Le aconteció, hace mucho
tiempo en Eric (Irlanda) a una mujer que se casó con un hombre de alto rango y
tuvieron una hija. Poco después del nacimiento de la hija, el marido murió.
La mujer dejó de ser
viuda cuando se casó por segunda vez, y tuvo otras dos hijas. Estas dos hijas
odiaban a su hermanastra, pues era ésta de pocas luces, y la pusieron el mote
de Cabeza Pequeña.
Cuando la mayor de las
dos hermanas cumplió catorce años, su padre murió. La madre se sumió entonces
en una gran pena, y comenzó a languidecer. Solía sentarse en un rincón de la
casa y nunca salía de ella. Cabeza Pequeña era amable y dulce con su madre, y
ésta quería a su hija mayor más que a las otras dos, lo cual hacía que éstas la
odiaran más cada día.
Al fin, las dos hermanas
decidieron matar a su madre. Un día, cuando su hermanastra estaba fuera,
metieron a la madre en una gran marmita, la cocieron, y desparramaron sus
huesos por el cam-po. Cuando Cabeza Pequeña volvió a casa, no había señal de su
madre.
"¿Dónde está
madre?", preguntó a las otras dos.
"Salió a alguna
parte. ¿Cómo vamos a saber nosotras dónde está?"
"¡Oh, malvadas
criaturas!, habéis matado a madre", exclamó Cabeza Pequeña.
Entonces Cabeza Pequeña
decidió no salir nunca de la casa, por lo que las hermanas estaban que
rabiaban.
"Ningún hombre se
casará nunca con ninguna de nosotras", decían, "si ve antes a nuestra
tonta de hermana".
Como no podían hacer
salir de la casa a Cabeza Pequeña, deter-minaron irse ellas. Una buena mañana
abandonaron la casa sin dar conocimiento de ello a su hermanastra, y viajaron
durante muchas millas. Cuando Cabeza Pequeña descubrió que sus hermanas se
habían ido, corrió tras ellas y no se detuvo hasta que las alcanzó. Entonces
las obligó a volver a casa con ella, aunque le insultaron y le dijeron cosas
terriblemente desagradables.
Aquellas dos resolvieron
matar a Cabeza Pequeña. Un día cogie-ron veinte agujas y las esparcieron sobre
un montón de paja.
"Vamos a aquella
colina", le dijeron, "a pasar la tarde, y, si no tienes todas las
agujas que hay en esa paja recogidas sobre la mesa para cuando volvamos, te
quitaremos la vida".
Y se fueron a la colina.
Cabeza Pequeña se sentó, y se puso a llorar amargamente, cuando un pequeño gato
gris entró y le habló.
"¿Por qué lloras y
te lamentas de ese modo?", preguntó el gato.
"Mis hermanas me
insultan y me golpean", respondió Cabeza Pequeña. "Esta mañana han
dicho que me matarían al anochecer, a menos que tenga todas las agujas que hay
en la paja reunidas delante de ellas."
"Siéntate ahí",
ordenó el gato, "y seca tus lágrimas".
El gato pronto encontró
las veinte agujas y se las dió a Cabeza Pequeña. "No te muevas
ahora", dijo el gato, "y escucha lo que voy a decirte. Yo soy tu
madre; tus hermanas me mataron y destruyeron mi cuerpo, pero no les hagas daño;
haz el bien; haz lo que puedas para ayudarlas; sálvalas: obedece mis palabras y
te alegrarás por ello al final".
El gato se marchó, las
dos hermanas regresaron al anochecer y las agujas estaban en la mesa delante de
ellas. Oh, pero, ¡qué rabia y qué resquemor sintieron, cuando vieron las veinte
agujas! Tan sólo pudieron exclamar que alguien diabólico la había ayudado, mas
no la hicieron ningún mal.
Otra noche, cuando Cabeza
Pequeña estaba en la cama dormida, ellas se fueron de nuevo de la casa,
resueltas esta vez a no volver jamás. Cabeza Pequeña durmió hasta bien entrada
la mañana. Cuando vio que sus hermanas se habían ido, las siguió y rastreó de
un sitio a otro, preguntando aquí y allá día tras día, hasta que, una noche,
alguien le dijo que estaban en casa de una vieja bruja, una terrible hechicera,
que tenía un hijo y tres hijas: pero que aquella casa era un mal sitio para ir,
porque la vieja bruja poseía más poder mágico que nadie, y era muy malvada.
Cabeza Pequeña corrió a
salvar a sus hermanas, y, cuando llegó a la casa, llamó a la puerta, y rogó,
por Dios, que le dieran alojamiento.
