amiga
mía, tendremos que marcharnos de aquí, porque llevamos meses sin
probar ni pescado ni carne.
Los
sirvientes estaban escandalizados y en seguida fueron con el cuento a
su señor.
-¡Es
asombroso! -dijeron. No hace absolutamente nada y encima nos exige
pescado y carne.
-iDádsela!
-ordenó el ministro.
No está bien que la gente diga que en casa de Morlg-Dhzang-Chüan se
pasa hambre.
Pero
a los pocos días el joven Fong-Süan volvió a acariciar su espada y
exclamó con todo descaro:
-Amiga
mía, ahora comemos muy bien, pero tendremos que marcharnos, porque,
cuando salimos a la calle, no tenemos un carruaje a nuestra
disposición.
Los
sirvientes a punto estuvieron de darle una paliza. Sabían lo
estricto que era su señor y prefirieron ir a contárselo.
-¡Es
inaguantable! -dijeron, echándose rostro a tierra. Ese joven inútil
que habéis tomado a vuestro servicio ahora quiere un carruaje.
-Lo
necesitará para algo -respondió el ministro. Que de ahora en
adelante tenga a su servicio un carro y diez caballos. Espero que
nadie diga por ahí que Mong-Dhzang-Chüan no trata bien a los suyos.
Pero
el joven Fong-Süan no pareció muy satisfecho. A las dos semanas
volvió a decir a la hora de la cena, mientras acariciaba su espada:
-Amiga
mía, aquí ciertamente se come bien y se viaja con comodidad. Pero
tendremos que marcharnos, porque, mientras yo vivo como un príncipe,
mi familia se muere de hambre.
Los
criados pusieron el grito en el cielo.
-¡Esto
es el colmo! -se quejaron a su señor.
Sin
embargo, el ministro no les dio importancia. Llamó al joven
Fong-Süan y le preguntó:
-¿Así
que tienes familia? ¿Por qué no me lo has dicho?
-Nunca
me lo habéis preguntado, señor -respondió el joven Fong-Süan,
mirándole directamente a los ojos. Allá, en mi pueblo, tengo una
madre que sólo depende de mí para vivir.
-Que
cada día le den tres monedas de plata -decretó el ministro. No es
justo que yo tenga a su hijo a mi servicio y ella se muera de hambre.
Es mi deseo que nadie pueda decir que el corazón de
Mong-Dhzang-Chüan es como una roca.
Y
el joven Fong-Süan no volvió a protestar más.
Un
día el ministro se reunió con sus subordinados. En seguida se
pusieron a echar cuentas y a repasar quién le debía más dinero.
-La
aldea de Süe es vuestro principal deudor -concluyó un contable,
dejando a un lado su ábaco. Si os pagara sus deudas, vuestra
riqueza aumentaría considerablemente.
El
ministro se puso pensativo. La aldea de Süe había matado a cuantos
emisarios había mandado y no quería sacrificar a nadie más.
Entonces el joven Fong-Süan se adelantó y dijo:
-He
oído que tenéis problemas. Yo iré y cobraré lo que os deben.
El
ministro le miró con pena.
-¿Sabes
que te expones a morir?
-Desde
que uno nace siempre está muriendo.
-Ya
sabía yo que no eras tan tonto como parecías -dijo el ministro,
emocionado, y le dejó partir.
Sin
embargo, antes de abandonar su casa, el joven Fong-Süan aún tuvo la
osadía de preguntarle:
-¿Qué
queréis que os traiga de tan largo viaje?
El
ministro le miró extrañado y contestó:
-Date
una vuelta por mi palacio y lo que descubras que me falta cómpralo a
tu vuelta.
El
joven Fong-Süan recorrió todo el palacio, tomando buena nota de las
posesiones de su señor. De esta forma, demoró dos días el viaje.
Los criados empezaron a criticarle:
-¿Valiente
ese vago? ¡Pico es lo único que tiene!
Pero
al tercer día el joven Fong-Süan montó en su carruaje y se dirigió
a la aldea de Süe. Cuando llegó a sus puertas, le salieron al
encuentro diez mil hombres armados.
