Los Chorros o cascada de
Baibar ofrecen la originalidad de que, si nos colocamos frente a ellos de
espaldas al sol, aparecen iluminados espléndidamente por los siete colores del
arco iris. Conforme asciende el sol y declina, el espectador se ha de cambiar
de lugar para admirar la bella irisación. Para verla hay que estar siempre de
espaldas al sol y en línea recta con él y la cascada.
Escondida en un repliegue
del manto verde esmeralda de vides, granados, higueras, zarzamoras, olivos y
espesos algarrobos, una enorme masa de agua se desploma como si de pronto le
faltara la tierra bajo su cauce tranquilo.
Se llega a Los Chorros
bordeando las márgenes de un manso arroyo que desliza sus graciosas aguas entre
colinas vestidas de viñedos, bosquecillos de frutales y frondosas huertas.
Están situados estos
Chorros entre los pintorescos pueblos valen-cianos de Buñol y Alborache; significa
el nombre del primero «Bullidor de aguas» y es famosa la abundancia de fuentes,
que se cuentan por centenares. Alborache quiere decir «alborada», y le viene
bien el nombre porque está situado al Oriente.
Debajo del impetuoso
torrente de Los Chorros nace un manantial, que se une a la cascada cayendo los
dos sobre un estanque bordeado de rocas musgosas. Una estrecha hendidura señala
la entrada de una gruta, en la que entra el agua del estanque y cuyas paredes
gotean agua cristalina e irisada, como el rocío de la aurora.
Forma como un pequeño
palacio de cristal; el suelo está cubierto por frescas ondas y del techo caen
líquidas perlas que se deslizan por los muros cubiertos de musgo; cuelgan
estalactitas, que llenan de luz y color los caprichosos dibujos de esta gruta
prehistórica.
La voz lenta de la
cascada resuena en este palacio de cristal como un eco armonioso de música
lejana. En ella se refugiaba el pastor Baibar en los días calurosos huyendo del
sol de fuego y gustando de oír aquella música que resonaba como eco de un mundo
lejano. Cabras y ovejas retozaban a su antojo por los riscos próximos y
saciaban su sed en el estanque, mientras Baibar soñaba en la gruta de cristal.
Un amanecer en que pacían
sus rebaños cerca de Los Chorros, fue el pastor a beber en la clara y fresca
linfa cuando le pareció oír alegres risas y como el rumor de una túnica que se
arrastraba sobre las zarzamoras de las alturas de la cascada. Alzó los ojos y
vio envuelta en las blancas espumas del torrente una forma de mujer muy blanca,
que se dejó caer blandamente sobre las aguas del estanque y se escapó por la
abertura de la gruta.
Baibar se lanzó en
seguimiento de la fantástica aparición; era audaz y entró. sin vacilar en el
estanque; pasó bajo Los Chorros, que lo envolvieron en finísimo polvo de agua
y penetró en la gruta, al tiempo que la fugitiva se disolvía en las tinieblas, dejando
como una blanca estela, húmeda de niebla y vapor de agua.
Hacía ya muchas horas que
brillaba el sol en un radiante y azul cielo surcado de blancas nubecillas,
cuando salió Baibar de la gruta, desesperanzado de no encontrar a la fantástica
aparición. Había registrado todos los rincones de la gruta, preguntando a las
perlas del rocío irisado si habían visto pasar por allí a la bella ninfa, pero
ellas nada habían contestado a sus quejas.
Al día siguiente acudió
Baibar a la cascada antes de que amane-ciera. Llevaba una antorcha; encendió
una fogata entre dos rocas y esperó paciente. Poco antes de salir el sol vio
como una especie de bruma flotando sobre el manso arroyo y la misteriosa ninfa
se precipitó por las rocas. El pastor encendió rápido la antorcha y fue tras la
preciosa aparición, pero, ¡ay!, que no había pensado que la cascada le apagaría
la antorcha... Al verla mojada y humeante la arrojó al estanque y penetró
resuelto en la gruta.
