El zorro iba hambriento y se
encontró con el mono que llevaba un pedazo de carne. Se aproximó y le preguntó:
El mono no se detuvo en ningún
momento y el zorro vio que no iba a poder quitarle el trozo de carne. Entonces
lo dejó ir. No lo siguió más.
Pensó y pensó qué podía hacer para
engañar a los demás y por último decidió disfrazarse de sacerdote.
Cundió la noticia de que había
llegado un misionero al pueblo y los feligreses se dispusieron a cumplir las
abandonadas prácticas religiosas.
-Yo iré a confesarme muy de mañana,
antes de que amanezca, porque soy muy pobre y así evitaré que la gente vea mis
ropas remendadas.
-Vengo a confesarme, Padre -le
dijo, y el zorro lo llevó hasta el confesionario y una vez allí, le requirió:
En ese momento se oyeron golpes en
la puerta. El cura llevó apresuradamente al gallo a una piecita contigua y le
dijo que lo esperase allí. Después salió a atender la puerta y se encontró con
el perro. El cura temblaba, pero ocultó lo mejor posible su inquietú y saludó
efusivamente al perro:
-¡Hola, don Josecito Hidalgo! Viene
muy temprano. Oficiaré la misa recién a las diez... Puede irse y volver más
tarde...
-Suelo ladrar y correr a todos los
que pasan frente a casa y suelo morder las patas de los caballos, les tiro de
la cola y procuro desmontar a los jinetes.
-¡Ah!, tengo que decirle otra cosa,
padre. La especial recomenda-ción que tengo de mi amo es que si lo encuentro al
zorro, sea donde sea, lo tengo que matar porque dicen que se ha metido de
confesor.
Al oír esto, el cura, echó a correr
con gran ruido de sotanas y se fue hacia el monte, seguido muy de cerca por el
perro. Encontró en su camino una cueva de tatú
abandonada y se metió en la cueva. El perro quedó en la boca de la cueva
ladrando y cavando.
Y después del susto, cuando
se vio a salvo en el fondo de la cueva, el zorro comenzó a decir:
-Gracias a mis patas pude llegar
hasta aquí. Mis ojos me permitieron ver el camino en la oscuridá, pero ésta, mi
cola tan peluda, tan pesada y tan inútil, me estorbaba. Se la voy a dar al
perro para que se conforme y se vaya.
Justo Pucheta. 53 años. Loreto.
Corrientes, 1959.
El narrador es persona de cultura.
Conoce una gran cantidad de narraciones tradicionales de su región, que oyó
desde que era niño.
Cuento 82. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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