Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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martes, 15 de mayo de 2012

El rokhochito

Cuento popular

Era un indiecito que después de la muerte de su madre quedó a cargo de una madrastra muy mala, que por una pequeña falta le castigaba privándole de comida durante varios días. El pobre huérfano vivía buscando algún mendrugo en los depósitos de desperdicios del pueblo, y cuando no podía ya soportar el hambre, iba al cementerio a pedirle a su madre, llorando:
-Mamay, yarkhawashan, mamay yarkhawashan... (madre, tengo ham­bre, madre, tengo hambre).
Muchos días repitió el pedido. Una vez -dicen- se le presentó el alma de su madre y alcanzándole un pan, le dijo.
-Recibe este pan hijo mío. Cuando tengas hambre come la mitad y guarda la otra. Si no haces así, este pan servirá para saciarte tan sólo una vez.
El niño volvió a su casa y guardó una mitad del pan; y más tarde, cuando tuvo hambre, grande fue su sorpresa encontrarlo entero. Era un pan maravilloso que nunca se acababa.
Pero un día, la madrastra le sorprendió comiendo aquel pan maravillo­so y arrebatándole, le voceó:
-¡Malagradecido!, ladrón, este pan me has robado de la alacena hoy día. El indiecito, llorando volvió al cementerio.
-Mamay, yarkahashan, mamay, yarkahashan... (madre, tengo hambre, madre, tengo hambre).
Al escuchar los lamentos del hijo amado, otra vez se presentó el alma de su madre; le entregó un cajoncito pequeño, que se llamaba rokhochito (objeto que los niños guardan con cariño), diciéndole:
-Este rokhochito te hará devolver tu pan.
El huérfano volvió a la casa y, valiente, le pidió a su madrastra:
-Tthantayta khopuay (devuélvame mi pan).
La madrastra, al escuchar el desplante, cogió un garrote e iba a descar­gar en las espaldas del niño, cuando éste se agachó y acariciando el cajoncito, repitió:
-Rokhochito, rokhochito (salgan, salgan toros).
-Rokhochito, rokhochito (salgan, salgan toros).
Inmediatamente salieron del rokhochito muchos toros pequeños, furio­sos, que agrandándose embistieron a la madrastra, obligándola a devolver el pan al huérfano.
Después de esta experiencia, el dueño del rokhochito quiso tener fama. Se alistó en el Ejército para ir a la guerra que sostenía su patria con el invasor.
Su patria estaba perdiendo y los jefes ya pensaban rendirse. El indiecito se presentó ante el jefe y le prometió ganar la guerra. Le aceptaron. En el campo de batalla pidió ocho soldados, y en el momento de la batalla que atacaba el enemigo, que era numeroso, volvió a frotar el cajoncito, repitiendo siempre:
-Rokhochito, rokhochito (salgan, salgan toros).
-Rokhochito, rokhochito (salgan, salgan toros).
Salieron centenares de toros furiosos que acometieron al enemigo que, no pudiendo soportar el ataque, tuvo que huir derrotado.
Triunfante, volvió a su pueblo, se casó y vivió feliz sin que nunca le faltara la comida y el respeto de las gentes.

068. anonimo (bolivia)

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