Perurimá tenía, por tener muchas comadres, también
muchos ahijados, a cada uno de los cuales había regalado un petiso después de
amansado y adiestrado convenientemente. Era el mejor domador del mundo.
Inesperada-mente uno de dichos ahijados falleció. Lo lloró desconsoladamente
recordando que la muerte se produjo en su ausencia, razón por la cual no pudo
otorgarle su bendición, y como no usaba pañuelo no tuvo más remedio que secarse
las lágrimas con la manga de la camisa. Algún tiempo después le llevaron a domar
un potro por primera vez arrimado al corral, tan salvaje y arisco, que nadie se
había atrevido a probar con el fortuna. Haciendo que dos hombres lo detuvieran
por las orejas, saltó sobre el en pelo y luego ordenó que lo soltaran. En el
primer corcobo alcanzó la copa de un árbol. Perurimá sonrió. En el segundo, vio
el campo que se extendía más allá de la loma inmediata. Perurimá se reprochó no
haber colocado sobre el lomo del potro un cojinillo. En el tercero, desapareció
entre las nubes. Empezaba ya a descender, cuando entreabriendose dos de ellas,
apareció el ahijado "dijunto". Padrino -le dijo juntando suplicante
las manos-, "deme su bendición. La necesito, pues sin ella no me dejan
entrar al cielo". Sin tiempo para más, Perurimá respondió:
Esperá a que regrese. Ahora voy muy apurado".
037 Anónimo (guarani)
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