"¡Oh, bueno!",
dijo la bruja, "sería difícil negar alojamiento a alguien en una noche de
tanto viento y tormenta. Me pregunto si tendrás algo que ver con las jovencitas
que vinieron por aquí esta tarde".
Las dos hermanas oyeron
esto y se enfadaron mucho al saber que Cabeza Pequeña estaba allí, pero no
dijeron nada, pues no querían que la vieja bruja conociera su parentesco.
Después de la cena, la bruja dijo a las tres forasteras que durmieran en una
habitación, en la parte derecha de la casa. Mas cuando sus propias hijas se
fueron a la cama, Cabeza Pequeña vio cómo ataba una cinta alrededor del cuello
de cada una de ellas, y le oyó decir: "Vosotras dormiréis en la parte
izquierda."
Cabeza Pequeña corrió y
dijo a sus hermanas: "Venid conmigo rápidamente, o le diré a la mujer quiénes
sois.”
Entonces se apresuraron a
la cama del dormitorio izquierdo antes de que llegaran las hijas de la bruja.
"Oh",
exclamaron éstas cuando vieron su aposento ya ocupado, "bueno, la otra
cama dará igual". Y se fueron a la cama del dormito-rio derecho.
Cuando Cabeza Pequeña
supuso que las hijas de la bruja estaban dormidas, se levantó, les quitó las
cintas del cuello, y las puso en los de sus hermanas y en el suyo propio.
Permaneció despierta y las vigiló. Después de un rato, oyó a la bruja decir a
su hijo:
"Ahora ve, y mata a
las tres muchachas; tienen buenas ropas y dinero."
"Ya has matado
bastante en tu vida; deja en paz a éstas", rogó el hijo.
Pero la vieja bruja no le
escuchó. El muchacho se levantó, pues sentía miedo de su madre, y, cogiendo un
largo cuchillo, fue al dormitorio de la derecha y cortó las gargantas de las
tres muchachas que no tenían cintas. Luego se fue a la cama, y, cuando Cabeza
Pequeña vio que también la vieja bruja estaba dormida, despertó a sus hermanas,
les contó lo que había pasado, las hizo vestirse a toda prisa y seguirla.
Podéis creerme que esta vez la siguieron de buen grado.
Las tres muchachas se
alejaron lo más rápido que pudieron, y llegaron pronto a un puente llamado por
aquel entonces "El Puente de la
Sangre ". Quienquiera que hubiese matado a alguna
persona no podía cruzarlo. Cuando las tres hermanas llegaron al puente, las dos
más jóvenes se detuvieron: no podían dar ni un solo paso adelante. Cabeza
Pequeña que lo había cruzado volvió corriendo hacia ellas.
"Si no supiera ya
que vosotras matasteis a mi madre", dijo, "ahora lo sabría, porque éste
es el Puente de la Sangre ".
Entonces llevó a una
hermana sobre su espalda, y luego a la otra. Apenas había hecho esto cuando la
bruja llegó al puente.
"¡Maldita sea tu
suerte, Cabeza Pequeña", gritó, "no supe que eras tú, cuando viniste
anoche. Has matado a mis tres hijas".
"No he sido yo quien
las ha matado, sino tú misma", dijo Cabeza Pequeña.
Mas la vieja bruja no
pudo atravesar el puente, y comenzó a maldecir, y arrojó todo tipo de maldiciones
sobre Cabeza Pequeña.
Las hermanas prosiguieron
su viaje hasta que llegaron al castillo de un rey y oyeron que necesitaban a
dos sirvientes en él.
"Id allí
ahora", aconsejó Cabeza Pequeña a las dos hermanas, "y pedid los dos
puestos. Sed leales y portaos bien. Pues nunca podréis volver por el camino
que habéis venido".
Las dos encontraron
empleo en el castillo del rey. Cabeza Pequeña pidió alojamiento en la casa de
un herrero que vivía cerca de allí.
"Me gustaría poder
conseguir un puesto de doncella en el castillo", dijo un día Cabeza
Pequeña a la mujer del herrero.
"Yo iré al castillo
y encontraré algo para ti, si puedo", aseguró la mujer.
La mujer del herrero
encontró un puesto para Cabeza Pequeña, como doncella de cocina en el castillo,
y ésta acudió allí al día siguiente.
"Debo tener
cuidado", pensó Cabeza Pequeña, "y hacerlo bien. Estoy en un sitio
extraño. Mis dos her manas están aquí, en el castillo del rey. ¿Quién sabe?,
aún podría sonreírnos la fortuna".
Se vistió con esmero, y
estaba contenta. Todos sintieron simpatía por ella, más que por sus hermanas,
aunque éstas fueran más bonitas. El rey tenía dos hijos, uno vivía en casa y el
otro viajaba por alguna tierra desconocida.
