En el taller del viejo
fundidor, a quien el Cabildo de la
Catedral de Gerona había encargado una de las campanas,
notábase desusado movimiento. Por dos veces el maestro había fundido la gran
campana; pero el sonido que daba era tan desagradable, que no queriendo
entregar una obra imperfecta como aquélla, volvió a fundirla. Los oficiales y
aprendices comentaban la mala suerte que habían tenido, ya que estas nuevas
fundiciones les obligaban a trabajar más y más duro, sin permitirse apenas
descanso, puesto que el encargo había de estar listo en un tiempo determinado.
-¡Cosas de brujería!
-decía el encargado de soplar la fragua.
-Yo creo -afirmaba otro-
que el maestro debía entregarla tal como saliera. Si suena mal, que se tape los
oídos la gente. Nosotros hemos trabajado bien y nadie es más cuidadoso de su
oficio que nuestro maestro.
-Tal es su desgracia
-afirmó un tercero-; otro fundidor ya hubiera entregado una cualquiera de las
campanas que tuviera en casa, y aquí paz y después gloria.
En tanto, llegó el día en
que se enfrió la fundición de la nueva campana. El maestro, al separar la
campana del molde, dio con el mazo un fuerte golpe a una de las argollas. Y la
campana dio un sonido tan áspero y desagradable, que el fundidor tiró el mazo
y salió desesperado del taller, marchando fuera de la ciudad.
Los operarios no tuvieron
tiempo, asombrados, de detenerlo, y determina-ron seguir quitando ellos el
molde. Y cuál no sería su sorpresa cuando, al quitar todo el molde y al probar
la campana, ésta sonó de manera gratísima y armoniosa. Todo el pueblo quedó
admirado al oírla y compadecían al fundidor, que tan escrupuloso había sido en
su oficio. Mandaron mensajeros a buscarlo; mas ninguno pudo encontrarlo, ni
se supo más de él.
Y desde entonces, en
memoria de su autor, la campana se toca todos los domingos para llamar a la
última misa. Se llama la campana «Beneta».
103. anonimo (cataluña)
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