Nada vio de la ninfa, ni
siquiera su estela de bruma..., pero al dulce lamentar del pastorcillo replicó
una voz, perdida en lo más hondo del palacio de las ondinas:
-¡Infeliz Baibar! Me
persigues en vano... No soy mortal... ¡Soy la Aurora , hermana de Apolo, que, después de
anunciar la llegada del carro de fuego que rige el dios, me refugio en este mi
palacio de cristal... !
-¿Eres una diosa?, por
eso te amo yo, que soy poeta, aunque pastor -contestó Baibar.
-No puedo amar ni a los
poetas, aunque sean tan bellos pastorcicos como tú. No me busques... Soy una
luz fugitiva que brilla un instante entre las últimas sombras de la noche y las
primeras claridades del alba. Mi vida es aún más breve que la de las rosas,
¡pobre Baibar! Te has enamorado de un haz de luz irisada... Estoy condenada a
vivir todos los días un solo instante y a desvanecerme en cuanto nacen las
luces del alba... Renazco para morir, brillar un instante y pasar sin dejar
apenas huella sobre la tierra.
-Para mí vivirás
eternamente... Te vi en ese instante y eso me basta... ¡Espera..., óyeme...!
¡Ven...! -gimió el pastorcillo.
-¡No puedo! ¡Triste sino
el mío!
-¡Espera..., no huyas...!
¡Detén tu paso! –gritó desesperado el mancebo...
-¡Loco..., loco..., loco!
-murmuró la voz desvaneciéndose en la profundidad de la gruta, confundida con
el rumor de la cascada-. ¡Ya no puedo oírte! Hoy me detuve un instante más
porque Apolo se durmió y anduvo perezoso atándose sus sandalias de oro...,
pero ya oigo rodar su carro de fuego... Adiós. Olvídame..., olvídame...
Se apagó la voz de la diosa
dejando asombrado al mancebo. Pasado su estupor pensó en vengarse de la burla.
A la mañana siguiente se
ocultó Baibar entre las breñas de lo alto de la cascada, que se vestían de
zarzamoras y granados silvestres, y esperó, vigilante, agitado el corazón, la
llegada de la rosada Aurora. Apenas lució por Oriente el primer destello de luz
irisada la vio llegar, flotando como una bruma sobre el tranquilo arroyo.
Llegó a las rocas que coronaban la cascada y, al pasar ante las asombradas
pupilas del poeta pastor, como una imagen de luz bellísima, Baibar tendió la
mano derecha y la sujetó por la irisada vestidura atrayéndola hacia sí.
-¡Ya eres mía! -exclamó
gozoso.
Pero la diosa, al sentir
las manos de un mortal sobre sus ligeras vestiduras, lanzó una leve queja y se
dejó caer al torrente.
Baibar, que sostenía
entre sus manos el manto irisado de la Aurora , se vio arrastrado en la caída... y fue a
parar al fondo, aferrado al manto de su amada inmortal.
Una risa cristalina sonó
a la entrada de la gruta, al tiempo que el cuerpo de Baibar desaparecía entre
las rocas que ceñían el estanque.
Las cabras y ovejas de
Baibar balaban tristemente allí, donde las lindas zagalas acudían todos los
días a ordeñar la leche de las ovejas, para regalar al desdeñoso pastor nata y
queso, más dulce que la miel del Himeto, a cambio de sus rústicas canciones.
Levantaron a lo alto los
ojos cuajados de lágrimas las lindas pastorcillas para saber la causa de la
muerte de su amigo, y vieron asombradas que el manto de la diosa brillaba a la
luz del sol con mágicas irisaciones, tendido sobre las ruidosas aguas de la
catarata.
Porque, en recuerdo del
hecho audaz, allí quedó eternamente señalando el paso fugitivo de la Aurora por este lugar,
antes tan apacible, y desde entonces trágico teatro de los amores del pastorcillo
Baibar.
Si alguna vez vais a
contemplar los famosos Chorros de Baibar veréis desde los peñascos fronteros,
si el sol ilumina la cascada, luminoso, mágico, irisado, y magnífico de luz y
color, un jirón del manto de la
Aurora , que envuelve las agitadas aguas y recuerda la
aventura de un poeta pastor, soñador y audaz.
107. anonimo (valencia)
Es precioso
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