Cuento popular
Era un indiecito que
después de la muerte de su madre quedó a cargo de una madrastra muy mala, que
por una pequeña falta le castigaba privándole de comida durante varios días. El
pobre huérfano vivía buscando algún mendrugo en los depósitos de desperdicios
del pueblo, y cuando no podía ya soportar el hambre, iba al cementerio a
pedirle a su madre, llorando:
-Mamay, yarkhawashan,
mamay yarkhawashan... (madre, tengo hambre, madre, tengo hambre).
Muchos días repitió el
pedido. Una vez -dicen- se le presentó el alma de su madre y alcanzándole un
pan, le dijo.
-Recibe este pan hijo
mío. Cuando tengas hambre come la mitad y guarda la otra. Si no haces así, este
pan servirá para saciarte tan sólo una vez.
El niño volvió a su casa
y guardó una mitad del pan; y más tarde, cuando tuvo hambre, grande fue su
sorpresa encontrarlo entero. Era un pan maravilloso que nunca se acababa.
Pero un día, la madrastra
le sorprendió comiendo aquel pan maravilloso y arrebatándole, le voceó:
-¡Malagradecido!, ladrón,
este pan me has robado de la alacena hoy día. El indiecito, llorando volvió al
cementerio.
-Mamay, yarkahashan,
mamay, yarkahashan... (madre, tengo hambre, madre, tengo hambre).
Al escuchar los lamentos
del hijo amado, otra vez se presentó el alma de su madre; le entregó un
cajoncito pequeño, que se llamaba rokhochito (objeto que los niños guardan con
cariño), diciéndole:
-Este rokhochito te hará
devolver tu pan.
El huérfano volvió a la
casa y, valiente, le pidió a su madrastra:
-Tthantayta khopuay
(devuélvame mi pan).
La madrastra, al escuchar
el desplante, cogió un garrote e iba a descargar en las espaldas del niño,
cuando éste se agachó y acariciando el cajoncito, repitió:
-Rokhochito, rokhochito
(salgan, salgan toros).
-Rokhochito, rokhochito
(salgan, salgan toros).
Inmediatamente salieron
del rokhochito muchos toros pequeños, furiosos, que agrandándose embistieron a
la madrastra, obligándola a devolver el pan al huérfano.
Después de esta
experiencia, el dueño del rokhochito quiso tener fama. Se alistó en el Ejército
para ir a la guerra que sostenía su patria con el invasor.
Su patria estaba
perdiendo y los jefes ya pensaban rendirse. El indiecito se presentó ante el
jefe y le prometió ganar la guerra. Le aceptaron. En el campo de batalla pidió
ocho soldados, y en el momento de la batalla que atacaba el enemigo, que era
numeroso, volvió a frotar el cajoncito, repitiendo siempre:
-Rokhochito, rokhochito
(salgan, salgan toros).
-Rokhochito, rokhochito
(salgan, salgan toros).
Salieron centenares de
toros furiosos que acometieron al enemigo que, no pudiendo soportar el ataque,
tuvo que huir derrotado.
Triunfante, volvió a su
pueblo, se casó y vivió feliz sin que nunca le faltara la comida y el respeto
de las gentes.
068. anonimo (bolivia)
hermoso
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