Cabeza Pequeña pensó un
día para sí: "Ya es hora de que el hijo que está en el castillo se case.
Le hablaré la primera vez que tenga ocasión."
Un día lo vio solo en el
jardín, se acercó hasta él y le dijo: "¿Por qué no te casas, si ya es
tiempo de que lo hagas?"
El se rió, y pensó que
era muy atrevida, pero luego, pensando que la muchacha era un poco simple de
mente y sólo quería ser agra-dable, dijo:
"Te diré la razón:
Mi abuelo hizo prometer a mi padre que no dejaría a su hijo mayor casarse,
hasta que éste consiguiera apoderarse de la Espada Lumi nosa. Así
que me temo que voy a estar mucho tiempo soltero."
"¿Sabes dónde está la Espada Luminosa , o
quién la tiene?", preguntó Cabeza Pequeña.
"Lo sé",
contestó el hijo del rey, "la tiene una vieja bruja, que posee poderes
mágicos, y que vive a mucha distancia de aquí, más allá del Puente de la Sangre. Yo no puedo ir
allí. No puedo cruzar el puente, porque he matado muchos hombres en las
batallas. Y, aunque pudiera cruzar el puente, no iría, porque muchos son los
hijos del rey a los que la bruja ha destruido o encantado".
"Supón que alguna
persona te trae la
Espada Luminosa , y que esa persona es una mujer, ¿te casarías
con ella?"
"Claro que lo
haría", exclamó el príncipe.
"Si me prometes
casarte con mi hermana mayor, yo trataré de traer la Espada Luminosa. "
"Te lo prometo de
buen grado", aceptó el hijo del rey.
A la mañana siguiente,
muy temprano, Cabeza Pequeña empren-dió su viaje. Llamando a la primera tienda,
compró una stone [1]
de sal, y prosiguió su camino, sin detenerse ni descansar, hasta que llegó a la
casa de la bruja, cuando la noche ya caía. Trepó hasta el alero, miró abajo, y
vio al hijo preparando una gran marmita de potaje para su madre, y a ella
metiéndole prisa. "¡Tengo más hambre que un halcón!", gritaba.
Cada vez que el muchacho
miraba a otra parte, Cabeza Pequeña dejaba caer sal sobre la olla; y, sin que
el chico la viera, echó sal y más sal hasta que toda acabó dentro del potaje.
La vieja bruja esperaba y esperaba impaciente, hasta que por fin gritó:
"Trae el potaje. ¡Me muero de hambre! Vamos, trae la marmita. Comeré
directamente de ella. Y trae también leche."
El muchacho llevó el
potaje y la leche, y la vieja bruja empezó a comer, pero, a la primera
cucharada que se llevó a la boca, escupió y gritó: "¡Has puesto sal en la
olla en vez de comida!"
"No es cierto,
madre."
"Sí lo hiciste, y es
una sucia jugada la que me has hecho. Tira este potaje, dáselo al cerdo, y ve
al pozo por más agua.
"No puedo ir",
se excusó el muchacho, "la noche es demasiado oscura; podría caerme en el
pozo".
"Ve y tráeme agua;
no puedo estar sin comer hasta mañana."
"Yo tengo tanta
hambre como tú", dijo el muchacho, "pero, ¿cómo puedo ir al pozo sin
luz? No iré, a menos que me des una luz".
"Si te doy la Espada Luminosa
alguien podría seguirte; ¿quién sabe si ese diablo de Cabeza Pequeña no está
ahí fuera?"
Pero, ante la perspectiva
de ayunar hasta el día siguiente, la vieja bruja entregó la Espada Luminosa a su
hijo, advirtiéndole que tuviese buen cuidado con ella. El tomó la Espada Luminosa y
salió. Y como no vio a nadie al llegar al pozo, dejó la Espada en el primero de
los peldaños que descendían hasta el agua, para tener así buena luz. No había
bajado muchos peldaños cuando Cabeza Pequeña tenía ya la espada en su poder, y
con ella corrió a través de colinas, valles y cañadas, hacia el Puente de la Sangre.
El muchacho gritó y voceó
con todas sus fuerzas. En seguida salió la bruja. "¿Dónde está la
espada?", gritó.
"Alguien la cogió
del escalón", musitó el muchacho.
Disparada salió la bruja,
siguiendo la luz; pero no estuvo cerca de Cabeza Pequeña hasta que ésta se
encontró encima del puente que no podía cruzar.
"Dame la Espada Luminosa , o
maldeciré tu suerte para siempre", exclamó la bruja.
"Desde luego que no
lo haré; me la quedaré, y sea tu suerte la maldita", contestó Cabeza
Pequeña.
