El
Emperador del Cielo estaba furioso. Hou-I, el arquero celeste, había
desobedecido sus órdenes. En vez de asustar a los diez soles, como
le había mandado, derribó con sus flechas a nueve de ellos.
-¡Es
el colmo! ¡Jamás se me había insubordinado nadie! -decía, fuera
de sí. ¡Le daré un castigo ejemplar!
-No
podréis destruirle -afirmaron sus consejeros. El arquero Hou-I es
inmortal.
-Pues
le despojaré de su carácter divino. Así aprenderá a acatar todas
mis órdenes.
De
esta forma, Hou-I y su esposa Chang-Er tuvieron que abandonar el
cielo.
Cuando
llegaron a la tierra, los hombres los recibieron con los brazos
abiertos.
-¡Viva
nuestro héroe! -gritaban, enardecidos. Gracias a él podemos habitar
esta tierra. Nadie hubiera podido soportar el calor de diez soles
juntos.
-¿De
qué me ha servido salvaros de la muerte? -preguntó Hou-I, amargado.
Ya veis. Por vosotros he dejado de ser un dios.
-No
te apenes -le respondieron los hombres en seguida. Nosotros somos
débiles, pero sabemos ser agradecidos.
Y
le nombraron emperador de todo el mundo.
Hou-I
y Chang-Er se instalaron en un palacio en el oriente de la tierra.
Todas las riquezas y placeres se encerraban entre sus muros. Pero
Hou-I no estaba satisfecho. Cada vez exigía más de sus súbditos.
-¿Pero
es que todavía no sabéis que yo amo el color verde? -les decía,
airado. ¿Por qué no me traéis, entonces, más esmeraldas?
-Hacemos
cuando podemos por complaceros, pero debéis ser paciente. Todo lleva
su tiempo.
-¿Tiempo?
¿Acaso pensé yo en el tiempo cuando os salvé de los diez soles?
¡Haced vosotros lo mismo!
Los
hombres se sentían esclavos suyos, pero nadie se atrevía a
contradecirle. Sólo Chang-Er, por las noches, le hacía ver lo
equivocado de su conducta.
-Los
hombres tiene que comer -le decía. ¿Acaso piensas que los dioses
del campo son generosos? Estás equivocado. Guardan sus frutos con
tanto celo que, más bien, parecen avaros.
-iAllá
ellos! -respondía Hou-I.
Yo soy su emperador y me deben vasallaje.
-¡Has
cambiado tanto, esposo mío! -respondía Chang-Er con lágrimas en
los ojos-. Cuando sólo eras el mejor arquero celeste, tus ojos eran
dulces, porque no conocías el orgullo.
Hou-I
se fue acostumbrando poco a poco a la pobreza humana. Así, a los
diez mil años de haber sido despojado de su categoría de dios,
empezó a estar cada vez más triste.
-CQué
es lo que te pasa? -le preguntó la dulce Chang-Er.
-¿No
lo ves tú misma? -respondió Hou-I. El tiempo pasa y yo estoy cada
vez más viejo. Me aterra la idea de morir.
-Esa
es la única ventaja que tiene ser hombre. ¿Por qué no aceptas tu
suerte? -le aconsejó Chang-Er. Te sentirás mucho mejor.
Un
ministro le oyó y dijo a Hou-I:
-Las
mujeres todo lo arreglan con la paciencia. No la hagáis caso, mi
señor. He oído decir que existe una planta de la inmortalidad.
-¿En
dónde crece esa planta? -preguntó al punto Hou-I.
-Ese
es el problema, mi señor -respondió el ministro. Nadie lo sabe.
Entonces
Hou-l ordenó a los hombres que le buscaran la planta de la
inmortalidad. No les dejaba trabajar. Todos tenían que ir a los
bosques a buscarla. El hambre se extendió, pues, por toda la tierra.
-Debéis
hacer algo -dijo la dulce Chang-Er al más sabio de los hombres. A mí
no me hace caso porque soy mujer.
-Está
bien -respondió el anciano. Iré a ver a Hou-I y le diré dónde
crece esa planta.
Al
principio Hou-I no quería recibirle, porque despreciaba a los
ancianos. Por fin, le permitió entrar en su palacio.
-¿Qué
es lo que quieres de mí? -le preguntó, irritado.
-Yo
conozco el secreto de la inmortalidad y vengo a revelártelo
-respondió el anciano.
-¿Cómo
es posible? Sólo eres un viejo. Estoy seguro de que no sabes ni
tensar el arco.
-¿Qué
importa? Yo no soy ningún héroe. Si quieres ser inmortal, vete al
norte y busca la cueva de Wang-Mu-Niang-Niang. Ella te dará lo que
buscas.
Hou-I
tomó su arco y partió hacia las tierras del norte. Los peligros
eran muchos, pero él era un héroe y los venció todos con su
astucia. Ni siquiera una vez hizo uso de su arco. Por fin, una noche
llegó a la cueva de Wang-Mu-Niang-Niang.
