El zorro ya no sabía qué hacer para
conseguir engañar a los animales que podía cazar. Todos lo conocían y se
cuidaban de sus trampas. En las casas había perros muy malos y no podía entrar
a robar en los gallineros. Entonce pensó en hacerse confesor de las aves. Hizo
correr la voz que había venido un confesor. Se puso una sotana y se puso en un
rincón oscuro di una iglesia. Áhí se armó un confesionario. Hizo decir que
recibía confesión muy temprano porque tenía mucho trabajo en el día.
Los parientes del pavo y de la
gallina se alarmaron y le jueron a contar al perro lo que estaba pasando. El
perro dijo que él se iba a confesar al otro día. Un gallo muy vivo lo acompañó al
perro. Cuando llegaron, el confesor se dio un gran susto cuando vio al perro y
les dijo:
-Yo soy confesor de aves,
solamente, así el señor Gallo puede pasar solo. El señor Perro se puede ir. Yo
no sé cómo se ha molestado tan temprano.
-¡Ah!, tampoco es ése ningún
pecado.
Y claro, áhi salió corriendo el
zorro y el perro salió di atrás. Perdió la sotana y agarró para el lao del
campo, pero el perro lo alcanzó y lo mató.
José Martínez, 30 años. Naunaucó.
Ñorquín. Neuquén, 1947.
El narrador es viajante de
comercio.
Cuento 83. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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