A la mañana siguiente se
acercó al hijo del rey, y le dijo:
"Tengo la Espada Luminosa ;
ahora, ¿te casarás con mi hermana?"
"Lo haré", dijo
él.
El hijo del rey se casó
con la hermana de Cabeza Pequeña y obtuvo la Espada Luminosa.
Cabeza Pequeña no se quedó un día más en la cocina: a su hermana le daba lo
mismo tenerla en la cocina que en el salón.
El segundo hijo del rey
regresó a casa. No llevaba mucho tiempo en el castillo, cuando Cabeza Pequeña
se dijo a sí misma, "puede que él se case con mi segunda hermana".
Un día le vio en el
jardín, y se acercó a él; intercambiaron unos saludos y entonces le preguntó:
"¿No crees que ya va siendo tiempo de que te cases, como tu hermano?"
"Cuando mi abuelo
estaba muriendo", explicó el joven príncipe, "hizo prometer a mi
padre que no dejaría que su segundo hijo se casara, hasta que consiguiera el
Libro Negro. Este libro solía irradiar luz más brillante aún que la Espada Luminosa ; y
supongo que todavía lo hace. La vieja bruja que vive más allá del Puente de la Sangre tiene el libro, y no
hay quien se atreva a acercarse a ella, porque, como sabes muchos son los hijos
de reyes muertos o encantados por esa mujer".
"¿Te casarías con mi
segunda hermana si te consiguiera el Libro Negro?"
"Desde luego; me
casaría con cualquier mujer que me proporcionase el Libro Negro. La Espada Luminosa y
el Libro Negro eran de nuestra familia hasta los tiempos de mi abuelo; entonces
fueron robados por esa vieja bruja maldita."
"Yo me haré con el
libro", aseguró decidida Cabeza Pequeña, "o moriré en el
intento".
Sabiendo que el potaje
era la comida principal de la bruja, Cabeza Pequeña resolvió gastarle otra
jugada. Tomando una bolsa, escarbó en la chimenea del Palacio hasta tener una stone de hollín, y se fue con ella. La
noche era oscura y lluviosa. Cuando llegó a la casa de la bruja, trepó por la
chimenea y vio al hijo preparando potaje para su madre. Entonces, vertió poco
a poco el hollín, hasta que la stone
entera estuvo dentro de la marmita; luego, escarbó la parte superior de la
chimenea hasta que un terrón de hollín cayó en la mano del muchacho.
"Oh, madre",
dijo éste, "la noche está mojada, y el hollín se cae reblandecido".
"Tapa la
marmita", dijo la bruja. "Y date prisa con ese potaje, que estoy
hambrienta."
El muchacho llevó la olla
a su madre.
"¡Maldito
seas!", gritó la bruja nada más probar el potaje, "esto está lleno de
hollín; échaselo al cerdo".
"Si lo tiro no habrá
más agua dentro de la casa para hacer más potaje; con esta lluvia y oscuridad,
yo no voy al pozo."
"¡Irás al
pozo!", gritó ella.
"No moveré un pie
fuera de aquí, a menos que tenga alguna luz con que alumbrarme."
"¿Es en el Libro en
lo que estás pensando, estúpido, para que lo pierdas como hiciste con la
espada? Cabeza Pequeña te vigila."
"¿Cómo va a estar
Cabeza Pequeña, esa criatura, fuera todo el tiempo? Si no quieres el agua, pasa
sin ella."
Antes que ayunar hasta la
mañana siguiente, la bruja prefirió darle el Libro a su hijo, diciéndole:
"No lo dejes en ningún sitio, ni lo sueltes de la mano hasta que hayas
vuelto, o te mataré."
El muchacho cogió el
Libro y se fue hacia el pozo. Cabeza Pequeña lo siguió con cuidado. Llevó el
libro con él hasta el mismo pozo, y, cuando se inclinó para coger agua, ella se
lo arrebató y tiró al chico dentro, donde estuvo a punto de ahogarse.
Cabeza Pequeña estaba ya
lejos cuando el muchacho se recobró, y comenzó a gritar llamando a su madre.
Esta acudió a toda prisa, y viendo que el Libro había desaparecido, fue presa
de tal rabia que clavó un cuchillo en el corazón de su hijo, y salió corriendo
tras Cabeza Pequeña, la cual había cruzado el puente antes de que la bruja
pudiera alcanzarla.
Cuando la vieja vio a
Cabeza Pequeña al otro lado del puente, desafiándola y danzando posesa, gritó:
"Te llevaste la Espada Luminosa y
ahora el Libro Negro, y tus dos hermanas están casadas. Maldita sea tu suerte,
donde quiera que vayas. Has matado a todos mis hijos, y ahora estoy sola, yo,
una pobre y débil anciana."