-¿Quién
os ha dicho que yo vengo a cobrar? -dijo el joven Fong-Süan
sonriendo. Sólo vengo a revisar vuestros contratos.
Entonces
todos los habitantes trajeron su mitad y la cotejaron con la que
traía el joven.
¿Así
que tú debes cinco mil libras de plata a mi señor? No te preocupes.
El ministro Mong-Dhzang-Chüan es tan generoso que te las perdona.
Y,
agarrando las dos mitades del contrato, las arrojó al fuego. Así
fue haciendo con todos. Cuando terminó, la aldea de Süe no salía
de su asombro.
-iY
nosotros que hemos matado a todos sus emisarios! -decían
arrepen-tidos. Ahora sabemos que el ministro Mong-Dhzang-Chüan es el
hombre más bueno de la tierra y nosotros le estaremos eternamente
agradecidos.
-¡Que
nuestro señor viva diez mil años! -gritaban otros, emocionados.
¡Viva el ministro Mong!
Despedido
como un héroe, el joven Fong-Süan inició el camino de regreso.
Cuando le vio el ministro, no salía de su asombro.
-¿Has cobrado
todas mis deudas?
-Hasta
la última -respondió, orgulloso, el joven. No tendréis que
preocuparos más. Todos han pagado lo que os debían.
Satisfecho,
el ministro Mong le preguntó entonces qué cosa había descu-bierto
que le faltaba y cuánto le había costado. El joven Fong-Süan
hinchó el pecho de aire y respondió:
-Vos
sois, en efecto, el hombre más rico de todo el reino. Pero en ningún
rincón de vuestro palacio he encontrado siquiera un sólo gramo de
gratitud. Así que me fui a la aldea de Süe y os la he comprado a
carretadas.
Y
le contó todo lo que había dicho y hecho. El ministro no sabía si
tomarle por un loco o por un vivo.
-No
es justo lo que hacéis con ese joven -le reprocharon los sirvientes.
¿Por qué sois tan severo con nosotros, que os hemos servido
fielmente durante tantos años, y a él le perdonáis todo?
El
ministro sonrió y se encogió de hombros.
Sin
embargo, cuando el reino de Yüe derrotó al de Dhzang, sólo el
joven Fong-Süan permaneció a su lado.
-¿Por
qué no me abandonas tú también? -le preguntó con la amargura a
flor de labios. Ahora no tengo ni un grano de arroz que darte.
-No
importa -respondió el joven Fong-Süan. En la casa de
Mong-Dhzang-Chüan nunca se pasó hambre. Así aprendí a prepararme
para el futuro.
Continuaron
huyendo. Las tropas vencedoras les pisaban los talones. Tuvieron,
pues, que caminar día y noche. Les sangraban los pies y estaban más
cansados que un lobo. Entonces el ministro preguntó al joven
Fong-Süan:
-¿Por
qué me sigues? Vuelve a la ciudad y adula a los invasores. Conmigo
sólo amontonarás cansancio.
-No
importa. Cuando servía a Mong-Dhzang-Chüan, aprendí la resistencia
de los caballos que tiraban de mi carruaje.
Al
ministro se le saltaron las lágrimas. Más adelante volvió a
preguntarle:
-¿Por
qué no entras al servicio del rey de Yüe? Conmigo serás un
apátrida sin descendencia.
-No
importa -respondió una vez más el joven. Cuando mi madre no tenía
nada que comer, el ministro Mong alivió su vejez con una pequeña
fortuna.
Así,
llegaron a la aldea de Süe. Mong-Dhzang-Chüan pensaba que allí
iban a detenerle y a entregarle a los invasores. Pero los habitantes
de Süe le trataron como a un padre: le colmaron de honores y se
pusieron a su completo servicio.
-¿Os
gusta la compra que hice en mi último viaje a este lugar? -le
preguntó el joven Fong-Süan.
Y
el ministro Mong-Dhzang-Chüan sonrió satisfecho, porque sabía que
desde allí podría reconquistar el reino de Dhzang.
0.005.1 anonimo (china) - 049
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