El
zorro andaba por comerlo al avestruz, pero no podía porque éste es
un animal grande y ligero. Con ese motivo lo andaba conversando. Una
vez, el avestruz le preguntó cómo había hecho para tener él una
patita tan chiquita.
-¡Ah!,
a mí me pusieron zapatos desde chiquito. Yo me crié con zapatos,
por eso tengo la patita chica. Los que se crían descalzos son
siempre patones, y eso es muy feo.
Entonce
el avestruz le dijo al zorro que le iba a agradecer mucho que le
hiciera ese favor. Y el zorro dijo que se ponía en seguida a la
obra.
Fue
el zorro y se robó en una casa un cuero de potro y lo puso a
remojar. Cuando el cuero quedó bien remojado y blandito, lo cortó y
preparó unas bolsitas chiquitas como especie de zapatos, y se las
puso en los dedos de las patas del avestruz. Claro, el cuero fresco
andaba muy bien. Le dijo que se pusiera al aire y al sol para que se
le moldearan bien y quedaran unos zapatos muy elegantes. Que se
estuviera todo el tiempo que fuera necesario quieto, que él se iba y
que volvería más tarde para ver el resultado.
El
avestruz, al rato no más, empezó a sentir que el cuero le iba
ajustando los dedos y hasta que al fin le agarró un gran dolor. Pero
ya no se podía sacar los zapatos porque estaban pegados y duros. Al
fin ya no pudo dar ni un paso y se cayó al suelo. Bueno, al rato no
más volvió el zorro y cuando lo vio al avestruz tirado y
lamentándose de lo mal que le andaban los zapatos, el zorro, muy
campante, le dice:
Jorge
Eberto Garro, 55 años. El Durazno. Pringles. San Luis, 1967.
El
narrador, nativo del lugar, oyó este cuento desde niño. Vive en la
ciudad de San Luis.
Cuento
337.
Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1 anonimo (argentina) - 033
No hay comentarios:
Publicar un comentario