"Tu suerte sí es
maldita", respondió Cabeza Pequeña. "Y no tengo miedo de ninguna
maldición que provenga de ti. Si hubieses seguido una vida honesta, no te
encontrarías así ahora."
"Ahora, Cabeza
Pequeña", exclamó la vieja bruja, "me lo has robado todo, y has
destruido a mis hijos. Tus dos hermanas están bien casadas. Tu fortuna comenzó
con mi ruina. Regresa, ahora, y cuida de esta pobre anciana. Levantaré de ti
mis maldiciones, y tendrás contigo la buena suerte. Prometo que nunca dañaré ni
a un solo pelo de tu cabeza".
Cabeza Pequeña meditó
durante unos minutos y prometió hacer esto, diciendo: "Si me haces daño, o
intentas dañarme, será mucho peor para ti."
La vieja bruja se
tranquilizó y regresó a casa. Cabeza Pequeña volvió al castillo, y fue recibida
con gran alegría. A la mañana siguiente, encontró al hijo del rey paseando por
el jardín, y le dijo: "Si te casas con mi hermana, el Libro Negro será
tuyo."
"Me casaré con
gusto", aceptó el hijo del rey.
Al día siguiente se
celebró la boda y el hijo del rey obtuvo el Libro.
Cabeza Pequeña permaneció
en el castillo alrededor de una semana, entonces deseó buena salud a sus
hermanas y partió hacia la casa de la bruja. La vieja se sintió contenta de
verla y le mostró su trabajo. Todo lo que Cabeza Pequeña tenía que hacer era
servir la comida a la vieja y dar de comer al enorme cerdo que tenía.
"Estoy cebando a ese
cerdo", explicó la bruja; "ahora tiene siete años, y, cuanto más
tiempo se mantiene a un cerdo, más dura se hace su carne: mantendremos este
cerdo un poco más, y entonces lo mataremos y nos lo comeremos".
Cabeza Pequeña hacía bien
su trabajo; la vieja bruja le enseñó algunas cosas, pero Cabeza Pequeña
aprendió mucho más de lo que la propia bruja hubiera soñado. Alimentaba al
cerdo tres veces al día, sin pensar nunca que pudiese ser otra cosa que un
cerdo. La bruja había mandado un mensaje a una hermana suya que vivía en el
Mundo Oriental, invitándola a venir, pues iban a matar el cerdo y celebrarían
un gran banquete. La hermana vino, y un día, cuando la bruja iba a dar un paseo
con su hermana, dijo a Cabeza Pequeña:
"Dale a este cerdo
hoy toda la comida que quiera; ésta es la última comida que hará; déjale que se
harte."
El cerdo adivinó lo que
se le avecinaba. Entonces, puso su hocico bajo la marmita y la volcó sobre los
pies descalzos de Cabeza Pequeña. La muchacha corrió a la casa por un palo, y,
viendo una vara al borde del pajar, la cogió y golpeó al cerdo.
Al instante el cerdo se
convirtió en un espléndido joven.
Cabeza Pequeña se quedó
pasmada.
"No temas",
dijo el joven, "soy el hijo de un rey a quien la vieja bruja odiaba, el
rey de Munster. Ella me arrebató de mi padre hace siete años y me encantó,
haciendo un cerdo de mí".
Cabeza Pequeña contó
entonces al hijo del rey cómo la bruja le había tratado. "Mas debo
convertirte en cerdo otra vez", le dijo, "porque la bruja se acerca.
Ten paciencia y te salvaré, si me prometes que te casarás conmigo".
"Te lo
prometo", aseguró el hijo del rey.
Le dio un golpecito con
la vara, y volvió a ser un cerdo. Puso el palo donde estaba, y cuando las dos
hermanas volvieron la encontraron dedicada a su trabajo. El cerdo comió a
gusto su comida, pues se sentía seguro de su rescate.
"¿Quién es esa
muchacha que tienes en la casa, y dónde la encontraste?", preguntó la
hermana de la bruja.
"Todos mis hijos
murieron de la plaga, y cogí a esta chica para ayudarme. Es muy buena
sirviente." respondió.
Cuando llegó la noche, la
bruja dormía en una habitación, su hermana en otra y Cabeza Pequeña en una
tercera. Mientras las dos hermanas dormían profundamente, Cabeza Pequeña se
levantó, robó el Libro Mágico a la bruja y cogió la vara. Después fue donde
estaba el cerdo, y con un golpe de la vara hizo de él un hombre.
