“Aggo Dah Gauda” tenía una pierna mucho más
corta que la otra, de modo que se veía obligado a andar a saltos. Tenía una
hija muy hermosa y su principal cuidado consistía en protegerla para que no la
raptase el Rey de los Renos, del cual era sabido que andaba siempre buscando la
ocasión de hallar a una hermosa joven para casarse con ella.
"Aggo Dah Gauda" vivía en un
poblado inmediato a las costas del mar de Baffin, y su cabaña, excavada en el
suelo para mayor abrigo, era mucho mayor que la de todos sus convecinos.
Además, su techumbre era sólida en extremo, de manera que todos sus amigos y
conocidos le envidiaban la comodidad de su morada.
Cuantas veces "Aggo Dab Gaunda",
experto cazador, a pesar de su pierna defectuosa, salia de caza, no dejaba de
advertir a su hija que se abstuviera de salir de la cabaña y que nunca diese
sola el más corto paseo, porque, de lo contrario, estaría en peligro de ser
raptada por el Rey de los Renos.
Una mañana soleada de primavera, "Aggo
Dali Gauda" se dispuso a salir de pesca, pero, antes de alejarse de su
vivienda, repitió a la joven el aviso acostumbrado, para ponerla al abrigo de la
persecución que tanto temía.
-Hija ‑le advirtió‑. Me voy a pescar y como el día promete ser agradable, recuerda que
tenemos al enemigo cerca y, por lo tanto, no debes salir de la casa.
Partió el esquimal y en cuanto hubo llegado
a orillas de un lago, donde se proponía pescar, oyó una voz que, a lo lejos,
cantaba con acento burlón:
"Hombre
de la pata,
hombre de
la pata coja
que
aunque pesca no se moja
ni se
enoja
¡oja!
Hombre de
la pata coja,
hombre de
la pata coja
que
aunque pesca no se moja
ni se
enoja
ioja!"
No vió a nadie pero, desde luego, supuso que
aquélla canción procedía de sus enemigos, los renos.
Mientras tanto, su hija apenas se hubo
quedado sola en la casa, se dijo:
‑Es muy duro y triste estar siempre
encerrada. Ahora han llegado los días de primavera, cálidos y soleados, y sería
muy agradable salir a la puerta para tomar el sol. Pero mi padre asegura que
eso sería peligroso. Ya sé lo que haré. Me subiré a esas rocas inmediatas a la
cabaña y, de este modo, nadie podrá hacerme ningún daño.
De acuerdo con eso, salió dé la casa
subterránea y fue a encaramarse a una pequeña eminencia rocosa, donde se sentó
cómodamente. Una vez allí deshizo su hermoso cabello negro, que no sólo era
brillante por naturaleza sino porque lo llevaba muy bien engrasado. Además, era
tan largo, que llegaba al suelo. Y la joven empezó a trenzarlo con el mayor
cuidado, para peinarse.
Tan entretenida estaba en aquella ocupación,
que olvidó por completo la posibilidad del peligro, hasta que ya le fué
imposible escapar de él.
De repente, el Rey
de los Renos acudió seguido por el rebaño de sus súbditos y, apoderándose
de la joven, la sentó sobre su lomo, sujetándola al mismo tiempo con sus
cuernos y luego emprendió la carrera a través de la llanura, cruzó a nade un
río caudaloso, que limitaba sus dominios y la llevó
al otro lado, dejándola encerrada en su cabaña, hecha de troncos.
Una vez allí, la hizo objeto de toda clase
de atenciones, deseoso de conquistar su afecto, pero todo fué en vano, porque ella estaba pensativa y
desconsolada en la hermosa cabaña, donde la rodeaban las demás mujeres que también
había robado el Rey de los Renos. La hermosa esquimal apenas pronunciaba una
palabra y nunca intervenía en los asuntos o trabajos domésticos de su nuevo
dueño. El, por el contrario, llevaba a cabo cuanto se le ocurría, con objeto de
complacerla y de conquistar su afecto.
Recomendó a las demás mujeres que habitaban
la casa que diesen a la hija de "Aggo Dah Gauda" todo cuanto ella
pudiera apetecer y, además, con
severas amenazas, les advirtió que tuviesen el mayor cuidado para no
disgustarla.
