Resulta
que dos carneros pastaban en un mismo lugar del campo. Una mañana,
uno de ellos, el que se creía más fuerte, le dijo al otro:
-De
hoy en adelante le prohíbo, señor Carnero, que usted coma en este
mallín, más acá de aquella barda que está allá. Al oír esto, el
otro carnero le dijo:
-No
le reconozco ningún derecho para que me prive comer un pasto bueno
como el que come usted, y si quiere lo desafío a peliar. El que gane
será el Rey, el que mande.
Dicho
y hecho, se pusieron a peliar, topandosé furiosamente. Se oía de
lejos el ruido de los cuernos lo que se daban topazos. Hacía ya dos
horas que peliaban. Se habían lastimado y sangraban, pero no
aflojaba ninguno de los dos.
Andaba
por ahí un zorro hambriento y se puso a ver peliar los dos carneros.
Tenía la esperanza de que alguno muriera para comerselá. No se
animaba a intervenir. Los golpes furiosos que se daban lo
atemorizaban. Al fin con miedo y todo se arrimó a los
carneros, y les dijo con voz muy fuerte y como de mando:
Al
oír las palabras del zorro, que creían que era la autoridad,
dejaron de peliar, y los dos a una voz contestaron:
-Vea,
señor Zorro, nosotros peliamos para definir a quien le corresponde
ser el Rey del mallín éste.
-Yo
soy el Juez de Paz de este lugar, y por lo tanto soy el único que
puede arreglar este asunto, pero desde ya vayan sabiendo que de
acuerdo a lo que yo ordene, el que pierda, de ustedes, pierde la
vida, y yo me lo comeré.
-Bien
-dijo el Juez de Paz Zorro- cada uno de ustedes se retira treinta
metros de donde estoy yo. Golpearé tres veces las manos. Pongan
atención. Cuando yo golpie tres veces las manos, ustedes corran
hacia mí, y al que llegue primero lo nombro Rey del prado y al que
pierda me lo como.
Convenido,
los carneros se retiraron más o menos treinta metros de donde estaba
el Juez Zorro, cada uno para el lado opuesto, quedando el juez en el
centro. Volvieron a mirarse los carneros y se guiñaron el ojo.
Entonce
los dos carneros emprendieron la carrera para donde 'taba el juez. El
Zorro miraba al que venía de frente pero no miraba al que venía de
atrás.
Los
carneros, en vez de pararse al llegar donde se encontraba el Juez
Zorro, hicieron lo contrario, se imbistieron con mayor ferocidad,
apretandoló al zorro y aplastandoló. Quedó áhi muerto.
Éste
fue el fin del Juez de Paz Zorro, que a pesar de su audacia, esta vez
se le quemaron los papeles y los carneros juraron no separarse más y
compartirse los buenos pastos del lugar.
Enrique
Ignacio Nordenstrón, 67 años. Neuquén, 1959.
El
narrador es un ganadero culto. Es un antiguo residente de Neuquén,
procede de la provincia de Buenos Aires.
Cuento
416.
Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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