-¿Qué
es lo que vienes a buscar aquí? -le preguntó, malhumorada.
-Yo
soy Hou-I, el arquero celeste que derribó nueve soles. Después
añadió:
-El
emperador del cielo me castigó transformándome en hombre y ahora
tengo miedo a la muerte. Me han dicho que tú conoces el secreto de
la inmortalidad.
-¿Y
cómo sé yo que eres quien dices? -volvió a preguntar
Wang-Mu-Niang-Niang. No puedo ofrecer la inmortalidad a todo el que
venga a pedírmela.
Hou-I
salió de la cueva. En el cielo revoloteaban trescientas águilas.
Tomó su arco y las trescientas cayeron a tierra.
-Sí,
es verdad -admitió Wang-Mu-Niang-Niang. Eres quien dices. Yo te
conocía, pero quería saber si eras digno de la inmortalidad.
Entonces
sacó una calabaza hueca. Era tan pequeña que apenas podrían caber
en ella cien gotas de agua. Contenía dos bolitas rojas.
Wang-Mu-Niang-Niang se las entregó a Hou-I, diciendo:
-El
día decimoquinto del octavo mes, cuando la luna es más grande que
el deseo de riquezas de un hombre, tómate una de estas bolitas. La
otra es para tu esposa.
-¿Así
me convertiré en inmortal? -preguntó Hou-I.
Wang-Mu-Niang-Niang
le miró con desprecio. Después añadió:
-Eres
tan desconfiado como un hombre. ¡Lástima que un héroe como tú
haya caído tan bajo! Recuérdalo: el día decimoquinto
del octavo mes a las doce de la noche.
Hou-I
partió inmediatamente hacia su palacio. Durante su ausencia se hizo
cargo del gobierno la dulce Chang-Er. Todas las noches abría la
ventana de su habitación y se quedaba mirando la luna.
«¡Qué
hermosa es! -pensaba, entristecida. Desde aquí abajo no se puede
apreciar su belleza. Cuando habitaba en el cielo era distinto.»
A
los veinte años de su partida regresó, por fin, Hou-I Venía
rendido. Chang-Er no pudo mirar más a la luna.
-Dentro
de dos días es el decimoquinto del mes octavo -anunció Hou-I-. A
las doce de la noche tomaremos estas dos bolitas y nos haremos
inmortales.
Chang-Er
le miró con tristeza. A ella no le daba miedo la muerte. Además, se
dijo:
-Hou-l
se ha convertido en un tirano. Si se hace inmortal, terminará
esclavizando a todos los hombres. ¡Y pensar que fue él el que les
salvó un día de los diez soles!
Afligida,
acudió al hombre más sabio.
-¿Por
qué te preocupaste de eso? -le preguntó. Haz uso de tu imaginación.
El alcohol es un gran creador de sueños. Y Chang-Er sonrió,
agradecida.
La
noche del día decimoquinto del octavo mes la dulce
Chang-Er
preparó un gran banquete a su esposo.
-¿A
qué se debe esto? -preguntó, complacido, Hou-I.
-¿No
es ésta la noche señalada para hacernos inmortales? -preguntó la
dulce Chang-Er. Celebrémoslo comiendo y bebiendo.
El
alcohol corrió como las aguas. Cerca de la media noche Hou-l se
emborrachó y cayó en un profundo sopor. Entonces la dulce Chang-Er
buscó entre sus ropas la calabaza con las dos bolitas. En seguida
las encontró.
-Las
tiraré al estanque -se dijo.
Pero,
al darse la vuelta, tropezó con un candelabro y Hou-I se despertó.
Eran exactamente las doce de la noche.
-¿Qué
es lo que haces con mi calabaza? -preguntó, alarmado, el arquero.
-Nada
-se disculpó la dulce Chang-Er.
Y,
para que no viera que había cogido las dos bolitas, se las metió en
la boca y se las tragó. Inmediatamente sintió un calor muy fuerte
en el estómago y comenzó a flotar en el aire.
-¡Maldita
mujer! -exclamó Hou-I, al darse cuenta de lo ocurrido. ¿Por qué
eres tan egoísta, cuando yo pensaba compartir contigo la
inmortalidad?
Cogió
su arco, pero, como hacía mucho tiempo que no practicaba, no acertó
a su esposa con ninguna flecha. Chang-Er flotó más allá de las
nubes. Se elevó por encima de las montañas y llegó a la luna.
El
Emperador del Cielo le dijo entonces:
-Jamás
saldrás de ella, porque la inmortalidad es atributo de los dioses y
tú sólo eres una mujer.
Y
desde entonces ha permanecido allí. Si os fijáis bien, podréis
verla pasear por la luna. Especialmente la noche del decimoquinto día
del mes octavo, cuando es más hermosa y grande que nunca.
0.005.1 anonimo (china) - 049
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