Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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martes, 3 de diciembre de 2013

El zorro confesor .82

El zorro iba hambriento y se encontró con el mono que llevaba un pedazo de carne. Se aproximó y le preguntó:
-Monito, ¿qué llevás?
-Hé... y, carne.
-¿Dónde la conseguiste?
-Hé... en la carnicería.
-¿Y cómo te la dieron?
-Hé... y, por la plata.
El mono no se detuvo en ningún momento y el zorro vio que no iba a poder quitarle el trozo de carne. Entonces lo dejó ir. No lo siguió más.
Pensó y pensó qué podía hacer para engañar a los demás y por último decidió disfrazarse de sacerdote.
Cundió la noticia de que había llegado un misionero al pueblo y los feligreses se dispusieron a cumplir las abandonadas prácticas religiosas.
Se dijo el gallo:
-Yo iré a confesarme muy de mañana, antes de que amanezca, porque soy muy pobre y así evitaré que la gente vea mis ropas remendadas.
Como lo pensó, lo hizo. Antes del amanecer, el gallo llegó a la iglesia y lo recibió el señor cura.
-Vengo a confesarme, Padre -le dijo, y el zorro lo llevó hasta el confesionario y una vez allí, le requirió:
-Diga sus pecados, hijo, usté tiene aspecto de ser un gran pecador.
-No sé si será pecado -dijo el gallo, lo que yo suelo hacer es cantar todas las noches...
-¡Pecado! ¡Pecado! -lo interrumpió el cura. ¿Y qué más?
-Después, cuando amanece, bajo del árbol donde duermo y como los granos de maíz que me da mi amo.
-¡Todo eso es pecado! ¿Y qué más?
En ese momento se oyeron golpes en la puerta. El cura llevó apresuradamente al gallo a una piecita contigua y le dijo que lo esperase allí. Después salió a atender la puerta y se encontró con el perro. El cura temblaba, pero ocultó lo mejor posible su inquietú y saludó efusivamente al perro:
-¡Hola, don Josecito Hidalgo! Viene muy temprano. Oficiaré la misa recién a las diez... Puede irse y volver más tarde...
-No -dijo el perro, vengo a confesarme.
-Pero si usté no ha de tener pecados. No necesita confesarse.
-Quiero confesarme -insistió el perro.
El cura no quiso contrariarle y le llevó a confesarse.
-Yo cuido la casa donde vivo y suelo morder a todos los que llegan. Una vez casi maté a un chico.
-Eso no es pecado.
-Suelo ladrar y correr a todos los que pasan frente a casa y suelo morder las patas de los caballos, les tiro de la cola y procuro desmontar a los jinetes.
-Nada de eso es pecado.
-¡Ah!, tengo que decirle otra cosa, padre. La especial recomenda-ción que tengo de mi amo es que si lo encuentro al zorro, sea donde sea, lo tengo que matar porque dicen que se ha metido de confesor.
Al oír esto, el cura, echó a correr con gran ruido de sotanas y se fue hacia el monte, seguido muy de cerca por el perro. Encontró en su camino una cueva de tatú abandonada y se metió en la cueva. El perro quedó en la boca de la cueva ladrando y cavando.
 Y después del susto, cuando se vio a salvo en el fondo de la cueva, el zorro comenzó a decir:
-Gracias a mis patas pude llegar hasta aquí. Mis ojos me permitieron ver el camino en la oscuridá, pero ésta, mi cola tan peluda, tan pesada y tan inútil, me estorbaba. Se la voy a dar al perro para que se conforme y se vaya.
Sacó la cola sin darse cuenta. Áhí lo agarró el perro y lo sacó al zorro y lo mató.

Justo Pucheta. 53 años. Loreto. Corrientes, 1959.

El narrador es persona de cultura. Conoce una gran cantidad de narraciones tradicionales de su región, que oyó desde que era niño.

Cuento 82. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini

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