Con la ayuda del Libro
Mágico, Cabeza Pequeña se transformó a sí misma y al hijo del rey en dos palomas,
elevaron su vuelo a través de los aires y siguieron volando sin detenerse. A la
mañana siguiente, la bruja llamó a Cabeza Pequeña, pero ésta no acudió. Entonces
corrió a ver el cerdo. El cerdo había desaparecido. Corrió después por su
Libro, pero no halló ni sombra de él.
"¡Oh!" exclamó,
"esa canalla de Cabeza Pequeña me ha robado de nuevo. Se ha llevado mi
Libro; ha hecho del cerdo un hombre, y se lo ha llevado también".
No tuvo más remedio que
contar toda la historia a su hermana. "Ve tú", le dijo, "y
síguelos. Tú posees más magia que Cabeza Pequeña".
"¿Cómo los voy a
reconocer?", preguntó la hermana.
"Trae las dos
primeras cosas extrañas que encuentres; seguramente se habrán convertido en
algo maravilloso."
La hermana, entonces, se
transformó en un halcón y emprendió el vuelo, tan veloz como el viento de
marzo.
"Mira atrás",
dijo Cabeza Pequeña al hijo del rey algunas horas más tarde, "y ve si
alguien nos sigue".
"No veo nada",
dijo él, "tan sólo un halcón acercándose veloz".
"Es la hermana de la
bruja", aseguró. "Posee tres veces más magia que la propia bruja.
Pero, descendamos hasta la cuneta de aquel camino y picoteemos, como hacen las
palomas en tiempo lluvioso, y quizá pase sin vernos."
El halcón vio a las
palomas, pero no considerándolas nada mara-villoso, siguió volando hasta el
anochecer, y entonces regreso a casa de su hermana.
"¿Has visto algo
maravilloso?"
"No; sólo vi dos
palomas, que picoteaban en la cuneta."
"Idiota, esas
palomas eran con seguridad Cabeza Pequeña y el hijo del rey. Sal otra vez por
la mañana, y no quiero verte regresar sin traer a los dos contigo."
Allá voló el halcón por
segunda vez, y, rápidos como Cabeza Pequeña y el hijo del rey volaban, el halcón
ganaba más y más distancia sobre ellos. Viendo esto, Cabeza Pequeña y el hijo
del rey volaron hasta una gran ciudad y, siendo día de mercado, se convirtieron
en dos escobas de brezo. Las dos escobas comenzaron a barrer la calle sin que
nadie las sostuviera, y barrían la una hacia la otra. Esto era tan gran
prodigio que una enorme multitud se congregó alrededor de las dos escobas.
La vieja bruja, que
volaba sobre el lugar en forma de halcón, lo vió y, pensando que debían ser
Cabeza Pequeña y el hijo del rey, descendió, volvió a tomar la forma de una
mujer, y se dijo:
"Conseguiré esas dos
escobas."
Entonces, con el fin de
abrirse camino entre la multitud, empujó con tanta violencia que casi derribó
a un hombre que había delante de ella. El hombre se enfadó.
"¡Maldita vieja
bruja!", gritó "¿es que quieres tirarnos a todos?" Y le dio un
golpe, y la mandó hasta otro hombre; éste le dio un empujón que la mandó dando
vueltas hasta un tercero, y así sucesivamente hasta que, entre todos,
estuvieron a punto de acabar con su vida, arrojándola lejos de las escobas. Una
mujer de la multitud dijo en alto:
"No sería ningún
pecado quitarle la cabeza a esa vieja bruja, que intenta apartarnos de la
gracia de Dios; porque es Dios quien ha mandado las escobas para que barran la
calle por nosotros."
"Es verdad",
agregó otra mujer. Y los ánimos de la gente se fueron exaltando, tanto que ya
estaban dispuestos a matar a la bruja. Así que cuando iban a cortarle la
cabeza, la bruja se transformó en halcón y escapó volando, jurando que no
volvería a hacer ni un solo trabajo más para su hermana.
Cuando el halcón
desapareció las dos escobas de brezo levantaron de nuevo su vuelo en forma de
palomas. La gente ya no tuvo duda, cuando vieron a las palomas, de que las
escobas eran una bendición del cielo, y que la vieja bruja las había espantado.
Al día siguiente, Cabeza
Pequeña y el hijo del rey divisaron el castillo de su padre, y los dos descendieron,
un poco antes de llegar a él, tomando sus propias formas. Cabeza Pequeña era
ahora una mujer muy bonita, ¿y por qué no? Poseía la magia y no la escatimó.
Se hizo tan bonita como siempre había soñado ser: no se vio a nadie que la
igualara en todo aquel reino ni en los demas.
