Había
una vez un hombre tan pobre, que el dinero no le alcanzaba para mantener a su
familia y había días que se quedaba con hambre y no tenía para darles de comer
a sus hijos. Un día pensó: "¡Mañana comeré hasta llenarme!"
Al
día siguiente, se fue al bosque con la única gallina que tenía, la preparó y
cuando se disponía a comérsela, se le apareció un anciano que le dijo:
-Invítame
a comer, tengo hambre.
El
hombre le contestó:
-Vine
al monte para comer a gusto y vienes a molestarme.
-Yo
soy Dios -respondió el anciano.
-Pues
así menos te doy -refunfuñó el hombre- en lugar de venir a ayudarme, me pides,
no consideras que soy pobre. Además, Tú siempre ayudas a los ricos. ¡Lárgate,
no te doy nada!
El
anciano se dio cuenta de que tenía razón, pero por su atrevimiento, pensó en
castigar al hombre enviándole a la muerte.
No
había acabado de comer el hombre pobre, cuando apareció otro y le pidió de
comer, diciendo que era la
muerte. El hombre le convidó lo que quedaba de la gallina y
le dijo:
-A
ti sí te doy porque tú eres parejo, te llevas a ricos y pobres.
-A
cambio de este favor te ayudaré -le dijo la muerte-. Te haré un gran médico y
curarás a ricos y pobres. Pero si detectas mi presencia en el lecho de algún
enfermo, retírate, pues quiere decir que ése ya está en mis garras y no tiene
salvación. Esa es mi condición.
Así,
el hombre se convirtió en médico, y pronto empezó a ganar fama y dinero. Un
buen día lo llamaron para que fuera a atender a un hombre rico, pero cuando
llegó a su casa, encontró a la muerte en la cabecera de su cama. En un primer
momento se negó a curarlo, acordándose de la condición que le había puesto la muerte. Pero la
familia le ofreció una fuerte suma de dinero y el médico pensó: "La
tentación es muy grande. ¡Lo curaré!"
La
casa del enfermo quedaba muy apartada del pueblo, al pie de un cerro, y estaba
rodeada de mezquites y álamos. Todas las noches los tecolotes cantaban cu cu cu
cú, y llamaban al enfermo por su nombre. Los coyotes y las zorras aullaban y
todos los mayos se espantaban ante tanta señal de mal agüero. La última señal,
y la más temida, la dio una gallina que cantó tres veces como un gallo y una
serpiente que cruzó el patio a toda prisa. Se sentía el escalofrío de la muerte
por todo ese paraje apartado.
Cuando
llegó el médico a la segunda consulta, se encontró de nuevo con la muerte, y
comenzó a luchar con ella cuerpo a cuerpo, tratando de sacarla del cuarto.
Finalmente la sacó a patadas, el enfermo sanó y se levantó de la cama. Así , la fama del
médico creció y se extendió por los alrededores.
Un
día estaba en el bosque cortando leña, dale que dale con su machete, muy
contento porque todo le había salido bien. Así estaba cuando apareció la muerte
y se le heló la sonrisa.
-No
te vayas amigo -le dijo-, tengo algo que decirte. No respetaste nuestro trato:
al hombre que sanaste le faltaban tres días para morir; ahora estos tres días
te faltan a ti.
Dicho
esto, la muerte desapareció.
Llegó
a su casa triste y cabizbajo, y contó a su esposa lo sucedido.
-¿Quién
es el que viene por ti? -preguntó extrañada.
-La
muerte -dijo el hombre.
-No
te preocupes, tengo una idea.
La
mujer sacó unas tijeras y lo dejó bien pelón, como una cabeza de repollo.
Después cubrió la cabeza de ceniza y se la dejó blanca como un panal macho.
Al
atardecer apareció la muerte disfrazada de vaquero, montada en una mula prieta
y, sonando sus espuelas, preguntó a la señora por su esposo.
-Hace
tres días que se fue para el monte y no ha regresado.
La
muerte emprendió el regreso, y en el camino que se encuentra al hombre
disfrazado de anciano. Y entonces pensó: "Como el señor que busco no se
encuentra, aunque sea me llevo a este pelón."
Diciendo
y haciendo, lo montó en su mula, y más adelante lo dejó tirado ya sin vida.
Cuando
su mujer lo encontró, llamó a los vecinos, llevaron al muerto al panteón y
echaron un puño de tierra en forma de cruz sobre la fosa del difunto, como es
costumbre entre los mayos.
Recopilación de:
Elisa Ramírez y Ma. Ángela
Rodríguez
044. Anónimo (mayo)
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