Cuento popular
La pareja vivía muy
pobre, pero a pesar de eso siempre había en la cocina abundancia de viandas
sabrosas, y la cocinera, que era la misma Teodora, servía variados y jugosos
guisos a su esposo.
Este, maravillado de
aquellas suculencias, preguntaba a su "cara mitad" sobre la
procedencia de los potajes, pero aquella le contes-taba siempre con evasivas o
le decía que las compraba o que se las regalaban sus amigas; pero su esposo, a
pesar de su sencillez, había entrado en sospechas, pues, se le hacía difícil
explicarse la forma en que su señora adquiría aquellos alimentos, ya que no
disponía de medios para ellos. Las sospechas aumentaban de día en día y,
entonces, su esposo empezó a observarla por las noches y a seguirle
sigilosamente los pasos para averiguar la procedencia de aquella abundancia de
alimentos.
Desesperaba ya el pobre
hombre de alcanzar su objeto. Fue una de las tantas noches, cuando vio que su
mujer se levantaba cautelosamente y la oyó pronunciar entre la semioscuridad
del cuartucho una serie de oraciones para él desconocidas.
La vio después dar tres
vueltas a la derecha y otras tres vueltas a la izquierda, mientras tartajeaba
sus mágicas oraciones, e irse convirtiendo poco a poco en una coyota.
Horrorizado ante aquella
transformación, se refugió todo tembloroso en su tapesco tartamudeando una
serie de oraciones, per-signándose febrilmente y encomendando su alma a san
Antonio y a las benditas Animas del Purgatorio.
Al día siguiente notó
que, como de costumbre, en la cocina había pollos y gallinas y hasta una chanchita
al horno, sin que, al interrogar a su mujer, pudiera ésta dar razonables
explicaciones de cómo había obtenido los animalitos mencionados.
Siguió en expectativa el
labriego, atisbando por la noche a su mujer, y una de tantas, haciendo uso de
las mismas artimañas mágicas, tranformose en coyota. Siguiola él con mucha
astucia y así pudo comprobar que su mujer convertida en coyota se metía a los
corrales, gallineros y cocinas ajenos a proveerse de lo que le hacía falta en
casa.
Espantado el buen hombre de
que su mujer fuese bruja de la expresada categoría, dispuso ir a donde el
señor cura del pueblo, a quien comunicó detalladamente la transformación de su
mujer.
El sacerdote, cumpliendo
con su obligación de ministro de Cristo, le dio un cordón de san Francisco y un
poco de agua bendita, para que en el preciso momento en que la bruja, de
regreso de su incursión nocturna, quedara nuevamente transformada en mujer, le
diera tres latigazos con el cordón de san Francisco y que le asperjara con el
agua bendita, para que así nunca más volviera a convertirse en coyota.
El esposo cumplió con su
cometido, según los consejos del sacerdote, pero aconteció, desgraciadamente,
que al regreso de su correría, la coyota dio sus tres vueltas rituales, y ya
estaba transformándose en mujer nuevamente cuando, anticipándose el hombre, le
dio los latigazos que le había indicado y regó el agua bendita sobre el cuerpo
monstruo, pues de mujer sólo tenía la cabeza y el pecho y de coyota, el resto
del cuerpo, por lo que surtiendo los objetos sagrados los efectos predichos,
paróse súbitamente la transformación de la coyota, quedando aquel cuerpo parte
mujer y parte bestia.
Sucedió, pues, que la
mujer, no habiendo podido recuperar su forma completa y siéndole por eso mismo
imposible quedarse en su casa al lado de su esposo y de su hijo, se lanzó a los
bosques en donde vaga eternamente, como ejemplo y castigo de brujos y
hechiceros.
Se dice que en las noches
oscuras se oyen los lastimeros aullidos de la coyota Teodora, entristecida y
apesadumbrada por el abandono en que dejó a su esposo y a su hijo.
094. anonimo (honduras)
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