Cuento popular
Había una vez un hombre
muy rico que era viudo y que tenía una hija muy hermosa que se llamaba Linda
Blanca; ella sentía una pena inmensa por ser tan guapa, porque todos la
querían.
Pidió a su padre que la
diese un vestido azul y ceniciento. El padre se lo dio. Después le pidió que le
diese un vestido azul plateado. Tuvo al punto el vestido. Volvió a pedirle otro
azul y dorado, y el padre cumplió su voluntad.
Tenía Linda Blanca una
varita mágica, así es que la pidió que en aquel mismo instante la convirtiese
en fea. Vestida con una pelliza y con una máscara muy fea, se marchó de su casa
con intención de servir de criada.
Llegó a un palacio donde
en aquel tiempo vivía un Rey soltero, y allí se quedó a servir de criada. Por
aquel entonces los habitantes de la ciudad se juntaron para celebrar una gran
fiesta que durase tres días.
Linda Blanca pidió a la Reina permiso para ir a la
fiesta.
-Pídele permiso a mi
hijo, pues sólo él es el que gobierna.
Ella fue a pedirle el
permiso al Rey, que se estaba calzando las botas.
El la dijo:
-Mira que te tiro esta
bota.
Después que el Rey se fue
a la fiesta, Linda Blanca dijo:
-Varita mía, prepárame
una carroza, pues quiero ir a la fiesta.
Se vistió de azul y de
color ceniciento y se fue. Cuando la fiesta se acabó, ella trató de huir. El
Rey y los otros señores fueron detrás de ella, pero sólo el Rey pudo cogerla de
la mano, al tiempo que la preguntaba:
-¿De qué tierra sois?
Y ella contestó:
-Soy de la tierra de la
bota.
Y salió corriendo. Cuando
el Rey llegó a su casa, allí estaba ella como de costumbre. Al día siguiente,
volvió otra vez a pedirle permiso al Rey, para ir a la fiesta, pero éste la
dijo:
-Mira que te doy con este
vergajo.
Linda Blanca fue vestida
de azul y de plata. Cuando llegó allí, todos quedaron encantados de verla. Al
terminar la fiesta, el Rey poniéndose a sus pies la preguntó:
¿De dónde es la dama?
Y ella repuso:
-Soy de la tierra del
vergajo.
El último día, ella fue a
pedir permiso para ir a la fiesta. El Rey tenía la toalla en la mano y la
respondió:
-Mira que te doy con la
toalla.
Linda Blanca esta vez fue
de azul y oro. Al salir, el Rey cogiéndola la mano, la preguntó:
-¿De qué tierra sois?
Y ella contestó:
-Soy de la tierra de la
toalla.
El Rey no comprendió lo
que le decía, y se quedó muy triste por no saber de dónde era aquella hermosa
dama. Tan grande era su tristeza que pidió a sus amigos que viniesen a pasear a
la plaza del palacio. Linda Blanca, que ya estaba enterada de la pena del Rey,
se vistió con el primer vestido de la fiesta y se asomó a una ventana.
Un amigo del Rey la vio y
dijo:
-¡Oh, que cara más linda
vi en una ventana de palacio!
El Rey miró, pero no vio
nada. Encaminóse hacia palacio, y dirigiéndose a la Reina , la dijo:
-¿Quién hay aquí de
fuera?
-Nadie -respondió la Reina- sólo la gente de
costumbre.
El segundo día, aunque
estaba con los ojos bien abiertos, en un momento que se descuidó, ella apareció
con el segundo vestido y sólo los amigos del Rey la vieron. Encaminóse a todo
correr a palacio, pero la Reina
madre le dijo lo mismo que el día anterior.
Al tercer día, el rey
estuvo muy atento y entonces vio a la misma dama de la víspera, con el vestido
azul rameado de oro. Corriendo rápidamente logró coger a linda Blanca por el
borde del vestido dorado y la dijo:
-Yo te ordeno que aclares
todo esto.
Ella obedeció, y entonces
el Rey pudo ver a la dama que tanto le encantó el día de la fiesta. Linda
Blanca le contó el motivo de todo aquello, y durante tres días se celebraron
las fiestas de la boda.
Y quien lo dice está aqui.
Quien quiera saberlo que se vaya allá.
Zapatitos de manteca.
Se escurren, pero no se caen.
096. anonimo (portugal)
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