Una vez había una palomita que
había anidau en un bosque.
Áhi si hizo su nidito. Por cierto, después di un tiempo tenía sus pichoncitos,
la cual estaba tan contenta. Pero, resulta que había un zorro que en ese tiempo
se le decía Juan, y que a los animales se nombraba más por nombre.
'Taba la palomita ya con los
pichoncitos grandecitos y don Juan la había andado mirando ya, más u menos
calculando que ya tuviera los pichoncitos grandes, y comu es un bicho tan vivo,
tan audaz, le dice:
-¡Ah, no! Si no se va de inmediato
me subo y la como a usté con sus hijos y todo.
-No, así es, usté se va o me tira
un hijo. Y si mañana vengo y usté sigue ahí me subo y la como a usté con su
otro hijo.
En eso viene don Agustín, que le
decimos nosotros así, viene a ser el chuschín. Este animalito, que en vez de
caminar, va saltando.
-Cómo no voy a llorar, ha venido
don Juan, me ha hecho que le dé un hijo, y que si no me voy hoy, mañana vendrá
y me comerá a mí con el otro hijo.
-No puede ser, doña Paloma, ¿cómo
se pone a crer eso? Don Juan podrá ser dueño de andar en la tierra, hacer daño,
pero resulta que a las plantas él no puede subir. ¡Cómo va crer eso!
-Muy bien -que dice. Mañana, cuando
venga, usté digalé que ha quemau y ha rozau y que es dueña de posesión. Y qui
áhi en el árbol ande ha anidado, es dueña, es la dueña usté.
-Mire, don Juan, el que quema y
roza es dueño de posesión. Yo aquí hi quemau y hi rozau y soy dueña de
posesión. Y aquí, en el árbol, ande 'toy, soy la dueña.
-¡Ah!, ¿quién le enseñó eso?
Y se fue. Y este don Juan ya si
había fijado que don Agustín se iba a una laguna donde se bañaba, que después
salía y se revolcaba. Y se puso catiando
de que viniera. Ha llegado don Agustín, se ha bañado. Se 'taba revolcando,
cuando lo agarró don Juan y le dice:
-Te voy a llevar y te voy a comer
allá delante de doña Paloma. Y la voy a comer a ella y al hijo también, para
que vea que yo soy el que manda y que soy dueño de las posesiones aquí, de este
bosque.
Y se iba yendo con don Agustín en
la boca. Resulta que pasó la suerte que venían unos arrieros y empezaron a
gritar:
Y cuando fue a decir ¡qué les
importa! se le voló don Agustín de la boca. Se le fue. Así que se quedó con las
ganas, don Juan, de decirle a la paloma que iba a venir otra vez y de comerlo a
don Agustín.
Isidro Segundo Páez, 53 años. Los
Sarmientos. Chilecito. La Rioja ,
1968.
Cuento 19. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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