El hijo del rey
inmediatamente se enamoró de ella, y no quiso ya separarse de ella, pero ella
no fue con él al castillo.
"Cuando estés en el
castillo de tu padre", dijo Cabeza Pequeña, "todos se llenarán de
contento al verte, y el rey dará una gran fiesta en tu honor. Pero, si besas a
alguien, o dejas que alguien te bese a ti, me olvidarás para siempre".
"No dejaré que me
bese ni mi propia madre", aseguró él.
El hijo del rey fue al
castillo. Todos se regocijaron al verle; le habían dado por muerto, pues no lo
habían visto en siete años. Pero no permitió que nadie se acercara a besarle.
"Tengo prohibido, bajo juramento, besar a nadie", explicó a su madre.
Mas en aquel momento, un viejo perro galgo entró, y, de un salto, se echó
encima de él y empezó a lamerle la cara: y de pronto todo lo que había vivido
durante siete años lo olvidó al instante.
Cabeza Pequeña fue
mientras tanto hasta una fragua próxima al castillo. El herrero tenía una
mujer mucho más joven que él, y una hijastra. No eran ninguna belleza. Detrás
de la fragua había un pozo, y un árbol crecía al lado. "Me subiré a ese
árbol", pensó Cabeza Pequeña, "y pasaré en él la noche", subió y
se sentó, justo encima del pozo. No llevaba mucho rato en el árbol, cuando la
luna apareció en lo alto, sobre las cimas de las colinas, y brilló sobre el
pozo. La hija del herrero vino por agua y, al mirar al interior del pozo, vio
el rostro de la mujer que había encima del árbol y, pensando que era su propio
rostro, exclamó:
"Oh, tener que estar
llevando agua a un herrero, siendo tan bella. No volveré a llevarle ni una
gota." Y, dicho esto, arrojó el cubo a la zanja, y se fue corriendo a
encontrar algún príncipe con el que casarse.
Cuando vio que no volvía
con el agua, el herrero, que estaba esperando para lavarse tras su jornada de
trabajo en la fragua, envió a la madre. La madre no tenía más que una cacerola
para coger agua, y allá fue con ella, y, cuando llegó al pozo, vio el bello
rostro en el agua.
"iOh, negro y
atezado patán de herrero", exclamó, "maldita la hora en que te
encontré, pues soy muy bella. Jamás volveré a coger una gota de agua para ti.
Y arrojó la cacerola al
suelo, la rompió, y corrió en busca de algún hijo de rey.
Cuando ni la hija ni la
madre regresaban con el agua, el propio herrero fue a ver qué era lo que les
retenía. Vio el cubo en la zanja y, cogiéndolo, fue hasta el pozo; cuando se
acercó vio la hermosa cara de una mujer reflejada en el agua. Siendo un hombre,
sabía que aquélla no era su propia cara, miró arriba, y allí, en el árbol, vio
a una mujer. Y le dijo:
"Ahora sé por qué mi
mujer y mi hija no traían el agua. Vieron tu cara en el pozo y, creyéndose demasiado
guapas para mí, me dejaron. Ahora debes venir tú a cuidar de mi casa hasta que
las encuentre."
"Te ayudaré",
dijo Cabeza Pequeña. Bajó del árbol y fue a la casa del herrero, y le mostró el
camino que habían tomado las dos mujeres. El herrero corrió tras ellas, y las
encontró a las dos en un pueblo a diez millas de allí. Les explicó su propia locura,
y volvieron a casa con él.
La madre y la hija
lavaban lino fino para el castillo. Cabeza Pequeña las vio planchar un día, y
dijo:
"Sentaros: yo
plancharé por vosotras."
Cogió la plancha, y en
una hora tenía hecho el trabajo del día.
Las mujeres estaban
encantadas. Por la tarde, la hija llevó el lino al ama de llaves del castillo.
"¿Quién ha planchado
este lino?", preguntó.
"Mi madre y
yo."
"Oh, desde luego que
no. Vosotras no podéis hacer un trabajo semejante; dime quién lo hizo."
La chica tuvo miedo
ahora, y respondió:
"Es una mujer que
está ahora con nosotros quien lo ha planchado."
El ama de llaves le
enseñó el lino a la reina.
"Envíame a esa mujer
al castillo", solicitó la reina.
Cabeza Pequeña fue al
castillo, la reina le dio la bienvenida y se quedó maravillada por su belleza;
y la puso al mando de todas las doncellas del castillo. Cabeza Pequeña podía
hacer cualquier cosa; todo el mundo la quería. El hijo del rey pronto sintió
que la había visto antes; y así durante un año estuvo en el castillo, haciendo
todo aquello que la reina le decía.