Por esta causa ofrecían siempre a la joven los
manjares más escogidos, le reservaban el asiento de honor y el mismo Rey,
cuando salía de caza, procuraba traerle los animales de más exquisita carne
para su sustento. Pero no contento aun con aquellas pruebas de su afecto, el
Rey se abstenía, a veces, de todo alimento y, sentándose cerca de la casa, empezaba
a cantar con voz muy triste:
"Adorada
mía,
adorada
mía,
¡ay de mi!
cuando
pienso en ti,
cuando pienso en ti,
¡ay de mí!
¡Oh,
cuánto te amo!,
ioh, cuánto
te amo!,
¡ay de mí!
Quiéreme
un poquito,
quiéreme
un poquito,
¡ay de mí!”
"Aggo Dah Gauda" regresó a su casa
y al notar que le habían raptado a su hija decidió rescatarla. Para ello
emprendió inmediatamente el camino. Fácil le fué encontrar las huellas de los
renos y al fin llegó a orillas del río donde, sin duda alguna y a juzgar por
las señales que veía en el suelo, todo el rebaño a echó al agua para
atravesarlo a nado. Pero como, desde entonces, habían transcurrido una o dos
noches bastante frescas, el agua estaba cubierta por una delgada capa de hielo incapaz
de sostenerlo. Por consiguiente, decidió acampar allí con la esperanza de que
el hielo adquiriese mayor consistencia, cosa que ocurrió, en efecto, dos días
después y, de este modo, pudo atravesar la corriente y continuar su camino.
Mientras avanzaba observó algunas ramitas
rotas por el peso del rebaño o por la menos, así se lo figuró él; pero, en
realidad, habían sido arrojadas al suelo por su hija con objeto de señalar los
lugares por que había pasado. Para ello obró del siguiente modo: Cuando fué
raptada tenía aún el cabello suelto y como era muy largo, se enredaba, a veces,
en las ramitas de los arbustos que, luego, ya rotas, se caían al suelo. Y así
el padre pudo seguir fácilmente el rastro.
Al llegar a la casa de troncos del Rey de
los Renos, era ya hora muy avanzada. Con la mayor cautela se aproximó a la
vivienda, miró a través de una de las rendijas de la pared y pudo ver a su hija
sentada y en extremo desconsolada. Ella notó inmediatamente la presencia de su
padre y en el acto recobró el ánimo, dándose cuenta de que su salvación estaba
próxima. Entonces tomó el cubo destinado a sacar el agua para el Rey de los
Renos y dijo a éste:
‑Voy a buscar agua para ti.
Aquella señal de sumisión complació en
extremo al raptor y esperó con impaciencia el regreso de la joven. Pero como
tardara más de lo debido, empezó a alarmarse y, por último, incapaz de resistir
por más tiempo su impaciencia, salió seguido por todos sus criados, pero ya no
pudieron ver en ninguna parte a la cautiva.
Era indudable que había emprendido la fuga. Y como el suelo no
estaba entonces cubierto de nieve, no les fué posible averiguar, por las
huellas, qué dirección había tomado. En vista de eso el Rey de los Renos ordenó
que se formasen cuatro grupos de exploradores y él mismo se puso al frente de
uno de ellos.
Emprendieron la marcha y, al poco rato, el
pelotón que capitaneaba el Rey de los Renos pudo ver a la luz de la luna a un
grupo de cazadores, al frente de los que iba el suegro de "Aggo Dah Gauda"
y, en el acto, los renos recibieron unas verdadera granizada de flechas,
Muchos de ellos cayeron heridos o muertos,
pero el Rey, qué era más fuerte y rápido que los demás, huyó en dirección al
oeste y ya nunca más se dejó ver por la comarca.
Mientras ocurría todo eso, "Aggo Dah
Gauda”, que encontró a su hija en el momento en que salía de la casa de su
raptor, la subió a sus hombros y huyó dando saltos larguísimos, hasta que llegó
al rio, que cruzó y, triunfante, entró con su hija en su propia casa.
036 Anónimo (esquimal)
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