El rey mientras tanto
arregló el casamiento de su hijo con la hija del rey de Ulster. Se celebró una
gran fiesta en el castillo en honor de la joven pareja, que una semana más
tarde sería matrimonio. Para ella, el padre de la novia trajo a un buen número
de magos expertos en toda clase de trucos y encantamientos, que alegraron a los
invitados.
Mas el rey sabía que
Cabeza Pequeña podía hacer muchas cosas notables, pues nunca había habido nada,
de cuanto él mismo o la reina le pidieran, que ella no realizara en un
parpadeo.
"Ahora", dijo
en cierto momento el rey a la reina, "creo que ella debe hacer algo que
esta gente no pueda hacer". Y mandando llamara Cabeza Pequeña, le
preguntó:
"¿Puedes divertir a
los extranjeros?"
"Puedo, si queréis
que lo haga."
Cuando llegó el momento,
y los hombres de Ulster habían hecho gala de sus mejores trucos, Cabeza
Pequeña se adelantó y abrió de par en par la ventana, que estaba a cuarenta
pies del suelo. En la mano tenía un pequeño ovillo de hilo; ató un extremo del
hilo a la ventana, y tiró fuera el ovillo, sobre una muralla cercana; entonces,
atravesó la ventana, y caminó por el hilo, moviéndose al compás de una melodía
tocada por músicos que nadie podía ver. Luego volvió a entrar. Todos la
aclamaron con entusiasmo pues estaban absoluta-mente maravillados.
"Yo también puedo
hacer eso", dijo la hija del rey de Ulster, y saltó a la ventana, y fue a
pisar sobre la cuerda, pero se cayó y se rompió el cuello contra las piedras del
patio. Hubo gritos y lamentaciones y, en vez de una boda, tuvieron un funeral.
El hijo del rey estaba
apenado y enojado, y quería expulsar a Cabeza Pequeña del castillo.
"Ella no tiene la
culpa", dijo el rey de Munster, quien no hacía sino alabarla.
Pasó otro año: el rey
acordó casar a su hijo con la hija del rey de Connacht. Hubo una gran fiesta
antes del día de la boda, y, siendo la gente de Connacht muy aficionada a la
magia y brujería, el rey de Munster llamó a Cabeza Pequeña y le dijo:
"Hoy, muéstranos el
mejor de tus trucos."
"Lo haré", dijo
Cabeza Pequeña.
Cuando el banquete hubo
terminado y la gente de Connacht había enseñado todos sus juegos, el rey de
Munster llamó a Cabeza Pequeña.
Ella compareció ante toda
la compañía allí presente, arrojó dos granos de trigo al suelo, y dijo algunas
palabras mágicas. Ante los ojos de todos aparecieron una gallina y un gallo de
hermoso plumaje; arrojó otro grano de trigo en medio de los dos; la gallina se
lanzó por él, y el gallo le dio un picotazo; la gallina retrocedió, le miró, y
le dijo:
"Maldita sea tu
suerte, no habrías hecho nada parecido cuando yo servía a la vieja bruja y tú
eras su cerdo, y yo hice de ti un hombre, devolviéndote tu forma natural."
El hijo del rey miró a la
encantadora, y pensó, "aquí hay gato encerrado".
Cabeza Pequeña tiró un
segundo grano. El gallo picó a la gallina otra vez. "Oh", dijo la
gallina, "no habrías hecho eso el día que la hermana de la bruja andaba
detrás de nosotros, y nosotros éramos dos palomas".
El hijo del rey estaba
cada vez más intrigado.
Arrojó un tercer grano.
El gallo atacó a la gallina, y ésta dijo; "No habrías hecho eso el día en
que te convertí y a mí misma en dos escobas de brezo." Y tiró un cuarto
grano. Y el gallo picó a la gallina por cuarta vez. "No habrías hecho esto
el día en que prometiste no permitir que ser vivo alguno te besara, ni tú besar
a nadie, excepto a mí: pero dejaste a tu perro lamerte, y me olvidaste."
El hijo del rey dio un
salto, abrazó y besó a Cabeza Pequeña, y contó al rey su historia completa,
desde el principio hasta el fin.
"Esta es mi
mujer", dijo; "no me casaré con ninguna otra".
"¿Y de quién será
esposa mi hija?, preguntó el rey de Connacht.
"Oh, será la esposa
del hombre que se case con ella", exclamó el rey de Munster, "mi hijo
dio su palabra a esta mujer antes de que nunca hubiera visto a tu hija, y la
debe mantener".
Y así pudo Cabeza Pequeña
casarse con el hijo del rey de Munster.
024. Anónimo (celta)
[1] 6,348 Kg. (n. del t.).
No hay comentarios:
Publicar un comentario